Capítulo 13

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Camino con parsimonia por el castillo, paso mis dedos por los sucios muros, recorro los boquis que decoran los marcos de las puertas, tatareo una melodía que desconozco, respiro el polvo, sigo los rastros de luz. Busco a los guerreros que pasaron por este lugar, por estas ruinas. Busco sus espíritus, las señales de que estuvieron aquí. Las cicatrices que le dejaron al castillo. Busco que este reaccione a mi presencia.

Respiro. Camino. Suspiro. Subo. Absorbo. Bajo. Inhalo. Retrocedo. Exhalo.

Mis manos se sienten resecas por el polvo que se me ha pegado y mi nariz pica, un estornudo está a la espera, contando los segundos para salir.

De alguna forma, por algún motivo que está más allá de mí, este castillo se ha mantenido de pie, pero no se ha renovado. No ha vuelto a su antigua gloria, es como si estuviera dormido, como si se hubiera puesto en estado de coma.

Una respiración suave y casi imperceptible escapa por mis labios, luego, siento su presencia. El aire se vuelve más denso, los vellos de mis brazos se ponen en punta.

—Hola Onza —susurro.

—Hola Cimi —me responde con un ronroneo perezoso—. ¿Vas a preguntar cómo puedo entrar a este castillo?

Niego con la cabeza.

—Está dormido, aunque su poder está, no ha desaparecido, sigue latente aunque escondido. Supongo que por ahora no hay diferencia con un simple edificio.

—Pero te llamó, ¿no?

—A eso me refiero con latente. De alguna forma siento su poder, es un murmullo muy suave, como palabras que viajan en la brisa —agito la cabeza—. ¿Tiene sentido?

— ¿Acaso eso importa? —La calma del onza es algo que extrañaba, la forma en que ve las cosas es diferente a nosotros. No sé si siempre ha sido así o es ahora que está muerto que ha cambiado—. La Estrella y el Sol están abajo, en el comedor, junto con el Caminante del Cielo y el Espejo.

—Lo sé —es todo lo que digo.

—Deberías bajar, deberían discutir lo que van a hacer ahora.

—Sí —sé que mis respuestas están siendo irritantemente lacónicas, pero no me importa.

—Sabía que había otro guerrero por aquí —la voz de Ix me sobresalta, el guerrero sube por la escalera. Es curioso que a pesar de sus cambios de edad, su ritmo no varía mientras asciende—. Querido Cheshire —la forma cariñosa en que lo dice me sorprende.

— ¿Cheshire? —Pregunto, confusa.

—Mucho tiempo atrás me llamaron de esa forma —aclara Onza—. Llevo mucho sin escuchar aquel nombre —su rostro rara vez muestra expresiones, sin embargo, ahora algo de nostalgia se trasluce en él.

¡Qué cosa más triste es ver la melancolía en el rostro de un onza! Hay rostros que no parecen hechos para demostrar tristeza alguna, porque si lo hacen, son capaces de sentir demasiada.

—Tienes razón —admite Ix con una sonrisa, también triste—. A veces me descubro extrañándola más de lo que debería —confiesa con una mueca avergonzada.

—Yo igual —Onza pasa la lengua por una pata con calma, si no lo conociera, creería que es una forma de distraer la atención.

—Hablan de la dama blanca, ¿cierto?

—Sí, Ami —la forma en que Ix susurra su nombre me parece demasiado personal e íntima como para haberla escuchado yo, una completa extraña—. Los guerreros te esperan en el comedor.

Alun (La dama gris II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora