CAPITULO 16

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Se oyó entonces el ruido de una llave en la cerradura. Las miradas de ambas mujeres giraron hacia la puerta del salón. Esperaron en silencio, oyendo cómo Naruto metía la bicicleta en la entrada. Hinata se humedeció los labios y se echó el pelo para atrás, preparándose para que la viera.

Se abrió entonces la puerta y entró Naruto con aire tranquilo, subiéndose con el dedo índice las gafas de montura metálica. Durante una fracción de segundo, Sakura lo miró con los ojos de Hinata: cachas, masculino, irresistiblemente atractivo, el tipo de hombre que una se esfuerza por «conservar». Entonces, cuando se detuvo abruptamente al verlas a las dos, tan sorprendido como si acabara de ver a Hitler y a Stalin en su salón, estuvo a un tris de soltar una fuerte carcajada.

–Vaya, vaya, vaya –estaba de pronto tan jovial como Santa Claus–, mis dos mujeres favoritas, y juntas ¡qué... maravilloso!

–Es verdad. ¿Acaso no es maravilloso? –dijo Sakura, imitando el eufórico tono de su amigo.

Naruto le lanzó una mirada incisiva, y se frotó las manos con satisfacción.

–Así que supongo que ya os habéis conocido...

–Sí, ya nos hemos conocido.

Hinata no podía aguantar más. Con un débil gritito, casi corrió a lanzarle los brazos a Naruto alrededor de la cintura. Sakura contemplaba atónita cómo Hinata le miraba adorablemente hacia arriba, como una frágil margarita vuelve su flor hacia el sol. Si le hubiera llamado «papi» en ese momento, a Sakura no le hubiera sorprendido lo más mínimo.

Naruto le acarició el pelo con gesto displicente y se separó de ella.

–¡Pues muy bien! –exclamó, controlando su jovialidad al máximo–. En un momento recojo mis papeles y nos vamos.

–¿Nos vamos? –dijo Hinata a punto de desfallecer, al tiempo que miraba a Sakura con cara de pánico.

–No, no –señaló Sakura negando con la mano–, id vosotros jovencitos a disfrutar de la vida. Yo me quedaré en casa y me lavaré con cuidado la dentadura postiza.

La pareja no tardó en salir de la casa. Sakura pudo oírles según iban andando por la calle: el tono grave y cansino de la voz de Naruto y las risitas entusiastas y dóciles de Hinata. Al poco tiempo las voces se disiparon, se hizo entonces el silencio y por delante se perfiló la larga noche.

Sakura volvió a llenarse la copa, metió una cinta en el casete y se tumbó en el sofá. A su lado, en el suelo estaba la inevitable pila de revistas de Naruto, en su mayoría números del New York Review of Books. Se colocó unas cuantas en el estómago y fue hojeándolas con dejadez, mientras Billie Holiday invadía la habitación con su delicada melancolía. Los nombres iban pasando por delante de sus ojos desde las portadas de las revistas ¿Cómo era posible que un hombre interesado por la brillantez intelectual de aquellos artículos pasara su tiempo libre con las Hinata de este mundo?

Sakura conjeturó que la explicación era pura indolencia. Había algo en Naruto que llevaba a las mujeres a caer en sus brazos como la fruta madura de los árboles; él no tenía que preocuparse de ir a por ellas. Se acordó del día en que lo conoció, recién aterrizado de Carolina del Norte. Era el mes de agosto y hacía un calor de justicia. Los ojos se hinchaban del calor y la suciedad, y por la ciudad se extendía el hedor de las bolsas de basura al sol. Era la época en que ella se mezclaba con la bohemia neoyorquina y llevaba una vida absolutamente incómoda, cercana a la mendicidad. Había que andarse con cuidado con todos los drogatas y bichos raros que deambulaban por la calle. Los hombres que ella conocía, aunque joviales, adorables algunos de ellos, solían ir andrajosos y no demasiado limpios. Naruto vino a traerles un poco de luz a su monótona existencia. Con su preciosa maleta de cuero y aquella máquina de escribir antigua de la que estaba tan orgulloso, tenía el aspecto de Robert Redford en Descalzos por el parque. Era extremadamente joven y entusiasta, tan limpio; tan sumamente educado. Una de las chicas de la residencia juraba y perjuraba que aquel joven olía a hierba fresca. Él estaba convencido de que iba a ser escritor.

No había tardado mucho en malearse. Todos le habían tomado el pelo por sus elegantes camisas, su papá rico, la cadencia de su acento, la edición tan cara que tenía de El tiempo recobrado de Proust (sin leer). Naruto se lo tomaba todo con un humor excelente. Su familia era rica, pero él no, solía decir. Había tenido una bronca tremenda con su padre, aunque de momento seguía perteneciendo al clan. Sakura lo cobijó bajo su manto; Naruto era muy divertido, generoso con lo que tenía, no le daba vergüenza ser entusiasta y se tomaba muy en serio su trabajo. Se caían los dos muy bien, pero no había más. Naruto era demasiado joven para ella, además tenía una larga cola de jovencitas esperándole. Se estableció casi de forma tácita que ellos serían solo amigos.

Y seguían siendo amigos. Volvió a las revistas y a hojear con desgana las páginas. Se alegraba de no haber llegado a tener ninguna historia con él. Estaba bien como amigo y era una buena compañía, pero sus relaciones con mujeres inteligentes, las pocas que ella le había conocido, nunca duraban demasiado, probablemente porque no podía soportar la competitividad. Naruto hablaba a menudo de Soryu, una chica de la Universidad de Carolina del Norte perfecta en todo y que, al parecer, le había destrozado el corazón, aunque Sakura sospechaba que en realidad era él el que la había utilizado como excusa para no comprometerse. Era siempre más fácil deambular por el mundo con la mente y el corazón libres. A los hombres les gustaban los desafíos intelectuales y también las mujeres guapas; lo que no les gustaban demasiado eran las dos cosas juntas.

¿O tal vez sí? Concentró la atención al llegar a las páginas del final y descubrir la sección de «Contactos».

«Joven graduado por la Universidad de Yale busca compañía atractiva y culta para ir al teatro, exposiciones, excursiones al campo y, quién sabe, lugares más íntimos.» No sonaba mal.

«Bogart en busca de Bergman. Toquémosla otra vez.»

Se incorporó animada y buscó un bolígrafo. Tal vez aquello fuera la respuesta a sus problemas. No necesitaba exactamente un amante, pero sí un hombre con urgencia, y lo necesitaba para el siguiente miércoles. Cualquiera presentable valdría. Se suponía que los lectores del New York Review of Books serían más interesantes que los típicos corazones solitarios; era de esperar que fueran individuos respetables, educados, sofisticados...

«Soy viudo desde hace poco, pero casi no tengo edad, suelen confundirme con Einstein.» «Oso amoroso busca paloma para emigraciones ocasionales.» O tarados.

Aun así, merecía la pena intentarlo. Localizó los tres últimos números de la revista y empezó a recopilar una relación de nombres. Las abreviaturas suscitaban curiosidad sobre la personalidad de los individuos. Se quedó pensativa con el bolígrafo apoyado en los labios.

Al final, eliminó a los que no tenían una dirección de correo electrónico; no tenía tiempo para ponerse en contacto con los que dejaban solo un apartado postal, y llamar por teléfono podría resultar un poco peligroso. Después descartó a todos los que admitían ser barbudos, musculosos, mayores de cuarenta y cinco años o casados, y a los que habían utilizado las palabras «intimar», «pasar un buen rato» o «trío». Se quedó con una selección bastante reducida, pero todo lo que necesitaba era un golpe de suerte. Se le dibujó una sonrisa en los labios mientras pensaba cómo iba a redactar la carta de respuesta. Era divertido, se parecía un poco a lo de comprar algo por catálogo.

Llena de repente de energía, cogió el montón de revistas, se levantó del sofá y cruzó el salón. El ordenador de Naruto estaba en su habitación, el dormitorio que ella le había alquilado. Tampoco iba a ser tan borde de enfadarse porque lo utilizara para mandar uno o dos mensajes. ¿O sí? 

SIMPLEMENTE AMIGOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora