Capítulo 28

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Cuando el reloj de pared del psiquiatra marcó las 2:55 de la madrugada, terminaron todo tipo de ensayos y terapias que podían intentar con la señora Ramírez, entonces, fue tiempo de regresarla a sus aposentos.
Aún despierta, la mujer se dejó conducir en la silla de ruedas por Annie y el doctor se quedó en la oficina atendiendo una llamada del primer piso.
-Esto es escalofriante- comentó Annie una vez entraron a la habitación o celda de la señora –Es como una cárcel- la morenita veía alrededor mientras la mujer parecía dormir en la silla de ruedas
-Vamos, el doctor dijo que la dejáramos aquí y que él la desataría junto con otras enfermeras- si al menos él hubiese estado presente, la habrían liberado de la silla en ese momento, pero como sólo eran dos alumnas, el médico no quiso correr el riesgo
-Parece uno de esos lugares embrujados o eso
-Vámonos ya, Annie- Leda caminó hacia afuera, no le producía ningún placer estar en ese lugar –Vamos, Annie, tenemos que cerrar
-Esta cama es tan incómoda- dijo sentándose sobre ella.
Por obra del destino, Leda fijó su mirada en la señora y vio cuando ella abrió los ojos. Estaban completamente negros y la veían.
-Annie- alcanzó a susurrar cuando su corazón se aceleró, pero sin que ella pudiera hacer nada, la puerta siguió su trayectoria y se cerró fuertemente.
-¡Leda!- gritó Annie desde adentro, asomada por la ventanilla de la puerta mientras ambas intentaban abrir la puerta.
Annie estaba pálida y el miedo se veía reflejado en sus ojos.
-Annie, tranquila- aconsejó Leda viéndola por la ventanilla –Cálmate- le dijo, pero ella lloraba por la desesperación. Ambas lo hacían.
Cuando Leda veía a Annie por la ventanilla, pudo ver una sombra de pie atrás de la morenita.
Se sintió completamente arrepentida de haberse mostrado valiente, estaba aterrada como nunca lo había estado; si algunos espectros eran simplemente traslúcidos y simplemente se aparecían, supo instantáneamente que ese si iba a dañarla.
Temió por Annie; por su vida y la propia.
No importaba si tenía la llave o no, si él no quería que la puerta se abriera, no iba a abrirse. Olía a óxido.
Oyó gritar a Annie y lloró mientras trataba de cubrir sus oídos con una mano y abrir la puerta con la otra hasta que por fin cedió.
Annie salió claramente sobresaltada y cerraron juntas nuevamente.
Ni siquiera hizo falta que se pusieran de acuerdo, ambas corrieron hacia el ascensor y cuando este se abrió, salieron de la sede de psiquiatría trotando y sin detenerse, pero antes de salir, Leda vio cómo el reloj de la sala de espera marcaba las 3:02 de la madrugada.
-¿Vendrá alguien por ti?- le preguntó Annie tras un largo silencio cuando estuvieron en la cafetería de la sede principal del hospital
-Sí- su corazón aún no calmaba sus latidos, ella aún se sentía en peligro
-Bien- se paró
-¿A dónde vas?
-Me voy a casa, Leda, no quiero estar aquí ni un momento más de esta noche- estaba muy asustada
-Perdón, fuiste porque te lo pedí
-Sí, ya sé, pero no tiene nada que ver; ninguna sabía que eso pasaría y tú querías que nos fuéramos y yo me puse de curiosa e inepta- Annie sonó furiosa consigo misma –Como sea, me largo
-Cuídate, maneja con cuidado- la abrazó y hasta ese momento no se dio cuenta de lo mucho que había llegado a apreciarla
-Nos vemos luego- la vio hasta que desapareció de su vista.
Lo primero que hizo fue comerse una barrita de chocolate que sacó de una máquina de bocadillos; necesitaba algo con calorías para mantenerse consciente en ese momento.
Antes de abandonar la cafetería, compró otra barrita y la guardó para un poco después.
En la media hora que le quedaba de prácticas, regresó al cuarto en que ella recordaba debía estar Daniel y cuando entró, lo vio postrado en la cama.
El electrocardiógrafo indicaba que aún estaba con vida y sintió un gran alivio al saberlo. Estaba inconsciente, pero vivo. El rostro del niño se veía en paz, sin preocupaciones; parecía un ángel y le dieron ganas de llorar no por la ternura ni ninguna otra cursilería, sino porque ella añoraba esa paz.
-Dame fuerza, Padre- rogó a Dios mientras secaba su rostro y salía del cuarto.
Ya era hora de recoger sus cosas en los casilleros; iría por su mochila con libros y pertenencias para poder marcharse.
Había más estudiantes mientras ella sacaba sus cosas y estuvo eternamente agradecida por ello. Nuevamente, no tenía ánimos de estar sola.
Se puso la chaqueta y se abrigó bien antes de salir.
Afuera, en el estacionamiento, hacía mucho frío. Los estudiantes salían en grupos para tomar el transporte de regreso a la universidad o se iban acompañados a sus respectivas casas.
A más o menos veinte metros de distancia, a los pies de un poste de luz, Leda reconoció una motocicleta negra y a quien se encontraba recargado en ella.
Caminó con inseguridad hasta Nicholas y no supo si debía contarle lo sucedido porque lo que más quería ella era olvidarlo.
Al llegar frente a él, saludó con la cabeza un poco agachada para que él no la viera, pero eso sólo causó que él sospechara que algo no andaba bien.
-¿Hoy qué fue?- preguntó cruzado de brazos sin acercarse al vehículo
-¿De qué?- sólo quería marcharse, pero él nada que se subía a la moto
-¿Todavía quieres hacerte rogar para que me digas? Estas verde y se nota que lloraste- le quitó la capucha del sweater de un brusco jalón –La que la esta pasando mal eres tu, no yo- recordó
-¿Y qué quieres que te diga? Cada vez se pone peor, no entiendo nada de lo que veo- alzó la voz
-¿Qué viste?- preguntó nuevamente –Se nota que esta vez fue peor
-Creo que era un demonio- contestó y comenzó a contarle todo lo que pasó mientras estuvo con Annie.
Él la escuchó con atención y parecía interesado en lo que ella le contaba.
-¿Y esa tal Annie simplemente se fue?
-Bueno, ella también se asustó mucho, aunque ella no vio lo que estaba tras ella- admitió, porque Annie nunca volteó hacia atrás –Cada vez que intento ser valiente y afrontarlos algo peor pasa, no sé que es mejor
-Si no los enfrentas, te dominan y eso es peor- atajó
-Sí, pero creo que planean hacerlo de todas formas
-Ellos no van a matarte, quieren someterte y controlarte a su antojo, esta noche utilizaron a Annie, pero aún así no cediste; no le hicieron daño porque seguramente o no era un demonio muy fuerte o no quería hacerlo porque la hora estuvo de su lado- iba explicando –Todos saben que las tres de la madrugada es la hora en que todos los malos espíritus y demonios salen y recobran fuerza
-¿Alguna vez has sentido algún demonio?
-Sólo una vez- aceptó tras quedarse pensando un par de segundos –Hace mucho
-¿Cómo fue? ¿Tuviste miedo?- esperaba a que la segunda respuesta fuera positiva y entonces aclararle que ella se encontraba muerta de miedo de lo que pudiera llegar a pasar
-Estaba solo- dijo simplemente –Pero no tuve miedo- quedó estupefacta
-¿Cómo que no tuviste miedo?
-No le temo a la muerte, Leda, la mayoría de las personas se aterran a la idea de que indudablemente van a morir- explicó –Ese miedo a la muerte consume horas de vida y a la vida misma, pero nunca llegas a aceptar realmente la muerte y eso son los espíritus: son las almas de aquellos que no quieren aceptar a la muerte; los demonios irradian muerte y sientes que arrebatan parte de ti cuando los ves, a diferencia de todos, tu puedes verlos cuando sea, en cambio, el resto, sólo cuando ellos quieren y tienen la fuerza para permitirse ser vistos- suspiró –Una vez que los ves ya no hay vuelta atrás, cuando la oscuridad entra en tu vida ya no se va
-¿Tú lo viste?- anheló que él respondiera
-Él quiso que lo viera

I R R E A LDonde viven las historias. Descúbrelo ahora