Capítulo 43

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La imagen nos deja pasmados durante más tiempo del que soy capaz de contar. Tren—Tren Filu, la gran serpiente, está frente a nosotros. Su tamaño es inmenso, veo su cabeza porque la ubica a una altura alcanzable para nuestros ojos, pero su cola se pierde a la distancia. No creo que lo que hay frente a nosotros sea más de la mitad del total de su cuerpo. Su color es marrón y verde en distintas partes, la piel no es suave y brillante como la de una serpiente, sino que áspera y terrosa, trozos de tierra caen de ella y otros del suelo son atraídos por su presencia, compensando los que caen. Es en ese momento en que comprendo que no es su verdadera forma sino que es la que tomó para nosotros, para los mortales. Es posible que ni siquiera tenga una apariencia verdadera, la tierra no tiene forma, no tiene borde, no tiene origen.

Ni viva ni muerta. Mi poder no puede alcanzar algo así de majestuoso, algo tan omnipotente como la tierra en sí misma.

—Mi señora... —la voz de Caban tiembla y lo veo dudar, inseguro de qué decir a continuación. ¿Cómo se comienzan las súplicas?

Soy el amo de todos ustedes, incluso de ti, viechen.

Hago una mueca involuntaria.

¿O prefieres que te llame dama gris? Parece ser que aquel apodo te pega más, no eres blanca ni negra, ni muerta ni viva, estás en ese estado intermedio que tanto parece asustarte.

—Puede llamarme como quiera —replico.

Las criaturas marinas fueron creadas por mi benevolencia al ver como se ahogaban por culpa de Kai—Kai Filu.

—Lo sé —respondo casi sin aliento.

Entonces sabes que soy tu señora casi tanto como Kai—Kai Filu.

—Lo sé —repito con voz pausada. Lo sé, sé lo que dice la leyenda, solo que jamás me había parado a pensarlo. Jamás consideré que las criaturas marinas, pese a ser súbditas de Kai—Kai Filu, fuimos creadas por Tren—Tren Filu para protegernos de la ira de la serpiente marina.

Tengo dos señoras que se odian mutuamente.

Bienvenida a la dicotomía de los mortales, nunca saben a quién le deben obediencia y a quién miedo. Deberías saber a cuál de tus señores temer y a cuál respetar.

No se me pasa por alto el continuo cambio de sexo al referirse a sí misma. Supongo que algo tan poco significativo como eso no tiene valor para ella. Después de todo, no es como si tuviera una otra mitad, alguien con quién...

No, no lo tengo. Soy todo lo que necesito.

Algo en su tono, ya del todo innatural: ronco y gorgoteado, como si hablara a medida que se hunde en el barro, suena molesto. No sé cómo lo hice, pero creo haber hecho enojar a Tren—Tren Filu. Supongo que ni los dioses quieren darse cuenta de lo solos que se encuentran, por eso nos necesitan. Por eso necesitan nuestros ruegos.

Espero que tengan un buen motivo para sacarme de mi sueño, nos dice pasados unos segundos de silencio incómodo.

—Necesitamos su ayuda... con los wekufes que han llegado a Peumayen —dice Caban.

No sé si escucharon mi discusión con ella o si lo mantuvo entre nosotros, por las expresiones en su rostro no puedo descifrar nada, solo que el pánico está a punto de explotar en varios de ellos.

¿Un grupo de guerreros no puede contra un wekufe?, no puedo distinguir si el tono de su voz es de burla o de molestia por fallar en nuestro deber como guerreros.

—Jamás un wekufe había sido capaz de tomar el control de un guerrero, mucho menos del Humano —digo, sabiendo que cualquier excusa será inútil—. Sabe el daño que el poder de Eb es capaz de hacer, ya lo hizo en su momento y en manos de una criatura como esa es... —me quedo sin palabras, solo con la imagen de Muluc en la celda, gimiendo y luchando contra el impulso de atacarme.

¿Debería de ayudarlos porque uno de los suyos fue débil y se dejó atrapar por una criatura de Chiguaihue?

Mi corazón se salta varias palpitaciones, considerando por primera vez la posibilidad de que no nos quiera ayudar. Llamar a la gran serpiente era la opción desesperada, la opción suicida. No tenemos una idea más demente que esta.

Han degradado la esencia de los guerreros solares hasta esta vergüenza en la que se han convertido. He presenciado generaciones y generaciones que solo opacan lo que alguna vez fueron. Es culpa de ustedes que el actual Eb resultara tan débil como para ser controlado por un wekufe. Esto jamás había pasado. La forma en que dice lo último es una especie de punto final para rematar el peor regaño de la historia.

Sé que es cierto, que los guerreros hemos sido degradados de nuestra idea original, del motivo por el que fuimos creados. Le hemos dado la espalda a nuestra esencia, a lo que nos hacía merecedores de los sellos. No tengo palabras para convencerla, no tengo algo que ofrecerle ni cara para rogar.

Todos nos quedamos en silencio, sin saber que decir al respecto. Al parecer, no soy la única que se ha quedado sin palabras. ¿Así acaba todo? ¿Perecemos por la contaminación que nosotros mismos nos trajimos? ¿Se acabaron las oportunidades? ¿Estamos viviendo la última oportunidad que se nos dio para enmendar nuestros errores?

Un gruñido sale de la gran serpiente, una mezcla sobrenatural entre bufido y suspiro, es tan ronco que la tierra vibra y lo siento en todo mi cuerpo. El olor a humedad y tierra que emite Tren—Tren Filu entra a mis pulmones, un olor empalagoso y metálico.

Supongo que de todos modos ustedes son mejor que esas bestias hambrientas de almas e incapaces de construir algo por sí mismas.

De alguna forma, el tono que ocupa para decirlo no me hace sentir mejor. Por lo que parece somos solo un poco mejor que esas criaturas, les llevamos un poco de margen en la escala moral. Quizá en unos años la batalla sea más ajustada.

—Muchas gracias —la voz de Caban suena nerviosa y, solo un poco, aliviada—. Muchas...

Tráiganme a la criatura, yo acabaré con ella.

El aire sale de mi boca en un suspiro tembloroso en forma de vaho, por un momento no puedo ver a la enorme criatura frente a mis ojos por culpa del vapor, solo es una silueta sin forma definida, casi parece una montaña.

Casi.

No hemos terminado de procesar lo que espera de nosotros cuando la tierra tiembla, lanzándonos con fuerza al suelo y poco después ya no somos capaces de verla.

Me pongo de pie con movimientos torpes y temblorosos, mis piernas parecen no responder con normalidad. Antes de que me de cuenta estoy envuelta en los brazos de Ahau, su pecho cubre mi rostro, pero sé que es él. El calor que emite su cuerpo borra cualquier trazo del frío que antes tenía. Emito un suspiro, completamente diferente de los anteriores y envuelvo mis brazos a su alrededor.

—Podemos hacerlo —susurra en mi coronilla, la vibración de su voz me hace cosquillas—. Podemos hacerlo —repite, y ahora creo que lo dice para sí mismo, no para mí.

Aun estando en sus brazos un frío se instala en mi espalda, un frío localizado y fijo, como una daga, como lo que sentí cuando...

Me suelto de su agarre y volteo, una sombra se aleja.

Ya lo sabe.

—Cimi —la voz de Ahau es controlada, como si temiera la respuesta que pudiera darle.

—Ya lo sabe —susurro.

— ¿Qué cosa? ¿Quién? —Caban es el que hace las preguntas, mientras que Ahau se me queda mirando con una mueca en su rostro.

—Eb, el wekufe... sabeque vamos por él.    

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¡Hola! Perdón por no haber subido antes, estoy en el sur de mi país y la señal es pésima. Logré conseguir un poco robándole a mi papá, aquí está el capítulo. Ojalá les guste.

Un abrazo.

Alun (La dama gris II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora