Capítulo 40

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—No pares... sigue corriendo... —digo entre jadeos, sin dejar de moverme entre los pasillos. Tengo a Caban de la mano porque este parece haber perdido toda la voluntad de avanzar, por lo que tengo que tirarlo para que se avance.

— ¿Qué sentido...?

— ¡Calla! —No lo dejo terminar, no quiero escuchar sus quejas, sus pensamientos o sus miedos. Estoy llena de todo eso, no necesito más.

La imagen de Muluc golpea mi mente y parece no querer dejarla en paz. Se veía tan... quedaba tan poco de... Agito la cabeza intentando alejarlo de mí, pero sus gruñidos no me dejan. Temo que nunca dejaré de escucharlo.

Doblo en una esquina e impacto de lleno frente a un grupo de sirvientes, veo la ausencia de vida en sus ojos y sé que están siendo controlados por Eb. El control no debe ser tan fuerte si tiene a tantos bajo él.

— ¡Aléjense! —Grito y la voz de los muertos se mezcla con la mía. Una parte de ellos es consciente del peligro frente al que se encuentran conmigo, por lo que dudan y retroceden unos pasos. Veo en sus rostros la lucha interna por la que pasan. No tengo tiempo para esto. Levanto una mano y me abro como portal, dejando pasar a los muertos, ansiosos por algún contacto con el mundo de los vivos. Un dolor me desgarra cuando pasan, mas lo ignoro. El dolor no es importante en este momento.

El agarre sobre mi mano se hace más fuerte y sé que es Caban, en ese instante en que nuestros ojos se encuentran me doy cuenta que sabe todo lo que pasa por mi cabeza. La conexión entre nuestros maestros era más profunda de lo que esperábamos.

Seguimos corriendo.

En un momento me pierdo, intentando evitar a los sirvientes que se lanzan por nosotros. Caban me ve dudar, así que toma él la dirección, después de todo, vivió toda su vida en este castillo. Cualquier duda que tuviera sobre el guerrero desaparece cuando toma mi mano y nos guía entre los pasillos, casi parece que podría hacerlo a ciegas, nos movemos con fluidez y velocidad. Y antes de que nos demos cuenta la luz de sol nos ciega. Ocupo ambas manos para protegerme los ojos e intento ubicarme. No lo reconozco, el bosque que se ve a lo lejos no es como el Bosque de Lonquimay al que estoy habituada. Salimos por el sur del castillo.

La respiración de Caban a mi lado es fuerte e irregular, lo veo apoyarse en las rodillas y boquear por aire. Me acerco y poso mi mano en su mejilla. Ambos nos quedamos en silencio sintiendo cómo nuestra energía crece a cada momento.

Hay que hacer algo.

—La tierra está inquieta —susurra después de unos segundos en silencio.

— ¿Qué? —Despabilo.

—La tierra está intranquila —se pone de rodillas y apoya ambas manos en la tierra. Cierra los ojos—. Peumayen está inquieto, sabe que algo no está bien.

—La tierra —la palabra escapa como un suspiro de mis labios—. La tierra, la tierra, la tierra... ¿Caban? —Es una estupidez, una ridiculez con todas sus letras porque es algo que jamás se ha visto. Jamás se ha hecho y ni siquiera sabemos las consecuencias, pero... no veo muchas opciones.

El guerrero me observa en silencio, a la espera de que ordene mis ideas.

—Despierta a la tierra —mi voz es tan baja que lo normal sería que no me escuchara, aunque lo hace, lo sé porque aguanta la respiración—. Tienes que despertarla.

— ¿A la tierra? —Pregunta, todavía algo confuso.

—A su señora —respondo—. Despierta a Tren—Tren Filu, la protectora de la tierra y los mortales.

Alun (La dama gris II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora