Capítulo 7

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Persecución. El imperio va por la cabeza de Tristán

Shemaz, Silen, Lush, Badicca y Cernos, cinco de los hijos de Duadana, fueron arrestados por la guardia imperial de los kelts y llevados al Castillo de la Luna a comparecer ante su madre y padre indignados quienes los recibieron desde un espejo flotante de llamada lejana. Los interrogaron en persona sobre el niño humano y el trato que le habían dado, pero jamás emitieron respuesta alguna aún con la insistencia de sus interrogaciones.

Ante la negativa de responder a sus preguntas fueron mandados a los calabozos para que los verdugos les sacasen confesiones a punta de torturas, pero ellos les contestaban nuevamente con el silencio más humilde a pesar de las torturas de los inquisidores; demostrando así que a los emperadores kelts no les temblaba la mano para castigar a nadie, incluso si se tratase de sus propios hijos.

Terminadas las vejaciones contra sus propios hijos en el potro, el pilar de latigazos, golpizas en la silla giratoria, los metales incandescentes y las descargas de dolor, la emperatriz miró a su primogénita del rostro desde la pantalla y le preguntó con los dientes rechinando de rabia:

¡¿Donde está ese niño, ese insignificante crío adama?! ¡Contesta!

Silen, su hija mayor que con la boca manchada del azul de su sangre, el rostro magullado y amoratado por los golpes, y las muñecas marcadas por las ataduras de sus torturadores, siguió sin darle contestación. Frustrada y con rabia ordenó que se los lleven a las mazmorras del Palacio Imperial para someterlos al juzgamiento correspondiente, tal como dictaban las costumbres y leyes de tiempo inmemorial, un corpus que ni ellos con su poder se atrevían a dejar entre dicho.

Llegado el momento de viajar nuevamente a su planeta natal para ser sometidos a juicio por sus propios padres Silen se comunicó con Tristán mientras éste dormía, diciéndole a través de los sueños que los iban a llevar a su mundo de origen para ser enjuiciados, y que a pesar de las torturas que habían recibido no les habían dicho nada sobre su paradero ni sobre el trato que le habían prodigado durante años. También le dijo que se cuidara mucho pues lo estaban buscando afanosamente. Se oyó el estruendo metálico de un portazo y los pensamientos de la pitonisa quedaron en silencio para el joven mago, la conexión onírica se había roto y el aprendiz despertó de su sueño cual si hubiese sido una pesadilla.

Gorez, quien excepcionalmente dormía en su propio rancho, se sorprendió de verlo entre sus cobijas al ser despertado por los quejidos y movimientos del niño, le preguntó:

-Oye, Tristán, dime qué haces aquí. Nunca antes te habías colado a mi habitación y mucho menos en medio de la noche. ¿Pasa algo? -preguntó Gorez bostezando.
-Sí, algo terrible pasó. Shemaz y los otros fueron capturados por guardias imperiales y ya estarán viniendo para acá. ¡Cernos me tuvo que lanzar lejos para que no me atraparan a mí también! -contó Tristán.
-¿En serio? También te buscarán a ti entonces -dijo Gorez.
-Tuve que llegar al caldero volante a rastras porque la caída fue fuerte, gracias al abrigo de la noche no me vieron, y a que fui más rápido que ellos en la huida. Tengo miedo, huyamos de aquí -dijo con miedo y prisa-
-¡Ay no, ya sucedió lo que Silen y tú vaticinaron! -exclamó Gorez-. Entonces es cuestión de tiempo para que vengan aquí y nos encuentren los guardias. Menos mal siempre estoy preparado, aunque sea de campo sé cómo defender lo mío, niño. No te preocupes que no te llevarán así tan fácil -dijo con algo de arrogancia temeraria.
-¡Entonces vámonos Gorez, que no nos queda mucho tiempo! -dijo Tristán apresurado.
-Vamos entonces. ¿Por cierto, ese animalito vino contigo? -preguntó Gorez.
-No podía dejarlo ahí. Cernos me pidió que me lo llevara -contestó Tristán.

Gorez se vistió tan rápido como pudo, tomó entonces a Tristán de la mano y se lo llevó junto al cervatillo a los establos de sus bueyes, los más grandes, fuertes y majestuosos que había en varios reinos, donde escondió al niño mago en uno de los establos mientras cubrían sus huellas al paso. Mientras lo llevaba a esconder junto con sus vaquillas le decía el kelt agropecuario:

"No te preocupes por mí, yo saldré a enfrentarme a esos guardias. Si no vuelvo, huye al bosque, es probable que encuentren el caldero volante de Shemaz y lo destruyan. Pase lo que pase NO me busques, Tristán, pues yo te buscaré si todo sale bien".

Luego de darle un abrazo lo dejó oculto en el pajar donde sus terneros dormitaban, fue directamente a unas cajas donde sacó su hoz y un cencerro hechos de Coelestio, un metal encantado oriundo de Lamathia forjado por su hermano Lush en el corazón de una réplica sol del doble de tamaño de un kelt.

Mientras se sentaba en la entrada de su casa a esperar lo inevitable, Gorez miró a las estrellas y suspiró, musitando para sus adentros:

"Vengan, aquí les espero, bravucones. No se llevarán al pequeño sin antes haber probado mi hoz o el sonido de mi cencerro, si es que eso no les es suficiente disuasión".

Acariciando el frío metal de sus improvisadas armas esperó con paciencia a sus perseguidores, hasta que los vio llegar volando en sus carros bélicos, con sus armaduras puestas y dispuestos para el combate. Cuando ya habían descendido los guardias, con alabardas en mano y mazas como armas secundarias, se acercaron al labrador kelt para anunciarle su arresto y citarle los cargos por los que se le acusaba mientras lo esposarían, Gorez golpeó el aire con su guadaña encantada y les rasgó las armaduras cual si fuesen de tela.

"Aquí me tienen, oficiales; pero si vienen por el adama créanme que correrían serio peligro al enfrentarme" les dijo a los oficiales luego de lanzar su ataque cortaespacios. De los siete guardias enviados para que lo capturase dos murieron con el ataque cortante de la guadaña de Gorez, y los que sobrevivieron se levantaron para iniciar contra él un furioso ataque. Mientras los guardias corrieron en furiosa carga contra el kelt labriego de la guadaña celestial, éste dio un paso atrás e hizo sonar su cencerro con la fuerza e intensidad que su brazo le permitió, el sonido fue ensordecedor para sus atacantes quienes cayeron al suelo aturdidos y azorados.

Cuando el efecto había pasado volvieron lentamente a incorporarse hasta que el ligero temblor de la tierra, unos mugidos y bramidos les dieron una impactante señal: los colosales bueyes de Gorez venían en una estruendosa estampida que prometía arrasar con cuanto se pusiera en su camino. De todas direcciones iban llegando, corriendo y derribando cuanto objeto encontrasen a su paso, incluyendo a los desafortunados guardias; dos de ellos murieron aplastados por las pezuñas de las descomunales bestias, los otros tres salieron huyendo del rancho con sus corazones en las manos.

Suspirando de alivio porque se habían ido sus perseguidores va a buscar al pequeño mago Tristán a quien encontró en el mismo sitio donde lo había dejado. "Buen chico, sabía que me esperarías como te lo había dicho" dijo Gorez al niño, pero este señaló detrás suyo en dirección al cielo, donde iban descendiendo uno a uno más carros llenos de guardias armados hasta los dientes rodeándolos cual moscas a un manjar en descomposición. La pequeña comitiva que había aterrizado en su propiedad era tan solo una unidad de reconocimiento, y ahora una docena de carros con siete guardias cada uno aguardaban a su captura o muerte y la del niño en caso de presentarse resistencia.

Desde sus carros volantes dieron la voz de alto, la orden de pronta rendición y la entrega pacífica del niño humano, pero algo en la faz de Gorez indicaba, además de una desagradable sorpresa, que algún ingenioso pero arriesgado plan germinaba en las profundidades de su mente.

El Primero De Los Elementales |La Leyenda de Tristán el Iniciado I|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora