CAPITULO 17

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El barco entró en el puerto.

Mmm.

El barco hizo su entrada en el puerto.

Mejor, pero...

Al entrar en el puerto, el barco...

Naruto golpeó nerviosamente el teclado del ordenador con las yemas de los dedos y frunció el ceño ante sus deprimentes esfuerzos.

El barco entró ¿a trompicones?, ¿deslizándose?, ¿navegando?

No. Tenía que pensar. El barco que se le venía a la mente era uno antiguo que se abría camino con dificultad por un fuerte oleaje. ¿Qué tal si ponía eso?

El barco se abrió camino en el oleaje hasta el puerto.

Sí, mucho mejor, brillante. Había conseguido dar el efecto de que el barco irrumpía briosamente en el puerto. Puso el dedo sobre la tecla Supr y apretó con fuerza.

En aquel momento solo quedaba el cursor blanco parpadeante, como un breve faro en medio de la pantalla azul y plana. Cerró los ojos, intentando concentrarse.

El barco avanzó con dificultad hasta el puerto en una nebulosa noche de febrero, mientras su oxidada estructura metálica chirriaba con el frío.

Aquello estaba mejor. Había conseguido decirle al lector que era una noche fría, que el barco era viejo y destartalado. Le gustaba la aliteración de «nebulosa noche» y también la imagen de «chirriar con el frío». Leyó la frase en voz alta para comprobar el ritmo. No estaba mal. Pero tampoco tenía nada propio, nada que indicara que el escritor fuera Naruto Minato Uzumaki. ¿Sonaría más personal si invertía el orden de la frase?

En una nebulosa noche de febrero el barco avanzó con dificultad hasta el puerto...

¿Qué tal con un estilo entrecortado, como en la mala poesía?

Nebuloso febrero. Frío chirriar de la oxidada estructura metálica.

¿Estructura metálica oxidada, oxidada estructura metálica?

Se rascó la nariz. ¿El metal chirría cuando hace frío? Pero ¿lo suyo qué era exactamente, un barco o un buque? Decidió mirar la entrada «buque» en la enciclopedia. Una descripción o alguna imagen podrían servirle de inspiración. Media hora más tarde, estaba bien informado sobre lo que era un buñuelo, un buqué, un buraco y un burato. Asimismo, había logrado enterarse de que la palabra «buque» significaba: «Barco con cubierta que, por su tamaño, solidez y fuerza, es adecuado para navegaciones o empresas marítimas de importancia». Mientras que «barco» respondía a la siguiente definición: «Construcción cóncava de madera, hierro u otra materia, capaz de flotar en el agua y que sirve de medio de transporte». Por tanto, lo suyo era un buque. Bien: El buque había entrado en el puerto. ¿Y qué pasaba después? Miró el reloj y comprobó que era hora de tomarse un café.

La cocina estaba hecha un desastre. Algo extraño, teniendo a una mujer en casa. Mientras se hacía el café, decidió que había llegado el momento de limpiar un poco. Llenó el fregadero con agua y jabón y empezó a restregar uno o dos platos con una bayeta hasta que se dio cuenta de que lo mejor sería dejarlos todos en remojo. Se sirvió el café y estuvo a punto de llevárselo al estudio cuando se acordó de que la bisagra de uno de los armarios estaba estropeada y se había propuesto arreglarla. Lanzó un suspiro de desesperación; otra demora. Pero no había nada mejor que hacer las cosas en el momento. ¿Dónde había puesto los destornilladores?

Veinte minutos más tarde volvió a empezar donde había comenzado aquella mañana, mirando a la pantalla vacía, y el único cambio era que llevaba una tirita en el dedo gordo. Se la pegó y despegó varias veces mientras, con aire ausente, intentaba concentrarse en algo. Era como si tuviese la cabeza llena de mermelada de lentejas. Se llevó las manos a la frente con cierta desesperación. ¿Por qué ya no podía escribir como antes? ¿Qué le había ocurrido? Las palabras solían venirle a la mente con rapidez; una vez escribió una historia en un solo día. Su ansiedad por conseguir publicar algo, lo que fuera, le llevaba a sentir una verdadera agonía con cada nueva palabra, bloqueado por su posición en el panteón literario. Sin embargo, con su primera obra consiguió acertar de lleno. En aquella época, aceptó el éxito simplemente como si hubiera sido un golpe de suerte. Todo era nuevo para él: pruebas que corregir (su obra impresa tenía un aspecto tan precioso que se le escapaban todos los errores tipográficos); distintos diseños de cubierta (todos fabulosos) y notas publicitarias que redactar (excesivamente pomposas, como descubrió más tarde). Llegaron después las críticas, que se fueron amontonando a sus pies como capullos en flor durante la primavera.

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