CAPITULO 53 FINAL

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¿Dónde se habían ido todos? No podía creerlo. Los coches no dejaban de pasar a su lado, con los faros titilando, resplandecientes en sus carrocerías y reflejando la luz, pero no había un solo taxi. ¡Un momento! Allí había uno. ¡Maldita sea!, llevaba la luz apagada. Sakura se cansó de mirar y mirar por toda la avenida. De pronto, le pareció ver otro a lo lejos, parado junto a una señal de stop. Tenía la luz encendida de libre. ¡Sí! sakura se bajó del bordillo y movió la mano insistentemente. El taxi empezó a acelerar. ¡Menos mal! Pero en aquel momento, para la desesperación de Sakura, se detuvo unos metros más adelante para recoger a otros pasajeros. Le enseñó el puño al taxista al pasar junto al coche. En aquel momento, el semáforo se había vuelto a poner rojo para los peatones, y se abalanzaba sobre ella otra oleada de coches. Le vino a la mente la imagen de Naruto en el restaurante, esperándola, mirándose el reloj, preguntándose si ella acudiría. Presa de la impaciencia, se dio la vuelta y comenzó a caminar.

¿Se estaba engañando a sí misma? ¿Se acordaría él realmente de la apuesta después de tantos meses, y aunque se acordara, estaría dispuesto a ir después de las cosas tan horribles que ella le había dicho? Probablemente Naruto ni siquiera estaría en Nueva York. Ahora sabía que no se había casado con Hinata, pero era perfectamente posible que estuviera ligando con alguna otra jovencita de merengue sin cerebro, debajo de un magnolio.

Seguía sin haber taxis. Vio cómo parpadeaba la luz del cruce de la calle Treinta y cuatro delante de ella. Debían de ser ya las nueve y media. No había esperanzas. ¿Y si se rendía? Se detuvo un instante, sin aliento, e intentó concentrarse para tomar una decisión. Una frase le martilleaba la cabeza sin parar, ahogando los sonidos de la calle. Como amortiguada, no dejaba de oír a la anciana señora Yamanaka mirándola con sus ojos mortecinos y diciéndole: «Una mujer siempre sabe, y cuando lo sabe, debe actuar».

Echó a correr, con la gabardina casi arrastrándole por las piernas, y golpeando con fuerza el pavimento con los tacones. Se acordó de la terraza a la luz de la luna, cuando se le cayó el zapato y Naruto la cogió en brazos. Una ráfaga de deseo le recorrió todo el cuerpo en aquel momento. Entonces lo supo, pero no hizo caso de su corazón. Había dejado que su miedo al rechazo y su estúpido orgullo marcaran la pauta. Pero ya no tenía ninguna duda. Y de repente sentía con certeza que, contra todo pronóstico, contra toda razón o probabilidad, Naruto estaba esperándola. Corrió sin parar hacia el restaurante, casi perdiendo el aliento, casi veía la incrédula sonrisa en los labios de Naruto. Ella también sonreía. Tenía ganas de llegar junto a él y decirle... ¿Qué iba a decirle? Empezaron a formársele las palabras en la mente, palabras que jamás se había atrevido a pronunciar, y sintió en su interior el renacer imparable de una ilusión que abría sus hojas hacia la luz. «Te quiero.»

¡Un taxi! Agitó los brazos desesperadamente y por fin el coche paró. «Gracias, gracias, gracias.»

Se echó hacia atrás en el asiento, asombrada por la idea que acababa de aceptar en el fondo de su ser. Lo amaba. Sí, no había duda de que lo amaba. ¿No había tenido oculto en su alma aquel sentimiento durante meses? Echaba de menos su risa, su compañía. Algunas noches no había podido dormir ansiando el tacto de su cuerpo.

¡Por fin! Ya habían llegado a la esquina donde estaba el restaurante. Fuera había una cola bastante larga, con figuras sombrías envueltas en sus abrigos, pateando la acera con los pies por el frío. Le entregó al conductor unos cuantos billetes de dólar y salió corriendo hacia la puerta del restaurante.

– ¡Eh, tú! ¡Que hay cola! –gritó una voz, con tono agresivo.

–He quedado dentro con una persona –contestó Sakura, pasando entre la gente sin detenerse.

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