13. Lena Haugen

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—¿Quieres subir? —le cuestioné a Román después de quitarme el cinturón de seguridad.

Estaba estacionado justo cruzando la acera del edificio donde vivo. Habíamos tenido una linda velada y había venido a traerme a casa.

—¿Quieres que suba? —me cuestionó haciendo una mueca extraña.

—Como quieras. —me encogí de hombros.

No obtuve respuesta vocal de su parte, mi respuesta fue cuando el suizo apagó el motor de su auto y sacó la llave.

Al entender el mensaje yo me bajé del auto y esperé a Roman, quien se acercó hasta donde lo esperaba y tomó mi mano para cruzar juntos la calle.

Subimos por el elevador en silencio, llegamos hasta el departamento y la niñera de Max veía un poco de televisión.

—Hola Lena, Max ya está dormido... —se giró en nuestra dirección y se quedó en silencio por un momento—. Mejor me voy.

Comenzó a recoger sus cosas torpemente, se veía nerviosa y supe que se trataba de la presencia del futbolista. Se dibujó una sonrisa en mi rostro.

La joven se acercó a despedirse de mí con un abrazo y un beso.

—Suerte. —murmuró a mi oído e hizo una expresión increíble para una chica de su edad, supe perfectamente a que se refería.

—¿Quieres algo de tomar? —le cuestioné a Roman después de que tomara asiento en uno de los sofás.

—¿Tienes un poco de vino? —cuestionó dispuesto a continuar con el consumo de vino que habíamos iniciado al salir a un bar.

—Si, debo de tener alguna botella de vino blanco. —mencioné dirigiéndome hasta la cocina.

Sorprendentemente me sentía muy nerviosa, se lo que seguía después de invitarlo a que subiera y eso me ponía muy ansiosa.

—Ya regresé. —fue lo único que se ocurrió decir al entrar a la sala nuevamente con un par de copas en una mano y la botella en la otra.

Tomé asiento a su lado y comencé a servir en las dos copas cierta cantidad de vino.

—Toma. —le ofrecí la copa.

—Ven aquí. —me indicó y me recargué en el sofá.

Sentí su mano pasearse por mi brazo y luego jugar con mi cabello. Hasta que abandonó su copa en la mesa y se acercó peligrosamente a mi. Su mano se colocó en mi cuello y me acercó para que nuestros labios chocaran.

Al principio fue un simple roce de nuestras pieles rosadas, pero después abrió levemente sus labios y es como si se aferraran a los míos. Comenzó más que una batalla, una sincronía entre nuestras bocas, que parecía jamás tener un final. Solo se sentía alguna distancia entre nosotros y nuevamente regresaba el contacto; dictando un nuevo comienzo.

Me separé con un poco de cordura, mi pecho se movía de arriba a abajo por la aceleración de los latidos de mi corazón. El temor me había invadido nuevamente.

—Creo que lo mejor es que te vayas a tu casa. Ambos tenemos que descansar. —dije como pretexto, no podía ser más cobarde.

—No quiero hacerlo, no me interesa descansar. Quiero estar a tu lado, ¿tienes miedo? —tomó mis mejillas con sus manos y me obligó a verlo a los ojos; cuando era lo que menos quería hacer en ese momento.

—Miedo, ¿de qué? —fingí que nada pasaba, me sentía demasiado sosa.

—No lo sé, de equivocarte de nuevo, de lo que sientes por mí. Pero esto es todo menos una equivocación. —explicó y se acercó de nuevo.

El novio de mamá » roman bürkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora