Día 54

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No se por donde empezar a contar todo lo que pasó ayer. Es como si alguien se hubiese empecinado en que todo saliera para el culo y lo haya logrado a la perfección.

El día de ayer arrancó a la perfección, estaba completamente orgullosa del regalo que le había podido conseguir al engendro. Más que regalo yo lo consideraría un castigo, o maldición.

Ayudada por los contactos de papá, logré que la fábrica de cereales (encargada de fabricar mis preciados aritos de miel), le otorgara a Max cereales de por vida. Pero en vez de darle sus preciadas Zucaritas, los cereales que Max va a tener por el resto de su vida son... Aritos de miel. Brillante por dónde se lo mirase.

En fin, a primera hora de la mañana fui a casa de Max a prepararle el desayuno y claramente darle mi genial regalo. No sólo me puteó por haberlo despertado un sábado a las 7 de la mañana, sino que también lo hizo por tener que comer, y cito, "esos aritos de miel pedorros". Claramente, el mejor regalo del mundo.

Pasamos el resto de la mañana tirados en su cama, hablando de cualquier cosa, yo comiendo aritos de miel y él rezongando por lo bajo criticando mi gusto en cereales. Los padres de Max me invitaron a quedarme a almorzar, ya que vendría la gran familia gran. Eso significaba que iba a conocer a los abuelos del engendro, por lo cual no pude, ni quise decir no.

Adoré a los abuelos de Max al instante. Los padres de Jules, Andrea y Simón, eran muy divertidos. No pararon de contarme anécdotas y travesuras que hacía Max de chico, y los chistes que contaba Simón me hicieron llorar de risa.

Y los padres de Adam, Susan y Richard, eran muy distraídos pero igual de divertidos que los padres de Jules. Por ejemplo, Richard se pasó media hora del almuerzo buscando el tenedor que se había guardado en el bolsillo de la camisa para que nadie se lo robara. No pudimos parar de reírnos.

Hasta ahí todo era perfecto. Los problemas empezaron en el instante que nos fuimos de la casa de Max.

El cumpleaños que le habíamos organizado constaba de dos partes, una a la tarde y otra a la noche. A la tarde, una batalla campal de paintball; y a la noche una fiesta (bah, una juntada) en casa de Lexi.

Empezamos a caminar, y yo no podía decirle nada acerca de a dónde íbamos o porqué. Así que simplemente le dije que tenía ganas de caminar, que no se quejara y que me siguiera.
Una cuadra antes de llegar al paintball aparecieron los chicos y lo empezaron a bombardear con bombitas de agua. No sólo se asustó, sino que se resbaló y se dio flor de golpe, no podíamos más de la risa.

Pero desgraciadamente esa risa se nos fue ni bien entramos al paintball. Hubo un error en la agenda, y en lugar de reservarnos el predio únicamente a nosotros, también se lo habían reservado a un grupo de chicos. ¿Y quién podía estar entre esos chicos?

Tom.

Dios, se que me odias, pero podrías tratar de disimularlo un poco.

Tom, y su maldito grupo de amigos.

Lexi y Sam me miraron. Yo le había contado a Lexi la historia, y supuse que ella se la había contado a Sam. El que estaba perdido era Connor.

"Si alguien no me dice, porqué carajos se están todos mirando así, juro que les arranco los ojos".

"Emm.. mi ex, si es que así se lo puede llamar, es uno de esos idiotas", por mi mente pasaron mil y un formas de asesinarlo con mis propias manos, pero si lo hacía iría a la cárcel y eso no estaba en mis planes.

"Max, voy a necesitar más que eso para entender".

"El enfermo se apareció en su casa, y no solo me cagó a piñas, sino que también le pegó a Ellie. Si ella no hubiese agarrado un bate de baseball y lo hubiese amenazado, creo que no vivía para contarlo".

Me tuviste con un "Hola"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora