Capítulo 27

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No dejo de repetir en mi mente una y otra vez que es un pésimo plan, porque ciertamente lo es. Lo he hecho antes, pero no con tantas personas o una distancia tan grande. Nadie, en su sano juicio, puede creer que seré capaz de transportar a tres personas, sin contarme a mí, hasta la costa.

Sin embargo, parecen hacerlo. Por algún extraño motivo estos hombres creen que seré capaz de hacerlo, de llevarlos a salvo por entre las sombras hasta Curahue, el pueblo costero en el que planeamos tomar un barco que nos lleve al Reino del Huilli.

—Si sonríes nos darás más ánimos —susurra Ahau a mi lado.

—No pueden soltarme —lo ignoro y hablo hacia Naguilán y Llepu—. No pueden abrir los ojos, ni hablar... ni...

—Lo has dicho como cien veces —se queja Naguilán, con aquella sonrisa de suficiencia que he visto demasiado en el rostro de Ahau.

—No han estado allá —no digo el nombre del quinto mundo, jamás he sido supersticiosa, pero mientras menos lo llamemos puede que más inadvertido pasemos. Si aquel wekufe me encuentra otra vez estaremos en graves problemas.

¿A quién quiero engañar? ¡Por supuesto que me va a encontrar! Voy a viajar con el Sol y Naguilán, que por algún motivo parece ser sumamente odiado por él.

Seremos como un faro. La posibilidad de que no nos vean es nula.

—Cimi... —murmura Ahau.

—No —lo interrumpo—. No me pidas que esté tranquila porque no puedo. Todas las almas notarán nuestro paso por el quinto mundo, en especial lo harán las criaturas malignas, aquellas que no están atadas a él sino que restringidas. Si el mismo wekufe que me encontró en la sala de entrenamiento nos encuentra...

—Lo sabemos —pone ambas manos en mis hombros, me libero de su agarre con un movimiento rápido—. ¿Tienes alguna otra idea para que lleguemos rápido? —Pregunta en un suspiro.

—Sí —me mira sorprendido—. Que me dejen ir sola.

—Ya hablamos de esto —pasa una mano por su cabello despeinándolo. En este tiempo que hemos estado juntos le ha crecido bastante, sus dedos se pueden enredar en él y pequeños rizos se forman en su nuca y en las patillas. Mi mirada se entretiene en aquellos detalles, decidida a ignorar sus palabras.

—Sí, pero...

—No irás sola.

—Llevo más tiempo que tú siendo guerrera —gruño entredientes.

—Lo sé —acepta, acercándose hasta mí, de forma que su rostro tiene que inclinarse para verme a la cara—. Eres más fuerte, poderosa, letal, valiente, rápida, ágil e inteligente de lo que yo jamás seré. Estoy consciente de ello y no me importa, por ese mismo motivo no puedes ir sola.

— ¿Porque?

—Porque no puedo perderte.

No respondo, simplemente, me quedo ahí quieta y con la vista pegada en sus ojos oscuros, me veo en ellos: mi cabello rojo desordenado por el frío viento del desierto, mis mejillas pálidas, labios rosados y enormes ojos abiertos al límite de su capacidad.

—Vamos —dice—. No es como si fuera lo más importante que te he dicho —intenta quitarle hierro al asunto.

—Lo sé —respondo—. Es solo que... olvídalo.

—No, dime —pide. Hago una mueca y considero mentir, siempre he sido buena en eso, pero desisto al mirarlo a la cara.

—Ahora se siente más real, creo que no había procesado del todo... esto.

Alun (La dama gris II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora