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Lauren's POV

Estar en aquella casa, con aquella gente era extraño, más que nada porque no conocía a nadie y, entre los grupos de conversación que había no me integraba en ninguno. Para empezar porque estaba el grupo de las mujeres, en dónde sólo se hablaba de niños, maternidad, lactancia, más bebés, supuestos nombres para futuros hijos o futuras maternidades. Luego, estaba el grupo de los hombres en el que el tema era: hockey. Así que, viendo el panorama, me mantuve a un lado con una cerveza observándolo todo.

Hoy mi padre había llamado otra vez, y le dije que quería volver a nadar, y él se enfadó. Se enfadó mucho. Me dijo que, le había costado mucho trabajo ponerme donde estaba, conseguirme un trabajo para que ahora lo dejase otra vez por eso de 'nadar', que las cosas eran como eran, y que si no podía nadar no podía y punto. Obviamente, todo esto fue a voces por teléfono. No se lo conté a Camila, pero yo estaba bastante afectada. Quería quedarme en mi casa, viendo la tele y distrayéndome, pero ahí lo único que hacía era pensar, porque nada me distraía, ni siquiera Camila.

Mi padre me apoyaba, sí, me quería, pero no como a mi hermano. Y, estaba casi segura de que me ayudó a irme a Vancouver para que por fin pudiese trabajar en lo que él quería.

—Mira, Lauren. —Salí de mi mundo, y Camila se giró con el pequeño en brazos. Era un bebé, no puedo describirlo de otra forma ni tampoco quiero. —Es precioso, ay. Tiene los ojos del padre. —El bebé tenía los ojos cerrados y, aun así miré a su padre y el niño seguía siendo... ¿¿¿Un jodido bebé??? —¿Quieres cogerlo? —Preguntó Camila mirándome.

—No, gracias. —Y ella siguió embobada con el niño hasta que se lo devolvió a su madre.

Nos sentamos en la mesa, y yo me retorcía al escuchar los comentarios del marido de la chica.

—Él se está portando muy bien. —Dijo ella mientras cenábamos. Yo iba a copa por comentario. Se está portando muy bien, o sea que antes de que naciese el niño no lo hacía.

—Sí, yo le hago la compra, yo le limpio, le plancho la ropa, a veces le hago la comida. —Levanté la cabeza del plato ante aquellos comentarios.

—¿Sólo compras lo de ella, la limpias a ella y sólo planchas su ropa? —Pregunté con los cubiertos en las manos.

—No, —soltó una risa— le limpio la casa, le plancho toda la ropa y le hago nuestra comida. —Asentí con una sonrisa irónica. —¿Por qué?

—Oh, nada. Sigue. —Sonreí agachando la cabeza para comer de nuevo. No quería dar la nota en la cena, pero me removí en la silla ante aquél 'micro' machismo que el marido de Claudia, creía que se llamaba, estaba soltando.

—Pues eso, me estoy portando bien. —Todos rieron menos yo, que sólo alcé las cejas y sonreí, bajando la mirada a mi plato y sonreí.

—Wow, estás siendo muy buen padre. Hay pocos como tú. —Le decía una de las chicas. Eso terminó de retorcerme el estómago.

"Por qué cojones tenía más mérito que un tío hiciera la comida y limpiase que una ama de casa, que se parte los cuernos todos los días por su familia." Pensé.

"Oh, claro. Porque es el deber de la mujer. Es esa huella en la sociedad que tenemos, ese estigma patriarcal. Pero claro, me llaman feminazi por ver la realidad, claro que sí. Vamos a someternos todas y a criar a hijos y a fregar mientras ellos ven el hockey y beben bourbon con sus amigotes." Esto, por ejemplo, sería algo que intentaría explicarle a mi padre y no lo entendería jamás. Porque, claro, eran paparruchas mías. "¿Cómo va a estar oprimida la mujer si ya puede votar?" Dijo un hombre blanco.

la chica del maíz; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora