Capítulo 6

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Sé que mi sello pertenece a la raza blanca, del norte, de la zona más desértica de Peumayen. Sin embargo, por desgracia, soy una criatura marina y este ambiente desértico está matándome. Mis labios están secos y la piel me pica por la falta de agua.

De todos modos, el resto de los guerreros no se ve mejor. Siento la mirada de algunos clavada en mi espalda. Votamos y la mayoría prefirió probar suerte en el Castillo Blanco, mientras, cruzábamos hasta la Cordillera de los Pueles. Una forma política de solucionar el problema, si no encontramos el Castillo Blanco, al menos, habremos avanzado en dirección al rojo y de ahí... desde ese punto el camino se pone más borroso y confuso. Tengo la sensación de que vamos avanzando a trompicones, nuestros planes los vamos formando sobre la marcha.

Tropiezo con una roca, pero los brazos de Caban me sujetan y vuelven a poner en posición vertical. En el momento en que nuestras manos se tocan, el sello en mi cuerpo vibra con energía, al menos, podemos controlarnos y evitar que brillen. Así nos ahorramos un buen espectáculo.

—Gracias —murmuro, intentando deshacerme de su agarre, pero no suelta mi cintura. Su mano derecha se mantiene, firmemente, en ella—. Caban —suspiro cansada.

—Me da energía y a ti también, ¿por qué eso sería malo? ¿No lo podemos usar a nuestro favor?

La forma en que lo expone suena tan lógica y racional en mi cabeza que no puedo evitar encontrarle sentido, no obstante, una parte de mí siente que no es buena idea. Además, ¿qué significa esto? ¿Qué vamos a tocarnos cada vez que necesitemos energía? ¿Y si necesitamos demasiada?

— ¿Estás bien? —De un tirón, Ahau me libera del agarre de su primo. Yo no tardo en liberarme a su vez de él. Para haberse tomado la molestia de buscarlo, el guerrero no parece demasiado cercano a Caban—. ¿Hasta cuándo estarás molesta?

— ¿Cuándo se supone que cada uno puede volver a su hogar?

— ¿Cuál es tu hogar? Yo ya no estoy seguro de conocer el mío —dice como respuesta. Intento no mirarlo, no soporto su expresión porque se está pareciendo a la mía. Por desgracia, sus palabras tienen demasiado sentido. Ninguno de nosotros tiene un hogar al que volver, yo no tengo familia y la de él está demente. Vivo en el Castillo Rojo, aunque pertenezco al blanco que está en el desierto, pero soy una criatura marina.

Todo es un desastre.

—No pensé que mi situación te afectara tanto —se burla Ahau a mi lado. Volteo para decirle que no es su situación la que me preocupa, sin embargo me encuentro con una radiante sonrisa—. Siempre puedes llevarme contigo a donde vayas.

— ¿Cómo a Am? —Pregunto, recordando a mi pequeña mascota espíritu que hace bastante no veo.

—Eso depende —por la forma en que sonríe y sus ojos brillan, sé con absoluta certeza que dirá algo ridículo, pero como soy una gran idiota, pregunto:

— ¿De qué?

Ahí viene.

—De si a Am lo metes en tu cama cuando duermes o no.

Exploto en una risa socarrona y fuerte, acelero un poco el paso para alejarme de los guerreros que vienen justo detrás. Sin dejar de reír, agito mi cabeza para voltear a verlo, Ahau también ríe y sus ojos están fijos en mí. No sé quién es él, no sé de dónde salió o si siempre estuvo ahí dentro. No tengo idea de lo que cambió y eso me asusta, porque si lo desconozco, eso significa que puede volver a cambiar en cualquier otro momento.

—Am no puede entrar al Castillo Rojo —digo después de unos segundos, intentando eliminar la sensación de incomodidad que se apoderó de mí.

—Entonces, soy mejor que él... —se acerca a mi oído y susurra: — Además, sabes que a diferencia de Am, yo sí puedo calentar tu cama y a ti.

Alun (La dama gris II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora