Capítulo 20

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-Deja de pelear o voy a torturarla antes de matarla- amenazó quién sostenía sus brazos
La lluvia caía y con ella el granizo, siendo el segundo bastante doloroso.
Nicholas estaba en el suelo, junto a su moto.
-Que linda moto, me la quedaré cuando te mate- dijo un tercer hombre
-Sobre mi cadáver- advirtió él
-Me alegra que lo digas porque si tenía pensado asesinarte, gracias por el obsequio y como muestra de agradecimiento le mandaré tu cabeza a Meridia para que la cuelgue en la pared como recuerdo- rió mientras propiciaba un par de patadas en el abdomen del muchacho
-¡Basta!- gritó ella cuando iban por el décimo golpe; estaba empapada y tenía miedo –Por favor
-No les ruegues nada, su idioma es la violencia- le dijo Nicholas desde el suelo mientras tosía. Entonces supo lo que realmente le había pasado la noche que ella llegó cuando no quiso cenar.
-Nos conoces bien- aceptó uno de ellos –Ahora, entiendes que no podemos dejarlos con vida, ¿verdad? Hacemos lo que el Señor nos pide y Él nos ha dicho que son peligrosos para nuestros propósitos
-Si no los mato yo, los otros lo harán
-¿Hablas de la traidora, su hijo y sus incompetentes amigos? ¡No me vengas con eso!- se burló –Su grupo se disuelve, no confían en nadie porque todos son de nuestros infiltrados, sabemos todo de ustedes
-No saben nada
-¿No? ¿Quieres decir que no sabemos que ustedes tienen a una persona con los dotes necesarios para nuestro culto y que tratan de protegerlo? ¿Quieres decir que no sabemos de tu pasado o del de los demás, ni de sus tratos con la Iglesia para acabarnos? Bueno, algunos sacerdotes tienen lengua larga- Leda sintió que la miraba la persona que hablaba -¿Quién es ella? Pobre chica nueva morirá en una noche tan sombría como esta- se acercó –Repito, ¿quién eres?
-Soy Leda- contestó hastiada de su voz
-Compañera de la Universidad, no tiene nada que ver- completó él pero sabía que no le creían
-¿Porqué siempre dicen eso? ¿Tengo cara de ser estúpido como para creer eso? Mi Señor nos guió a ustedes y no asesinamos si no es su voluntad- Leda sintió una mano sobre su cabeza, estirando algunos cabellos más fuerte que otros.
La oscuridad no dejó ver las muecas que hizo por lo incómodo y doloroso que era; el hombre olía a incienso, humo, sangre, sudor y óxido. Era asqueroso.
-¿Leda? ¿Qué haces con tan mala compañía?- inquirió -Y, ¿por qué el Señor pide tu sangre?
-Yo no lo conocía, él me ayudó a salir porque se fue la luz- respondió inocentemente sólo a la primera pregunta
-¿Porqué corrían tanto? ¿Te asusta la oscuridad?- susurró y él tocó su cuello; al momento de sentir el contacto, ella instintivamente cerró los ojos -¿A qué le temes tanto? ¿A que descubra que me mientes?- su pulso se aceleró aún más y por más que tratara de alejarse, no podía, sólo le quedaba forcejear un poco y esperar a un milagro –Sí, mientes, definitivamente mientes- comenzó a caminar frente a ella dando vueltas -¿Por qué me mientes? ¿Por qué mientes? Odio que me mientan, es una abominación ¿Obedeces a tus demonios, Leda? ¿Sucumbes ante el placer de engañar?- se acercó nuevamente
-Por favor- rogó cuando sintió que ya no tocaba su cuello con la mano sino con una navaja
-Las plegarias no sirven, las plegarias son para los débiles, ¿porqué pedir algo cuando debes hacerlo tú?- el metal estaba helado y ella sollozaba en silencio; se sintió libre de dejar caer algunas lágrimas porque como llovía estas se camuflaban –Dime una cosa, ¿eres católica? ¿Crees en Dios?
-Sí, si, lo soy
-Ya sabía- repuso –Muy bien, bien, perfecto, ahora, ¿rezas? Porque sabes rezar, ¿verdad?
-Sí, sé rezar
-¡Fantástico! ¿Ves como es de sencillo decir la verdad?- su voz no era tan grave, era más bien una voz juguetona y madura a la vez –Reza- pidió seriamente, tan serio que su voz sonó gruesa y amenazadora –Pídele a tu Dios que te libere de mi señor Satán- sintió que la navaja la cortó un poco –A ver si te salva
-Padre, Padre nuestro- temblaba por el frío, por el leve dolor en el cuello y por el tacto de la navaja –Que estas en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino...
-Sí- gimió extasiado  –Sí, tu miedo me alimenta, sigue
-Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo- la navaja cortó más y de repente oyó un sonido sordo. Bam, se oyó tres veces hasta que se dio cuenta de que Nicholas había dejado inconsciente a uno de los que lo había golpeado y que quien la atacaba a ella estaba distraído.
Con un rápido y fuerte movimiento le empujó la muñeca para que se clavase el mismo la navaja en el hombro, sin embargo, aún quedaba el que la sostenía y ese fue más difícil.
Recargó su peso hacia atrás hasta que él tropezó con el muro del edificio y ella pudo lanzar su cabeza hacia atrás para golpearlo.
Lo escuchó maldecir, tiró patadas y golpes hacia atrás hasta que la soltó mientras se oían los gritos del que tenía la navaja en el hombro. Alguien la empujó hacia el frente y golpeó al que estaba contra la pared, cubriendo su rostro.
Supo que era Nicholas porque la jaló para que corrieran hasta la moto; ya estaba prendida y la bombilla del frente alumbraba hacia la calle, el subió primero y ella sin pensarlo dos veces subió tras él.
-Sujétate de mí y usa el casco- obedeció rápidamente y en un abrir y cerrar de ojos ya habían arrancado y la moto aceleraba a alta velocidad.
El granizo la golpeaba fuertemente en las piernas y torso y se preocupó pensando en que un granizo golpeara a Nicholas en la cabeza lo suficientemente fuerte como para que quedara inconsciente en el momento en que se supone que conducía.
-Deberías ponerte tú el casco- gritó porque la moto, los truenos y la lluvia hacían demasiado ruido –De nada servirá haber escapado con vida si el granizo hace que choquemos
-Estas casi sobre mí, eres como un escudo para el granizo- sintió mucha vergüenza al darse cuenta de que lo que decía era cierto; ella estaba acurrucada contra él
-Me preocupa la cabeza, ¿Y si te golpea uno tan fuerte que te deja inconsciente? Yo no sé manejar motos- sintió que él se reía
-Ya me golpeó más de uno y sigo aquí, además, no llegaremos hasta la casa de Mer, esta cosa no tiene combustible suficiente y debo dejarla en otro lugar; no me arriesgaré a que alguien la reconozca mientras está estacionada frente a su casa- eso era muy inteligente de su parte –Conozco un lugar al que podemos ir, allí podremos refugiarnos un rato y luego seguimos.
Leda se encontraba exhausta y todo el cuerpo le dolía por los golpes del granizo y sentía que cada vez caían más fuertes y eran más grandes.
-Nicholas- llamó por encima del bullicio
-Lo sé, ya llegamos- se estacionó en un callejón de mala pinta, tras un local con muros de ladrillo mohoso sin ventanas y una única puerta con una bombilla roja encima.
El chico dejó la moto a un ladito de la puerta y cuando Leda le regresó el casco, él sólo lo puso sobre el vehículo.
Una pobre y diminuta decoración que bordeaba el local, sobresaliendo como por un metro de las paredes, los protegía del granizo y del agua; aunque ya no podían estar más mojados.
-¿Qué es este lugar?
-Es un bar- dijo mientras empujaba la puerta. Ella no le creyó hasta que estuvo dentro.

I R R E A LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora