Me gustaría decir que la entrada de los guerreros a Auquinco fue espectacular, todos usando sus poderes y amenazando a cualquiera que quisiera oponerse. Viéndose poderosos y fuertes.
No fue tan así, de hecho, fue algo triste ver salir a diez guerreros mareados, desorientados y cansados. No parecían amenazantes, el miedo lo tenía yo de que alguno se desmayara. Por suerte, para los habitantes de la ciudad subterránea, tener a más guerreros de los que ha habido en décadas fue suficiente para que se asustaran, aunque estos no se vieran ni de cerca atemorizantes.
Ni siquiera usamos nuestros poderes, bastó con dejar nuestra energía fluir, de forma que notaran los poderosos que éramos. El aura negra a mi alrededor fue suficiente para evitar que se acercaran o intentaran apresarme.
—Cimi, eres una guerrera blanca. Lo que pase en el pueblo blanco es tu responsabilidad —dice Muluc.
Estamos en una reunión con los ancianos y los guerreros. La solución de todo fue tan pacífica que, aunque me cueste admitirlo, resultó algo decepcionante.
— ¿Quieres que pague por lo que este pueblo de rencorosos ha hecho? —No puedo evitar el veneno que se cuela en mi voz—. Somos cuatro guerreros blancos.
—Lo sé —la mirada de cansancio que me lanza dice bastante—. Solo quiero tu opinión como una de ellos.
—Deberíamos irnos —es lo único que digo—. No creo que deban ser castigados, ni recompensados. Tenemos bastante con lo que lidiar como para preocuparnos de ellos ahora.
— ¿Crees que simplemente deberíamos irnos? —No puede ocultar la sorpresa en su voz.
—Sí —respondo con simpleza. Varios pares de ojos se posan en mí, todos impactados por mi falta de tacto o lo que sea, pero sé que sabe que lo que digo es cierto.
De todos modos, la mirada de los ancianos, por algún motivo, quema en mi piel, siento su furia como si fuera una brasa ardiente.
Tomo una respiración profunda y hablo, interrumpiendo a Muluc que iba a seguir de intermediario.
—Pueden volver a la superficie, vivir en el Castillo Blanco mientras reconstruyen el Reino del Pikun, nosotros volveremos una vez que se haya solucionado el problema con la raza amarilla. Intentaremos, entre todos —aclaro— arreglar el desastre que hay en este reino.
— ¿Por qué deberíamos creerte? —Pregunta la misma anciana que ha llevado toda la reunión, creo que se llamaba Kuku.
—Pueden escoger no hacerlo y seguir viviendo como llevan haciéndolo por décadas. Nadie los obliga —la falta de interés en mi voz hace que me gane una mirada molesta por parte de Muluc.
Etznab interviene para hablar sobre ideas de cómo mejorar no sé qué cosa de no sé qué manera y un montón de palabras y frases que no dicen nada. Sin embargo, los ancianos lo escuchan con atención.
—Deberías imitarlo —susurra Ahau a mi lado.
—No me interesa la política, soy una guerrera no una líder —replico sin mirarlo.
—Cimi —suspira mi nombre—. Por todo lo que has hecho te corresponde...
—Solo quiero... —lo interrumpo, pero luego me hago lo mismo. Cierro mis labios y los muerdo.
— ¿Qué quieres?
—Quiero que todos sobrevivan a esto, quiero que recuperemos Peumayen.
Siento su mirada oscura fija en mí, mas lo ignoro. Sé que no me creyó, aunque tampoco lo dice y mi lado cobarde lo agradece. No tengo ganas de seguir discutiendo. Simplemente... ya no quiero más que solo se acabe.
ESTÁS LEYENDO
Alun (La dama gris II)
FantasíaLos guerreros, al final, han sido liberados de la Carcerem. Sin embargo, todavía queda mucho por delante. Estos tienen que aprender a usar sus poderes y decidir si realmente quieren formar parte de esta guerra que se ha creado, o, si prefieren esc...