Capítulo 42

72 15 11
                                    

—Tardaron —dice Caban, aunque no hay recriminación en sus palabras.

—Tuvimos un pequeño y feo contratiempo —responde Ahau sin entrar en detalles.

Veo que Lamat está de pie detrás de Caban, sus ojos claros se encuentran rojos e hinchados. Supongo que la charla con su primo fue bien, dentro de lo que se podía. Sino fuera así no estarían juntos en este momento.

—Ahau —la voz de la guerrera es suave e insegura, tan distinta a la chica que me encaró tiempo atrás en el Castillo Amarillo, que imagino que ni siquiera es la misma—. Yo... Eb me dijo la verdad de los sellos y que tú habías sido engañado para usarlos en contra nuestra. Me entrenó para que aprendiera a usar el mío y luego...

Se queda en silencio, aunque todos lo sabemos. Luego, fue a buscarnos con ayuda de las imparciales y temperamentales tzitzitmitles. Logró que la lleváramos con nosotros e irse con el grupo de los guerreros, a los que les tendió una emboscada. Hay detalles que no comprendo del todo, pero no importa. ¡Por las serpientes que no importa! Ni siquiera parece tener valor alguno el cómo llegamos a este punto, lo importante es lograr salir de aquí, salvarnos, salvar Peumayen, evitar que el poder de los wekufes se expanda por los demás mundos.

La muerte es un descanso, me dijo una vez Onza cuando le pregunté cómo era estar muerto. Es un continuo estado de paz y tranquilidad. ¿Esa será la única vez en que tendré paz y tranquilidad? Agito la cabeza. Soy una de los veinte guerreros, no importo como individuo solo lo hago como pieza de engranaje.

Caminamos a un claro del bosque que se abre hacia unos cerros más al sur.

—Supongo que es tan buen lugar como cualquier otro —susurro.

Caban no responde y hace un círculo de tierra. Todos nos metemos dentro y formamos un semicírculo, con él en el centro; yo a su derecha, Ahau a su izquierda y a la izquierda de este Lamat. Tanto Naguilán como Llepu están a mi lado. Saco la daga, hago un corte en mi palma derecha y la hago correr, todos me imitan hasta que nuestros puños cerrados gotean espesa y roja sangre.

No hay pasos, esto ni siquiera fue planeado, solo somos guiados por nuestro instinto, por la desesperación.

Estiramos los puños con la intención de que la sangre se acumule en el centro, nuestras gotas de sangre van superponiéndose, formando pequeños círculos que se amplían y forman otros aún más grandes. Mi respiración se vuelve pesada y debo controlar el impulso de llamar a los muertos. Caban entierra ambas manos en la tierra.

Todos esperamos.

En un momento dado levanto la vista y miro al cielo. Un cielo azul logra verse detrás de unos grandes cúmulos de nubes, nubes grises de tormenta vuelan sobre nuestras cabezas. El viento comienza a golpearnos con fuerza y cala nuestros huesos. Incluso Ahau parece tener frío.

Una nube de vaho se forma entre nosotros por culpa de nuestras respiraciones agitadas. Esperamos. Rogamos.

Tren—Tren Filu te rogamos que nos escuches.

Éramos los elegidos. Veinte mortales entre todos los existentes, entre toda la creación solo veinte elegidos, solo veinte que podían coexistir con un poder así de poderoso.

Seguimos esperando.

Éramos grandes. Fuimos lo más grande, dominamos Peumayen, lo cuidamos, lo amamos y lo gobernamos. Nuestro poder no tenía comparación. Solo veinte. Todo el poder de los dioses dado únicamente a veinte criaturas. Un poder más a allá de toda imaginación dividido en veinte partes iguales, veinte caras de un mismo cuerpo. Veinte sellos, cuatro clanes, cuatro razas y cinco familias.

Alun (La dama gris II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora