14. Lena Haugen

675 46 11
                                    

Desperté sola en la cama y en la habitación. Sentí un gran vacío, quisiera haber podido experimentar lo que era levantarme con él s mi lado, pero probablemente Roman tenía que ir a entrenar con el equipo y tenía que hacerme a la idea de que así pasaría seguido.

Fui hasta mi vestidor donde me coloqué una bata de seda. A pesar de la ausencia del suizo, no podía borrar la sonrisa de mi rostro y la única explicación era por la noche que habíamos compartido.

Salí de mi habitación y escuché un par de ruidos en la cocina. Pude divisar al pequeño rubio comiendo cereal y no quise ni siquiera imaginar cómo estaba la cocina.

La última vez en que Max había intentado prepararse de desayunar, había trepado por la alacena y había tirado el cereal junto a la leche por todo el suelo. Lo que menos me había importado era el desastre, sino el peligro en que se había puesto y por eso mismo ahora la alacena estaba cerrada con llave. Era básicamente imposible que el rubio hubiera abierto la puerta él solo.

—Enano, ¿cuántas veces te he dicho que me pidas ayuda? —declaré en dirección de mi hijo, mientras ponía mis manos en la cintura y trataba de deducir de qué manera había abierto la alacena.

—Mami, le pedí ayuda a Roman. —respondió con simpleza y continuó comiendo sus cereal.

—Si, intenté preparar el desayuno para los tres, pero Max prefirió un poco de cereal y lo ayudé. —escuché la ronca voz del futbolista.

No hubo entrado completamente a la cocina, así que me decidí a entrar por completo a la habitación de la cocina y ver al rostro de Roman, solo ocasionó que mi cara se pusiera del color de un tomate.

Ahora lo visualicé de manera diferente, recordé nuestra noche y me parecía incluso más varonil de lo que ya me parecía antes. Quise repetir lo que habíamos hecho la noche anterior, pero me sentí avergonzada de tener aquellos pensamientos frente a mi hijo.

—Buenos días. —fue lo único que me atreví a mencionar, esbozando una sonrisa de lado.

—Buenos días, Lena. —respondió y el castaño se acercó a depositar un beso en mis labios.

No niego que me tomó por sorpresa, pero era algo a lo que podría acostumbrarme. Pero al parecer no era a la única que el beso había sorprendido.

—¿Qué acaba de pasar? —cuestionó mi pequeño hijo mientras entrecerraba los ojos de manera acusadora.

—De ahora en adelante seremos una familia, Max. —le explico Roman acercándose a sacudir su cabellera rubia—. ¿Qué opinas?

—Eso es perfecto. Podemos ir a los partido y a los entrenamientos contigo, jugar todos los días y puedo presumirles a mis amigos. —enumeró el niño con suma emoción levantándose en su silla.

—Debemos tomárnoslo tranquilos. —declaré entrando en la conversación y obligando al niño a que tomara asiento nuevamente.

Roman comenzó a servir el desayuno que había estado preparando y nos sentamos los tres en la mesa, como la familia que planeamos ser.

Nuestra amena charla fue interrumpida por el sonido del timbre, alguien estaba tocando a nuestra puerta y no tenía ni la menor idea de quién podía ser a esta hora.

—Yo voy. —no tardó en decir el pequeño rubio saliendo corriendo.

—¡Maximilian! —alcé la voz intentando que no fuera solo, no sabíamos quién podía estar al otro lado de la puerta.

—Yo voy con él. —propuso Roman y se puso de pie, dejándome sola en la cocina y más relajada.

Me mantuve ahí, terminando de comer el desayuno. Pero pasaron unos minutos y decidí ir a ver qué pasaba, ninguno de los dos había regresado a la habitación.

El novio de mamá » roman bürkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora