Capítulo 36

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Los muertos no volvieron con noticias. Lo más gracioso, dentro de una serie de cosas que en realidad no lo son, es que estoy preocupada por ellos. Soy su señora, puedo darles órdenes, pero también soy responsable por su bienestar. No solo doy muerte, también cuido de los que ya lo están. Enseño el camino, lo hago soportable.

Soy la luz que solo los muertos pueden ver.

El camino por el bosque lo hacemos en silencio. El silencio expectante de lo que se sabe será peor que malo. Todos estamos conscientes de que lo que veremos en el reino será algo terrible. En estos dos días que hemos estado vigilando no hemos visto entrar ni salir a nadie. Las calles se ven vacías, incluso los animales salvajes y criaturas mágicas han escapado de los alrededores.

Incluso el aire se vuelve más denso a medida que nos acercamos.

Lo peor de todo es el silencio, un silencio tan profundo que parece desgarrarnos a medida que avanzamos. Casi deseo sacarme el corazón del pecho para que deje de hacer ruido. La ansiedad corre por mis venas con más fuerza que la sangre. Paso mis manos una y otra vez sobre mis brazos, intentando quitar la sensación que el aire me impregna.

Avanzamos a buen ritmo, no obstante, no tan rápido como para lanzarnos de cabeza a una trampa. O sea, eso es lo que estamos haciendo, pero no veo que tengamos otra opción. Dentro de todo, podemos intentar conservar algo a nuestro favor.

—Cimi —la voz de Ahau me sobresalta casi más que su toque. Observo su mano y me doy cuenta que está sobre la mía, evitando que se siga moviendo. Líneas rojas decoran la piel de mis brazos. Sorprendida noto que bajo mis uñas se ve el rojo de la sangre.

Trago saliva y asiento.

Seguimos caminando.

No llegamos a la puerta de entrada de forma directa, llegamos por el lado. Rodeamos el castillo por el bosque, por el que seguimos sin encontrar alma alguna que nos diga qué es lo que pasa. Inclusive los muertos, que siempre hay por todos lados, han abandonado el lugar.

—No nos queda más remedio —dice Naguilán, sacando una daga. Lo único que le queda después de aquel desastroso viaje por la cordillera.

No nos queda más remedio, repite mi cabeza mientras doy el primer paso saliendo del bosque, pero antes de que lo haga, soy lanzada hacia atrás.

—Espera —dice Ahau, tomándome entre sus brazos, pegando mi espalda con su pecho. Pone ambas manos en mis hombros y me da vuelta—. Te amo —dos lágrimas traicioneras escapan de mis ojos—. Amo cada cosa de ti. Me enamoré antes de darme cuenta, quizá sí que lo supe antes, pero...

—No es momento —agrego con voz ronca, incómoda porque su padre esté escuchando, aunque no lo veo por los alrededores. Él y Llepu deben haberse ido para darnos algo de privacidad.

—Quizá no tengamos otro momento —replica y sé que es cierto. Puede que después de ahora, esta sea la última vez que podamos hablar así y decirnos que nos amamos—. Lamat, ella me amaba y yo no podía fallarle, ya había perdido a Felipe, no podía perderme también a mí. Ella no era como los demás, era buena. No sonaba justo, considerando que la amé, que deseé que me amara también. Creí que le debía algo. Y ahora es a ti a quién le debo.

Niego.

—Soy algo... soy algo más que un nombre, que un humano, soy más que mi legado. Me enseñaste a ser guerrero, me enseñaste a amar con desinterés, aunque solo fui una mierda contigo y quiero... —se interrumpe, incapaz de decir las siguientes palabras—. Quiero tantas cosas —sonríe—. Y las quiero todas contigo —respondo su sonrisa, sin poder evitar las lágrimas que se deslizan por mis mejillas—. Quiero que primero me perdones.

Alun (La dama gris II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora