Capítulo 9

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Y la tierra se abrió.

Un estruendo nos lanzó a todos de cara al suelo, incapaces siquiera de sostenernos con nuestras manos. El movimiento es tal que mi cabeza se mantiene pegada a la tierra, temblando con ella. Mis dientes castañean. Pequeñas heridas se abren en la piel que mantengo en contacto con las rocas y ramas del suelo.

El rugido cuando Caban abrió el agujero fue tan fuerte que me rodeé la cabeza con ambos brazos esperando protegerme del sonido, sabiendo desde un comienzo lo inane de la tarea.

Ahora, varios segundos después, sigo en la misma posición. Un grito comienza a nacer desde el fondo de mi garganta, un grito desesperado y asustado, porque la tierra está más allá de mi poder. Más allá de mi alcance y eso me asusta. Puedo infundir terror en criaturas mortales y vivas, pero no a la tierra. No a la eterna e inalcanzable tierra.

No sé cómo o de dónde llegan unos brazos y me toman de la cintura, acercando mi cuerpo a otro. No necesito más que el calor extremo que siento para saber que es Ahau, de alguna forma llegó a mí y está protegiéndome con sus brazos.

¿Qué puede hacer el Sol contra la Tierra?, pienso asustada.

—Tran... quiqui... lala... —su voz tiembla cuando habla, sin embargo, suena de alguna forma seguro. Él no sabe de qué parte proviene mi miedo.

Ganándome un par de golpes en el hombro, ruedo hacia el otro lado para quedar frente a frente. Nuestras cabezas se mueven con la tierra, por lo que me cuesta enfocar, pero la sonrisa que me dedica no es difícil de encontrar. Su tacto arde en mi piel con tal intensidad que casi puedo olvidar el temblor que nos azota... casi.

Otro rugido nace desde lo más profundo de la tierra, haciéndome cerrar los ojos. Un ruido denso y poderoso, como la respiración ronca de una criatura tan enorme que no puede ser visualizada. Demasiado grande para cualquier imaginación. La tierra debe ser la única criatura viva a la que jamás podré matar.

Y por enfermo que eso suene, me asusta.

Las manos de Ahau entran en contacto con mi piel, el calor se expande como una ola y casi puedo creer que me sonrojo, que todo mi cuerpo brilla de un fuerte color rojo. Cierro los ojos con más fuerza, negándome a mirarlo. Sus manos comienzan a recorrer mi cuerpo, una sube por mi espalda hasta donde la túnica que estoy usando se lo permite, mientras, la otra roza peligrosamente el cinturón de mi pantalón.

Su tacto me distrae, su tacto me enciende... su tacto me hace sentir más viva de lo que me he sentido jamás.

Gimo cuando me sujeta del trasero, pegándome a su cuerpo. Abro la boca, el calor es tal que el aire se vuelve denso, casi irrespirable, como estar nadando en miel hirviendo. La palma de su mano, que no está en mi trasero, se planta en mi vientre, provocando calor y cosquilleos donde nunca antes los hubo. Me retuerzo, pero me mantiene fija, pegada a él. La mano sube y sube y sube... y por los dioses que no quiero que pare. Quiero sentir todo lo que me puede ofrecer... quiero gritar... quiero gemir....

Una ola de agua helada me despierta.

Literalmente, una gran ola nos quita el aliento y nos barre junto con la tierra, ramas, otros guerreros y, a las que recién ahora vuelvo a recordar, patasolas. La mano de Ahau deja de jugar y me rodea, la del trasero se mantiene en su lugar, aunque no me quejo. Damos unas vueltas, mi cabeza escondida bajo la del guerrero. Siento como mi piel sufre rasguños y golpes en el cuerpo, sin embargo, no tiene sentido preocuparme por ellos en este momento.

Después de lo que se siente como horas, dejamos de movernos. Intento abrir los ojos, pero mis pestañas están pegadas con barro y ramas. Tomo una gran respiración ahogada, liberándome del agarre de Ahau y sentándome. Mi cuerpo exclama de dolor, mas lo ignoro.

Alun (La dama gris II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora