➵ 10

91.8K 5.8K 3.5K
                                    

           

Camila's POV

—Sé que me prometiste un masaje, pero... —Me mordisqueé el labio, moviéndome un poco en la cama. —Déjame darte uno. Quiero decir, no en plan raro ni nada, sólo...

—Sí, claro.

Lauren se levantó de la cama y sujetó los bordes inferiores de la camiseta, sacándola por su cabeza. Llevaba un sujetador blanco que contrastaba con el moreno de su piel. Se recogió el pelo con una gomilla y apoyó las manos en la cama, tumbándose bocabajo.

Fui al baño a por el bote de aceite, y cuando volví me acomodé sobre Lauren, sentándome en su trasero. Desabroché su sujetador, y lo saqué suavemente por sus brazos, dejándolo justo para que no molestase. Froté mis manos en un poco de aceite, lo suficiente para que se desliaran con facilidad por su espalda.

Hundí mis pulgares en el centro de su columna, y fui subiendo lentamente hasta su nuca.

—Uhh... —Escuché que casi jadeaba al notar cómo sus huesos sufrían la presión de mis dedos. —Lo haces bien, ¿eh? —Dijo en voz baja, abriendo un poco el ojo. Sonreí, haciendo círculos con los pulgares sobre la zona de sus omóplatos.

—Gracias. —Murmuré bajando las manos hasta sus lumbares, volviendo a subir para hacer presión y provocar un suspiro por parte de Lauren. —Dime si te hago daño o...

—Lo haces genial. —Susurró humedeciéndose los labios. —Eres muy... Delicada, ¿sabes? —Hablaba con los ojos cerrados, mientras mis manos se hundían en su piel, deshaciendo los nudos y contracturas de sus músculos. —Conozco a pocas chicas como tú. Que bromeen, que no... Que no me tengan miedo. Que no tengan miedo de acercarse, de reírse, sólo porque... Me gustan las chicas... —Decía por último con la voz más apagada. Me ensimismé un poco con su voz, raspada y grave, rota. Quería oírla otra vez.

—Porque a mí también me gustan. —Dije en un susurro, dándome cuenta de que Lauren se había quedado dormida.

*

Lauren's POV

Cuando abrí los ojos, me sentía casi en una nube. Olía a melón, el fresco corría por la estancia y hacía que se estuviese como si soñase, como que si el mover un músculo de mi cuerpo fuese a destrozar aquella atmósfera que se había creado.

Estaba en la habitación de Camila, pero no vi a nadie. Escuché algo de fondo, pero no llegué a distinguir lo que era. Me llevé la mano a la espalda, y, noté que mi sujetador estaba abrochado; probablemente lo había hecho Camila al quedarme dormida, para que no estuviese medio desnuda.

Me di la vuelta en la cama y quedé con los codos apoyados en ella, y entonces la vi allí. Estaba sentada en el pequeño banco acolchado bajo su ventana, con un cuaderno en su regazo con las rodillas flexionadas.

—Buenas... Noches. —Dijo mirando al cielo, y luego soltó una risa suave. Escuché algunas voces en casa. —Mis abuelos llegaron una hora después de que te durmieses. Saben que estás aquí.

—Perdóname. Es que estaba tan... Tan relajada. —Camila soltó una risa, cerrando el cuaderno. —Das buenos masajes, de verdad. Si te veo en la piscina te pediré otro. —Cogí la camiseta que estaba en el suelo y la sostuve entre mis manos, mirando el sitio que quedaba en el banco frente a Camila. —¿Puedo sentarme contigo?

—Sí, claro. —Dijo encogiendo un poco las piernas.

Me puse la camiseta y senté frente a ella casi como si me pesase el cuerpo, quería dormir más, mucho más, pero no. No podía quedarme allí, sería algo maleducado y estúpido.

la chica del maíz; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora