Capítulo 20

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Abro los ojos con lentitud, el sol me adormece y hace que mi despertar sea entre una densa y espesa luz. Mis ojos vuelven a cerrarse, aunque me obligo a abrirlos. Cada movimiento me toma diez veces más de lo normal y al cabo de lo que se sienten como horas, logro estar conciente.

Con cuidado apoyo mi espalda en el respaldo de la cama y me enderezo lo más que el dolor me permite. Mi vista se desvía a mis manos vendadas y con un olor picante a hierbas. Alguien se ha tomado la molestia de curar mis heridas. Levanto la mano derecha para encontrarme con una compresa similar en mi cabeza.

—Estás despierta —la expresión de Ahau denota todavía cansancio, es claro que acaba de despertar. No lo había visto, se encontraba sentado en un rincón que seguía en la penumbra.

—Sí —cuando respondo se acerca hasta terminar a los pies de la cama.

—Me alegro —dice y su sonrisa brilla con una luz potente, poderosa como un sol—. Estaba preocupado.

—Lo lamento —desvío la vista porque me resulta doloroso, el recuerdo de aquella sonrisa en un Ahau adulto y hermoso me golpea, porque yo no era el destino, sino que su esposa: Lamat.

Y ahí lo entiendo, todo es claro como Ix dijo que sería. El precio que tengo que pagar por salir vencedores de una batalla que yo misma empecé es mi propia felicidad. No era algo tan insípido como mi vida, como creí siempre, sino que algo más eterno y poderoso. Mi propia felicidad es lo que tengo que sacrificar para asegurarme que Ahau sobreviva para ser un rey fuerte y justo.

—Cimi —susurra y rodea la cama hasta quedar a mi lado, sin decir otra palabra se sienta. El viejo colchón cruje bajo su peso, provocando que mi cuerpo se acerque imperceptiblemente hacia él.

—Estoy bien —sé que mis respuestas lacónicas no lo van a satisfacer por mucho tiempo, sin embago, es todo lo que puedo darle por ahora.

— ¿Fuiste atacada? —Pregunta después de pensarlo unos momentos, yo simplemente niego—. ¿Los muertos? —Vuelvo a negar—. ¿Lo hiciste tú misma? —Hago una mueca, pero asiento, de alguna forma lo ocasioné yo. Mi cuerpo entró en pánico por eso reaccioné así—. ¿Querías que pasara?

— ¿Cómo iba a querer eso? —Me quejo, aunque en su expresión veo que solo era una forma de hacerme hablar—. Estoy bien.

—Ya lo habías dicho.

— ¿Por qué sigues mirándome así, entonces?

—Porque sé que me estás mintiendo.

—Ya no duele tanto.

—Hay cosas peores que el dolor —replica y el maldito no sabe cuánta razón tiene, porque ningún dolor puede ser peor que una vida entera sin sentir nada. Una vida sin alegrías, sin amor. Una vida vacía y gris. Si Ami era la dama blanca, creo que seré conocida como la dama gris, si es que alguien llega a recordarme en el futuro.

La perspectiva de que seré olvidada con tanta facilidad me paraliza, un frío me recorre la columna y me deja sin aliento.

Ahau se ve preocupado, quiero decirle que estoy bien, pero me interrumpe antes de que lo haga.

—Lo sé —hace un gesto despectivo con la mano—. Estás bien —asiento, lo que solo provoca que bufe y se ponga de pie, molesto. Por suerte, en ese momento llega Muluc, unas enormes ojeras adornan su rostro. Se ve cansado y abatido.

— ¡Por Quetzalcoatl! ¡Estás bien! —Exclama y termina acunando mi rostro entre sus enormes manos. Siempre creí que eran tan grandes y poderosas que podían partirme como si fuera una nuez, no obstante, ahora sé que él jamás haría algo así. Sus manos son enormes, pero tan delicadas que no sería capaz de hacer daño.

Alun (La dama gris II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora