Capítulo 14

139 23 6
                                    

El sol nos golpea con fuerza sobre nuestras cabezas, mi coronilla arde cuando la toco, pero no me siento ni de cerca tan acalorada como cuando estoy cerca de Ahau. Una parte de mí sigue estando fría. Miro de reojo a Etznab, está usando ropa blanca y delgada cubriendo su cabeza y rostro, yo también, aunque no tan exagerada como él. Su respiración se ve pesada, cada paso que da parece que le cuesta un esfuerzo enorme. De todos modos, no considero ofrecerle que paremos, la vez que lo hice me ignoró y siguió caminando como si yo no existiera.

Onza, a mi lado, camina como si nada. Está muerto, así que sería ridículo que se agotara por caminar. No se lo digo, sin embargo, le agradezco el hecho de que no se vaya transportando y que haga todo el trayecto a nuestro lado.

El Castillo Blanco se encuentra en una zona con grandes acantilados, grandes y peligrosos como pude comprobar. Así que los caminos van serpenteando entre estos cañones hasta que llegamos a una zona con más rocas dispuestas de forma aleatoria. Onza se detiene junto a una y lame su pata. Etznab se apoya en otra y trata de recuperar el aliento. Yo me descubro de toda la capa de tela con la que me protegía del sol para ver mejor.

Estoy cansada, aunque no sudorosa como el Espejo. Me obligo a respirar con calma y paso una mano por mi cabello.

— ¿Ahora qué? —Pregunto.

—Ahora confiamos en que nos abran —dice como si nada.

—No veo una puerta —comenta Etznab.

—Es una ciudad subterránea secreta, si pudiésemos ver la puerta no sería secreta —comento con una sonrisa. El guerrero fija sus ojos pequeños y separados en mi rostro y frunce el ceño, como si fuera lo más desagradable que ha tenido la mala suerte de ver en toda su vida—. ¿No podemos simplemente intentar llevarnos bien? Por otro lado, no sé qué te hice como para que me odies, además de sacarte de tu celda en la Carcerem —le digo.

—No es... —se queda en silencio—. No te odio —admite. Quiero decirle que se lo comunique a su cara, porque claramente no lo sabe, su expresión hacia mí es de total desagrado—. Es solo que... no es justo —es lo único que dice, pero de alguna forma entiendo a qué se refiere. Yo, entre todos los guerreros, nunca fui prisionera, tuve la suerte de tener a alguien que me enseñara a usar sus poderes y viví resguardada en el Castillo Rojo, empapándome de la herencia de los guerreros solares.

Creo que, curiosamente, tuve suerte. Lo que es bastante gracioso, considerando lo poco afortunada que me he sentido a lo largo de estos años. Casi creí que mi vida era un gran chiste cósmico, que alguien había decidido poner una serie de eventos terribles uno tras otro a propósito, como si de alguna manera yo mereciera ser castigada.

No obstante, nunca me metieron a la Carcerem. Pude vivir en libertad, aunque restringida, durante todos estos años. Vi el sol y la luna, sentí el viento y comí sin pensar en aquellos que no tenían esos beneficios. Di por hecho que lo mínimo que merecía era tener un techo sobre mi cabeza, comida y la posibilidad de estar al aire libre, lo que era mucho más de lo que ellos tuvieron.

Apoyo mi espalda en una roca y me deslizo hasta quedar sentada frente a Etznab, nuestros pies casi se tocan, pero él rehúye mi mirada.

—Lo lamento —susurro—. Sé que no es justo por lo que pasaron, nadie merece eso, salvo los que se lo hicieron, claro. No soy capaz ni de imaginar lo terrible que debieron ser esos años... —me quedo en silencio, sin saber cuánto tiempo pasó el Espejo encerrado.

—Ocho años —susurra de forma bajita.

Mi corazón deja de latir. ¡Ocho años! Debe tener entre veinticinco y treinta años, lo que significa que estuvo prisionero desde los diecisiete o veintidós. La idea es terrible. He sido demasiado ruda con ellos, esperando de forma ilusa, que al liberarlos saldrían como una bestia poderosa dispuesta a acabar con todos aquellos que dañaban Peumayen. Jamás consideré que eran simples criaturas las que estaban encerradas. Jamás los consideré como personas que perdieron su vida ahí dentro.

Alun (La dama gris II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora