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Lauren's POV

La puerta de mi despacho se abrió, y el señor Brown asomó la cabeza, llamándome con el dedo.

—A mi despacho, ahora. —Y sin más salió de nuevo cerrando la puerta. Oh, el despido se acercaba.

Me levanté de mi sillón y caminé por el pasillo casi con el corazón en la boca. Todo el día de trabajo para que ahora me diese el finiquito, dios mío. Llamé a la puerta dos veces con los nudillos, y un 'adelante' se escuchó tras él.

Entré, y Brown estaba sentado en su sillón con las manos enlazadas y la barbilla apoyada en estas, mirando el ordenador.

—¿Cuántos casos estás llevando ahora mismo, Lauren? —Me señaló la silla para que me sentase.

—Tres casos de divorcio y uno de custodia.

—Bien... Sabes que el bufete está saturado, ¿no? —Alcé una ceja y asentí. —Nos ha llegado un caso de un señor al que le han defraudado medio millón de dólares y le han embargado la casa, y todos los abogados que llevan esos casos están hasta arriba.

—¿Quién le hizo eso? —El señor Brown hizo una mueca de asco sacudiendo la cabeza.

—Me la suda, Lauren, eso es problema tuyo. —Me dio un papel con un número de teléfono y el nombre completo del señor. Kevin Trapanello. —Habla con él lo antes posible, y mañana quiero el informe de su caso en mi correo para que me pueda importar su caso, ¿queda claro?

—Cristalino, señor Brown.

A pesar de que debería haber salido a las siete de la tarde, no pude. Llamé al señor Trapanello para que me explicase su caso. Era un pobre señor de unos sesenta años al que sus cuidadoras le habían quitado todo su dinero, y a raíz de no poder pagar su casa lo habían desahuciado. Me contó que ahora todos sus hijos vivían en Estados Unidos y Europa, y que por eso estaba viviendo en un albergue, hasta que yo hiciese algo por él. Sentí mucha pena, sentí ganas de ayudarle y recuperar esos 500.000 dólares y una buena indemnización.

Miré el reloj, dios, eran las nueve de la noche y yo había quedado con Camila para cenar en su casa por San Valentín. Llegué a su casa sin duchar, con el portátil bajo el brazo y el móvil vibrando una y otra vez. Pero al ver su sonrisa, no quería desilusionarla contándole todo el trabajo que tenía.

—¡Hey! Llegas un poco tarde, ¿no? —Asentí viendo la mesa ya puesta, y me senté con un suspiro.

—Hey, hola, sí. —Sí, debería ayudarla, debería... Pero es que lo único que podía hacer es sacar el portátil y ponerme a redactar el informe.

—¿Todo bien? —Sirvió los platos mientras yo miraba al ordenador, tragando saliva. Asentí. Camila se sentó frente a mí, pero había demasiadas cosas que me preocupaban, como por ejemplo, no devolverle la vida a ese señor, perder el caso, que me despidan o defraudar a mi padre de nuevo. —¿Podrías dejar el trabajo un rato? Estoy tratando de cenar contigo en San Valentín. —Achiqué los ojos mirando la pantalla del portátil mientras con una mano escribía y la otra la sujetaba el tenedor.

—Lo siento. Es la única forma en la que podía celebrar San Valentín. —Respondí mirándola. Masticaba lentamente su filete, y negó.

—Deja el portátil o me voy a enfadar. —Me señaló con el tenedor, amenazante.

La semana había estado movida. Me cogí unos días de más para poder ir con Camila a Knoxtenville, y al volver tenía una montaña de trabajo atrasado con los tres divorcios, la custodia y ahora el caso del señor Trapanello.

la chica del maíz; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora