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Camila's POV

Cambiar de aires nunca era sencillo, y aún menos cuando se hacía de una forma tan drástica como yo lo hice. De Miami a un pequeño condado de Carolina del Norte. Este verano mi madre había decidido mudarse a Los Ángeles con su nuevo novio, pero yo no quería. Alejandro era un buen hombre, nos mantenía bien, pero en mi cabeza no estaba pasarme todo el verano sujetándoles las velas a mi madre y él. Así que me envió a Knoxtenville con mi abuelo Tomas y mi abuela Esmeralda, que estaba segura de que me trataría mucho mejor que mi madre pasando de mí todo el día por estar con su novio.

Y allí estaba, a las puertas del rancho familiar con mi abuelo cogiendo mis maletas sin ningún problema, aunque cada una pesase unos veinte kilos. Era un hombre fuerte, joven para ser abuelo. Tenía sesenta y cinco años, el pelo canoso, afeitado totalmente y los ojos azules. Parecía sacado de una revista de los cincuenta, justo después de terminar la guerra, engominado y con camisas blancas absolutamente impolutas... Excepto cuando trabajaba en el huerto.

Mi abuela en cambio tenía rasgos latinos, aunque de latina le quedaba poco. Se llamaba Esmeralda, Esmeralda Cabello.

La casa era enorme, de madera, blanca y con el tejado negro. El porche de madera con una mecedora en una de las esquinas y algunas flores en la barandilla blanca que rodeaba este, daba la bienvenida a la casa.

—Hacía mucho que no pasabas aquí el verano. —Me arropó mi abuela.

Era el tipo de mujer que olía a casa, que hacía pasteles y magdalenas todos los días y cocinaba como los ángeles, esa era una de las cosas por las que vine aquí.

—¿De qué color te gustan las sábanas? —Preguntó mi abuelo subiendo las escaleras con las maletas en la mano. Le diría que parase, que yo podía llevarlas pero... Era demasiado tozudo.

—Me da igual, abuelo, son sábanas.

Subí las escaleras con mi abuela hasta llegar a mi habitación. La colcha era color blanca, pero las sábanas que habían comprado eran lilas. Las paredes hacían juego con la colcha con aquél color blanco impoluto. Un escritorio, mesita de noche y un corcho en la pared.

—¿Te gusta tu habitación? —Arropó mis hombros pasando el brazo por encima, observando la estancia. —No pusimos muchas cosas porque creíamos que querrías personalizarla tú. Ya sabes, como estás estudiando Bellas Artes.

Mi abuela estalló en risas, mi abuelo era bastante gracioso y quizás por eso seguían queriéndose lo mismo después de tantos años.

—Un detalle abuelo. —Sonreí ante aquél comentario y me acerqué a la ventana. Tenía un asiento justo debajo de esta con cojines blancos y lila, perfecto para sentarse a leer un libro.

Desde la ventana vi algo que no estaba hace unos años, la última vez que vine. Junto a mi ventana había un enorme granero de color rojo oscuro que me extrañó ver ahí.

—¿Qué es eso, abuelo? —Señalé el cristal sin apartar la vista de él.

—Es el granero de los Jauregui. Se mudaron aquí hace un par de años.

Vaya, ahora teníamos vecinos. Habían construido un rancho justo al lado del nuestro, y en este parecía haber animales.

—Vamos, ven conmigo. Te enseñaré cómo se venden las verduras de los O'Donell. —Dijo entusiasmado desde la puerta de la habitación.

Mi abuelo era un irlandés que emigró a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. En el pueblo se les conocía como 'los O'Donell', porque tenían una pequeña empresa de frutas y verduras que se distribuía por todo el pueblo. El logo era un trébol de tres hojas, más simple imposible.

la chica del maíz; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora