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Lauren's POV

—¿Quieres que te sujete las piernas? —Me senté en el suelo y asentí, tumbándome. Camila se colocó frente a mí y puso sus manos en mis rodillas. —¿Cuántas tienes que hacer?

—Muchas. —Puse las manos en mis sienes y comencé a hacer abdominales. Camila giró la cabeza hacia una chica, y alcé una ceja al verlo. No le reprochaba nada, sólo me sorprendía porque Camila no solía ser así. —Camilita.

—¿Qué? —Volví a hacer otros quince abdominales después de descansar, y me reí al escucharla.

—Nada, ¿te gusta su culo? —Sonreí al decirlo, y ella sacudió la cabeza, algo confusa.

—No. —Alcé las cejas y me levanté de la esterilla, cogiendo mi botella de agua. —¿Vas a la piscina ahora?

—Sí, ¿te vas a quedar aquí? —Pregunté apartándole un mechón de la cara, poniéndolo tras su oreja.

—Correré un rato. ¿Vienes luego a mi apartamento? —Asentí dándole un beso en la mejilla. —Bueno, entonces haré tallarines carbonara para cenar.

—Sabía que vine a Vancouver por algo. —La cogí de las mejillas besándola, aunque ella se apartaba porque le daba asco que estuviese sudada. —No, no. Bésame o te frotaré la cara con mi sobaco.

—¡Ay Lauren! ¡Qué asquerosa eres! —Decía entre risas, dándome empujones en el abdomen. —Cuando llegues a casa duchada te doy los besos que quieras.

*

Entré en la piscina colocándome bien las gafas, y observé que el equipo de natación tenía ocupadas cinco de las diez calles que había. Eran unas quince personas nada más, y tenían una entrenadora que les ordenaba y corregía movimientos.

Moví mis brazos y mi cuello para destensarlos, soltando algo de aire entre los labios. Me apreté el gorro y subí a la banqueta de salida, mirando el reloj de mi muñeca. Puse el cronómetro y me lancé de cabeza al agua, sintiendo cómo mi cuerpo se zambullía en la piscina templada, y recorría metros bajo el agua moviendo mi cuerpo como si fuese una onda hasta llegar a la mitad de la piscina y salir a la superficie, empezando a nadar como yo solía hacerlo antes. Mariposa, cuatro largos que eran doscientos metros. No notaba mis hombros tensos ni tirantes, ni ninguna otra molestia. Mis pulmones intentaban adaptarse a la velocidad a la que iban antes, pero obviamente era algo prácticamente imposible. Toqué la pared de la piscina y di una voltereta, empujándome con mis pies en el muro alicatado de azul y volví a sumergirme y a nadar con mi cuerpo hasta más de la mitad de la piscina, aquello hacía que no me cansase tanto en competición.

Cuando mis brazos y mis pulmones ardían, terminé y paré el reloj, mirándolo con el ceño fruncido. 1:80. Bueno, no estaba nada mal. El récord del mundo estaba en 1:51.

Seguí entrenando algo más fuerte, intentando mejorar la marca anterior, poco a poco, braza a braza. Mis gafas se empañaban al entrarle agua, y sentía la incomodidad de las gafas hincándose alrededor de mis ojos, pero no me importaba. Esas eran las cosas que me hacían sentir viva de verdad. Por mucho que lo dijese, ser abogada no me llenaba. No como esto. Sí, me gustaba ayudar, pero como me podía gustar comerme un bol de pasta.

Salí de la piscina dos horas después, y en el vestuario me encontré con algunas de las chicas que entrenaban. Yo iba a lo mío, pero algunas se me quedaron mirando con recelo. Quizás era porque una chica que ni siquiera tenía equipo había hecho una mejor marca que ellas, y eso que no sabían cómo tenía el hombro.

Me vestí, me sequé un poco el pelo y me eché la bolsa de deporte al hombro, saliendo hacia la casa de Camila, que estaba a cuatro paradas de metro de allí, pero decidí ir andando. No sabía por qué, pero en mi mente debía fortalecer mi cuerpo. Quizás llegaría una oportunidad para mí y debía estar preparada.

la chica del maíz; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora