Decir que el corazón subía y bajaba por mi garganta se queda corto, lo sentía palpitar en mi pecho, en mi esófago, en mi cuello, en mis oídos, en mi cabeza y, luego, volvía a mi pecho, para repetir todo el recorrido. Aun así, mis manos y pies iban firmes en la escalera, me moví con regularidad, siempre diciéndome que era el último, que la próxima vez que bajara el pie tocaría tierra.
Estando de pie en la oscuridad, esperando que los demás terminaran su descenso, considero qué tan buena idea fue confiar, ciegamente, en estas personas. Porque, por desgracia, la historia nos ha convertido en criaturas desconfiadas. Los primeros humanos engañaron tanto como fueron engañados en su llegada a Peumayen. Nuestra apariencia externa dice poco de lo que tenemos dentro, de lo que somos capaces. Soy el ejemplo perfecto: pequeña, de apariencia frágil, casi débil, no obstante, soy una criatura poderosa, terriblemente poderosa.
Cuento los segundos como latidos, el constante bum bum de mi corazón es lo único que me da a entender que el tiempo sigue avanzando en este lugar. Que, incluso en la oscuridad, el tiempo se mueve en una dirección, lo que es mentira, por supuesto. El tiempo no se mueve, no avanza o retrocede, el tiempo no es una línea, es una esfera que nos envuelve. Sin embargo, mi lado humano me dice que es más fácil considerarlo como una flecha que apunta hacia adelante.
Está en la naturaleza humana buscar la salida más fácil, incluso para aquello que está más allá de su entendimiento.
La respiración de Etznab llega como una brisa cálida, llenándome de alivio. Me da lo mismo que sea un guerrero que me detesta, es otra persona aquí y ahora conmigo. Llega hasta ser ridículo lo mucho que ayuda no estar solo, es una especie de apoyo moral, sin valor real, ya que en caso de una batalla, sería más un estorbo que otra cosa.
—Cimi —su voz denota urgencia y miedo.
—Aquí —intento sonar calmada, para que se tranquilice también—. ¿Dónde vienen?
—Un poco más arriba —suelta con un suspiro, el alivio que debe sentir se debe equiparar al que yo sentí cuando lo escuché bajar—. No sé qué tanto...
—Lo sé —lo interrumpo—. Mantén la calma.
— ¿Y qué? —levanta la voz—. ¿Si nos atacan los matarás a todos?
Un dolor frío y agudo se clava en mí, como si me hubieran clavado una flecha en el pecho. ¿Lo más curioso? Ni siquiera siento deseos de llorar, no me siento herida, ni molesta, ni ofendida, solo siento una profunda resignación. Estoy resignada a sentir esto por el resto de mi vida y, creo que eso es lo que más me duele.
Siempre habrá alguien que me tratará así, que no se sentirá lo suficientemente benevolente como para excusar mis actos y me enjuiciará por ellos.
Nos quedamos en silencio.
Un extraño sentimiento me recorre la columna, un frío que parece nacer de la tierra, del fondo de ella. Un frío que es más que la ausencia de calor, es la ausencia de luz, de vida. Todo está tan oscuro que me siento tragada viva, como si me encontrara en el estómago de un gran animal. La idea me da escalofríos.
Poco después se escucha la respiración de Curi y Cabultué. Él saca algo de sus bolsillos, o eso es lo que se escucha, y lo golpea, como si se pusiera a chocar dos rocas, una contra otra. En segundos una luz verdosa ilumina sus dedos, volviéndose más y más fuerte hasta permitir que nos veamos las caras.
La luz proviene de unas rocas blancas semitranslúcidas, al parecer, al hacerlas chocar, estas emiten luz.
Sorprendente.
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Alun (La dama gris II)
FantasyLos guerreros, al final, han sido liberados de la Carcerem. Sin embargo, todavía queda mucho por delante. Estos tienen que aprender a usar sus poderes y decidir si realmente quieren formar parte de esta guerra que se ha creado, o, si prefieren esc...