9. Lena Haugen

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—¿Ahora si ya son novios? —insistió Max, sabía que no sería sencillo para el rubio comprender la situación.

—No cariño, solo estamos saliendo. —respondí mientras manejaba con dirección del estadio.

Roman nos había invitado a verlo jugar al partido, aunque siempre asistíamos al Signal Iduna Park, en esta ocasión sería diferente. El suizo había insistido en que teníamos que ir a ver el partido desde el palco que tienen reservado para la familia de los jugadores, puesto que la comodidad y la vista era inigualable.

—Pero se toman de la mano y se besan. —replicó tomándome por sorpresa su argumento.

—¿De que hablas enano? Nosotros no nos besamos. —murmuré frunciendo el entrecejo y él me imitó.

—Si lo hacen, yo los vi. —declaró frustrado.

—¿Estabas espiando tras la puerta? —cuestioné y el pequeño movió su cabeza en afirmación—. ¡Eso no se hace!

—Ay mami, tu lo hiciste primero. —le restó importancia y no me quedó mas que reír.

Este niño era tan parecido a mi, que no podía replicarle absolutamente nada. Todo lo que sabe lo ha aprendido de mi.

—Está bien, no lo volveremos a hacer ninguno de los dos. ¿Prometido? —levanté el dedo meñique para hacer la promesa con mi hijo y él envolvió mi dedo con el suyo.

—Ya quiero llegar. —elevó la voz emocionado.

—Ya no falta mucho. —mencioné, aunque aun estuviéramos atascados en el tráfico.

Había tenido una emergencia en el trabajo y había llegado un poco tarde a la casa, por lo que no habíamos salido a tiempo. Pero finalmente llegamos al estadio, aunque el partido ya tenía varios minutos de haber comenzado.

Al entrar al palco me sentí intimidada, había varias mujeres de gran belleza. Todas con peinados elaborados, con maquillaje como si fueran a una fiesta y con ropa demasiado elegante; me cuestioné si me había equivocado de lugar, ¿era un partido o una pasarela?

—Ven aquí. —tomé a Max de la mano, el rubio siempre tenía la costumbre de hacer travesuras en los lugares menos indicados y este parecía ser uno de esos lugares.

Salimos del palco, para poder ver el partido. Me sorprendía ver como mucha gente estaba ahí, ni siquiera veían el partido y preferían platicar o incluso tomarse fotos; las cuales subirían a Instagram mencionando que estaban viendo el partido.

Una mujer se nos quedó viendo, noté su mirada desde que habíamos llegado y era muy insistente. La ignoré porque creí que así se detendría, pero no lo hizo. Mi hijo al parecer también lo había notado pero fue mas inteligente, le sacó la lengua y esa mujer se giró enojada, pero jamás se atrevió a voltear a vernos de nuevo.

—Bien hecho. —le dije al rubio por lo bajo y él me sonrió satisfecho.

A los pocos minutos el primer tiempo terminó, Roman buscaba entre los aficionados y finalmente nos encontró ahí asomados en el palco. Ambos lo saludamos con entusiasmo y a pesar de la lejanía, pude ver como sonreía por vernos ahí.

El partido finalmente se reanudó, el juego se había mantenido arriba en el primer tiempo o al menos en los minutos que alcanzamos a ver, pero el equipo contrario en esta ocasión había salido a atacar y eso provocó que hubiera mas acción en la parte baja de la cancha.

En general la actuación de Roman había sido buena y había salvado al equipo en varias ocasiones, pero después de todo si perseveras alcanzas y el equipo contrario lo había hecho; habían logrado que el balón entrara en la portería, por un pequeño error por parte del portero del Dortmund.

Me dolía que le metieran gol a nuestro equipo, pero en esta ocasión se sentía de una manera mas personal. No quería siquiera imaginar lo que estaba sintiendo en estos momentos Roman.

—Mami, perdimos. —sollozó el rubio e inmediatamente escondió su rostro lleno de lagrimas en mi pecho.

Tuve que cargarlo en brazos, continuó llorando hasta que el sueño lo invadió. Tuve que llevarlo en brazos hasta la salida, pero en definitiva prefería eso a continuar viéndolo llorar por el fracaso de su equipo.

Recibí una llamada por parte de Roman, me detuve en seco y con esfuerzo respondí a su llamada.

—¿Siguen en el estadio? —cuestionó un poco mas serio de lo normal.

—Si, íbamos camino a la salida. —respondí acomodando al niño en mis brazos, porque un movimiento en falso y terminaba en el suelo.

—Me gustaría verlos, pero hay un problema; no puedo salir. ¿Creen que puedan venir a los vestidores? —propuso y noté un poco mas de emoción en su voz.

Dudé por un momento en ir, Maximilian estaba dormido y yo ya iba mas que encaminada hacía la salida. Pero Roman nos había invitado, además de que seguramente estaba algo desanimado después de haber perdido el partido.

—Claro, vamos para allá. —mencioné y colgué la llamada como pude, tener a un niño en brazos no me daba nada de agilidad.

Me dirigí a los vestidores, claro que me perdí varias veces en el intento, pero al fin había logrado llegar ahí. Roman nos esperaba fuera y nos sonrió al vernos llegar.

—Hola. —murmuró nuevamente desanimado, soltó un poco de aire después de hablar.

Se acercó a saludarme con un beso y enseguida besó la frente del rubio que continuaba dormido; sentí un pequeño vuelco al corazón.

—¿Tan aburrido estuvo el partido? —cuestionó soltando una leve sonrisa y me alegré de verlo de mejor animo.

—No es eso, ha llorado por el resultado. —expliqué un poco conmovida al recordar la reacción de mi pequeño hijo, es muy apasionado del futbol.

—Si, eso... No ha sido mi mejor partido, perdón por hacerlos venir a solo perder su tiempo. —declaró encogiéndose de hombros y noté la decepción en su rostro.

—Los has hecho bien, tuviste un error y ellos supieron aprovecharlo. De hecho había pensado en darte un premio de consolación. —propuse esbozando una sonrisa coqueta.

—¿Cuál es ese premio de consolación? —preguntó con anhelo en la voz, su expresión facial había cambiado completamente.

Le sonreí y quise darle un poco de emoción, pero terminé acercándome a besar castamente sus labios. Él se quedó estático, supongo que esperando algo mas, algo que no pasaría.

—¿Eso es todo? —cuestionó alzando la voz como reclamo.

—¿Querías mas? —cuestioné riendo y haciéndome la desentendida.

Él no dijo nada, solo movió su cabeza de arriba abajo en repetidas ocasiones.

—Creo que ya te tienes que ir. —le indiqué al ver que alguna persona uniformada hacía su mayor esfuerzo por llamar la atención del portero.

—Ven aquí. —me atrajo con cuidado, puesto que aun tenía en brazos a mi hijo y besó nuevamente mis labios, pero con mas detenimiento.

—Adiós. —despedí al moreno, como en aquellas películas de la guerra, en que las jóvenes despedían a sus soldados enamorados.

El novio de mamá » roman bürkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora