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Lauren's POV

Ver a Camila así era verdaderamente devastador. La abracé durante todo el vuelo hasta Carolina del Norte, y quiero pensar que durmió un poco apoyada sobre mi brazo. Yo tenía que lidiar con su dolor y con el mío propio, porque pasé mucho tiempo con el señor O'Donnell. Siempre era muy amable conmigo, hacía bromas para alegrarme cuando tenía mucho trabajo, y me decía que, si no me trabajase con mi tío me contrataría él.

Knoxtenville parecía tan extraño ahora, tan lejano. Cubierto de nieve como la última vez que vinimos, pero ahora no se escuchaba la campana de Santa Claus en la calle, ni había luces alumbrándolo todo, y el ambiente era gris y lúgubre. Parecía que el pueblo se había vestido de negro tras la muerte de Tom, y es que era muy querido en el pueblo.

Mientras íbamos en el coche, en silencio, Camila miraba los campos de maíz en los que no quedaba nada. Las ramas estaban por la mitad, partidas, secas, esperando a que el verano viniese para resurgir de nuevo.

—¿Podemos quedarnos en otro sitio? —Preguntó con voz débil, jugando con el pañuelo entre sus manos. —No quiero dormir aquí hoy, no puedo.

—Claro. No te preocupes, buscaré algo.

La casa estaba llena, delante de la casa no quedaba sitio para poner el coche, así que decidí aparcar cerca de la valla, colindando con el rancho de mis tíos.

Bajamos del coche, y Camila ni siquiera me agarró de la mano; lo único que hizo fue ponerse mejor la bufanda, y la entendía.

En casa, todo el mundo hablaba en voz baja. Había gente que yo no conocía, por supuesto, pero también muchísima gente del pueblo. Dueños de tiendas, propios trabajadores de Tom, vecinos que se acercaron a darle el último adiós a un hombre que nunca tenía una mala palabra para nadie, ni siquiera para mí cuando se enteró de que estaba con su nieta.

La señora O'Donnell estaba destrozada, yo simplemente le di mi más sincero pésame y la abracé. No quería que se deshiciera sobre mis brazos en llanto, así que la solté rápidamente. También lo hice con la madre de Camila, estaba fatal.

Fue muy repentino, nadie se lo esperaba. Tom estaba bien, más o menos, se acostó aquella noche y se fue a dormir, pero jamás despertó.

Mi móvil comenzó a sonar en mitad de la sala, y salí de casa para cogerlo.

—¿Sí? Oh, hola señor Trapanello... —El señor parecía preocupado, pero ahora mismo mi mente no estaba para atender el trabajo. —Discúlpeme, señor pero... Mi novia y yo hemos perdido a un ser querido, y no es momento para discutir esto. Sólo le digo que no se preocupe por el juicio, saldrá bien... —Miré el campo de maíz arrasado por el frío, dejando sólo las raíces a su paso. —Gracias, hasta pronto. —Colgué y permanecí unos segundos mirando la pantalla del móvil.

¿Cuánto duraba una vida? Podía acabarse así sin más, en un segundo. Ahora mismo podría darme un infarto, podría caerme un avión encima, alguien que intentase sacar su coche de donde estaba aparcado podría atropellarme, o podrían decirle a Camila que se moriría en dos meses. ¿Qué estábamos haciendo? No sabemos que estamos viviendo hasta que se acaba. No sabemos qué es la vida, no sabemos vivirla. No sabemos qué es querer a una persona, quererla bien, con todas tus fuerzas, porque si la muerte te la arrebata de una forma tan repentina, al menos tendrás el consuelo de que se fue sabiendo que la querías.

—¿Trabajo? —La voz de mi tío me sorprendió.

—Sí. —Respondí mirándolo. Sacó una cajetilla de tabaco y me tendió un cigarrillo, que cogí entre mis dedos. Lo encendió y le di una calada.

la chica del maíz; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora