El camarero se abalanzó sobre el vaso vacío de Naruto y le lanzó una desagradable mirada. Naruto llevaba sentado allí casi una hora y se había tomado dos Bloody Marys; fuera, había una cola enorme esperando a que se quedara libre alguna mesa. Una vez más, el camarero le preguntó si debían abrir ya la botella de champán, pero Naruto volvió a responderle que esperara.
¿Cuánto tiempo más? Naruto había pasado muchas horas de su vida esperando a las mujeres. No podía entender por qué exactamente, pero lo único que sabía era que tardaban siempre el doble de tiempo en hacer cualquier cosa imaginable. De hecho, en términos femeninos, Sakura apenas estaba llegando tarde. Hinata, por ejemplo, había hecho esperar a su padre en la iglesia de Oaksboro cuarenta y cinco minutos, y eso que era el día de su boda. Pero al final apareció. En aquel momento debían de estar de luna de miel en el destino soñado por Hinata: Las Vegas. No había duda de que Hinata Hyuga era una mujer peculiar.
Cuando volvió de Cornualles, Naruto se encontró con una nota de Hinata a la entrada del apartamento, en el suelo.
¡Eres un cerdo! Harry, el del piso de arriba, me ha dicho dónde te has ido y con quién. Siempre había pensado que había algo entre vosotros dos. Pues muy bien, cada mochuelo a su olivo. Me tengo mucho respeto a mí misma como mujer para aceptar ser plato de segunda mesa. Ya es hora de que me centre en mis propios objetivos vitales y que me desarrolle como ser humano. NO VUELVAS A LLAMARME.
En aquel momento, a Naruto no se le había pasado por la cabeza que el objetivo vital de Hinata fuera casarse con su padre. De hecho, cuando abrió las cartas de Hinata, de Anko y de su padre, todas sobre el mismo tema (si bien la de Anko, muchísimo más divertida), estuvo a punto de saltarse la regla de no beber. Una vez se recuperó de la sorpresa, la noticia de aquel matrimonio le resultó totalmente adecuada, aunque no dejaba de asombrarle la estrechez mental con la que Hinata abrazaba su propio destino. En menos de una noche, ella misma se había reinventado en el papel de Escarlata O'Hara. Con una falta de piedad que inspiraba respeto, cuando no admiración, había renegado de su origen, sus amigos y casi hasta de su propia familia, para entregarse con avidez a celebrar la boda en la casa de los Namikaze y admitir únicamente a un pequeño grupo de aterrorizados miembros de la familia Hyuga, que se mantuvieron a la puerta de la iglesia en un absoluto ostracismo, vestidos con sus mejores galas, compradas en el Macy. Naruto sospechaba ahora sí, cuando redactó su nota de indignación, Hinata no le habría echado ya el ojo a un trofeo infinitamente más valioso que él. No le cabía ninguna duda de que aquella jovencita se esforzaría cuanto estuviera en su mano por hacerse con un buen pellizco de la fortuna de los Namikaze; y si, por ejemplo, conseguía producir rápidamente un bebé, como prueba de la inagotable virilidad del viejo Minato, aceleraría el proceso. El hermano de Naruto, Menma, había boicoteado la boda y le había intimidado para que presentaran los dos una demanda conjunta con la finalidad de salvaguardar sus intereses en el negocio familiar. Naruto se había negado. En vez de ponerse en contra, había aceptado la oferta de su padre de que desempeñara la función de padrino, «para demostrarles a todos que seguimos siendo amigos», según lo había expresado su padre. Ese «todos» significaba la comunidad de Oaksboro y prácticamente cualquier persona que Naruto pudiera conocer. No tenía ninguna duda de que la gente sabría con exactitud cómo se había conocido la feliz pareja. La historia de cómo un hombre cercano a los setenta le había robado la novia a su propio hijo era demasiado suculenta como para no airearla en todos los bares y peluquerías del condado.
Curiosamente, la esperada humillación de una situación como aquella, había tenido el efecto opuesto. Al contemplar a Hinata en el montaje de su boda, agarrada por el brazo izquierdo al firme brazo de su padre y mostrando a todo el mundo su anillo de diamantes de varios miles de dólares, Naruto no había sentido celos, sino una ligera tristeza al ver la definición tan estrecha que tenía aquella chica de lo que era la felicidad. Sentía lástima por su padre, al verle tan feliz de haber conseguido otra esposa trofeo absurdamente joven, que sería totalmente incapaz de hacerle más feliz que sus cuatro mujeres anteriores. Los amigotes de su padre podrían hacer interminables bromas acerca de los hombres maduros y su inagotable vitalidad afrodisíaca, pero la verdad era que su padre no había sido capaz de mantener una relación con una persona con cerebro como Anko. Naruto tenía muy claro que él quería hacer las cosas de otro modo.
Había sido un revés de la vida, exagerado y liberador. Su padre, el dios de la creación, el rey del negocio familiar de los Namikaze, ejemplar de todas las virtudes masculinas, cuyo reconocimiento Naruto había ansiado hasta la extenuación pese a adoptar para su vida un camino diferente, no era, de pronto, más que su padre. Naruto le debía afecto y apoyo, pero ya no dependía de él, ni de su dinero ni de su aprobación. Había comprobado que podía ganar cien veces el Premio Pulitzer y que su padre no cambiaría de opinión respecto a él.
Con todo, le iba a llevar su tiempo adaptarse a algunos cambios, como por ejemplo, el de aceptar a Hinata como madrastra. Naruto se moría de ganas de contarle a Sakura toda la historia. Sabía que le iba a resultar desternillante. Pero ella no había llegado aún.
Volvió a mirarse el reloj: las 21.15. Tenía que venir. « ¡Tenía que venir!» Él había vuelto a Nueva York lleno de expectativas, aunque advirtiéndose de que no debía esperar nada. Cada vez que se abría la puerta, se daba la vuelta para mirar, con la esperanza de que fuera ella. Había buscado la mejor mesa en una esquina tranquila, iluminada con una romántica vela. Se había esforzado eligiendo el champán (¿seco?, ¿brut?, ¿rosado?) y lo había pedido nada más llegar, para que cuando ella hiciera su entrada estuviera perfecto para bebérselo. También quería contarle lo de su libro. Se moría de ganas por verle la cara, por ver su sonrisa, sus ojos, sus labios.
Aquella noche había sido su única cita real durante meses. En el Valhalla, el día veintiocho a las ocho. Todo el verano y parte del otoño, mientras conducía de un lado a otro en su camioneta, mientras escuchaba las canciones de amor de ritmo country, sobre hombres perdidos y llenos de nostalgia por sus mujeres, sobre hombres que se habían portado mal y que habían perdido a la única mujer que amaban, él había soñado con tener la oportunidad de decirle que le perdonara, y demostrarle que había cambiado. A veces, había vuelto a pensar en aquellas tumbas de perros que había en Cornualles, con los nombres grabados en la piedra, rememorando los de los Caballeros del Rey Arturo, y se había imaginado su propia inscripción: «Sir Naruto, caballero no muy caballeroso, que fue abandonado por la bella Sakura y que solo ella podrá hacerle volver a la vida si lo desea con verdadero ardor».
Naruto apretaba con fuerza el extremo de la mesa, con tanta fuerza que las yemas de los dedos se le pusieron blancas. Deseaba que ella estuviera allí, en ese preciso instante. Echaba de menos su compañía y su risa; su agudeza mental y su espíritu combativo; incluso echaba de menos sus discusiones. Desde Cornualles no había podido pensar en otra mujer; una y otra vez, se despertaba de repente entre vividos sueños eróticos; tenía la mente llena de los ojos de Sakura, de sus pechos, de sus piernas... Se acordaba de su rostro, tendida en la cama bajo el cuerpo de él. Una vez ella le había dicho: «Tú no quieres una mujer como yo». Pero estaba equivocada. Sakura era exactamente la mujer que él quería. La única mujer.
Volvió a acercarse el camarero. Naruto le indicó otra vez con la mano que esperara y comprobó la hora: las 21.30. Volvió a pensar en los motivos por los que llegaba tarde. Pero se estaba engañando a sí mismo. No llegaba tarde, es que no iba a ir. No estaba enferma ni se había quedado atrapada en un atasco o plantada en la acera intentando encontrar un taxi. No había llegado porque no iba a ir. No pudo evitar acordarse de la última escena de El tercer hombre, cuando Joseph Cotten se queda esperando a la chica, que pasa junto a él por una larga avenida flanqueada por árboles invernales, sin hojas, y al llegar a su lado, sigue sin mirarlo, sin ni siquiera volver la cabeza. La llama de esperanza que había estado quemándolo por dentro flaqueó una última vez y se apagó. No había duda. Tenía que aceptarlo. No iba a volver a molestarla.
¿Se habría olvidado? No, la conocía lo suficientemente bien para saber que no se había olvidado. Naruto miró una vez más la botella de champán sobre el recipiente metálico junto a él y el ramo de flores esperando sobre la silla. Después, hizo un signo al camarero para que le trajera la cuenta.
ESTÁS LEYENDO
SIMPLEMENTE AMIGOS
LosoweNaruto y Sakura son amigos. solamente. Hace muchos años que se conocen, han tenido sus más y sus menos, pequeñas discusiones, pero su amistad ha superado todas las barreras. pero ahora Sakura se ha quedado sin novio y en la calle, y el apartamento...