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Camila's POV

Dejé mi bolso encima de la cama y me quité la camisa, dejándola en la mesa del escritorio. Escuché mi móvil, y rápidamente me volví hacia la cama para cogerlo. Era un número desconocido.

—¿Sí? —Respondí con el corazón casi en la boca.

—¿Es usted la señorita Karla Cabello? —Era una voz de mujer.

—Sí, sí, soy yo. —Miré por la ventana, pasándome la mano libre por el pelo.

—La llamábamos para comunicarle que el trabajo en el Museo Nacional de Arte de Vancouver es suyo. —Sonreí apretando los ojos, levantando la cabeza hacia el techo.

—¡Dios! ¡Es maravilloso! —La chica a través del teléfono se rio. —Lo siento, —carraspeé— gracias, muchas gracias, de verdad.

—Genial, le enviaremos toda la información por correo. Estamos agradecidos de tenerla aquí con nosotros.

—Gracias a ustedes, de verdad.

—Buenas noches, nos vemos en septiembre. —Colgó.

Acababan de darme trabajo en el museo más importante de arte en Canadá, y sin embargo, tenía un resquemor en mi interior, una especie de preocupación, y entonces supe por qué era; Lauren.

Acababa de aceptar mi trabajo, y acepté también el hecho de que tendría que alejarme de ella.

*

Las golondrinas sonaban de fondo, el ambiente había refrescado y se podía salir fuera. En el porche, en aquél columpio, me mecía con el pie en el suelo, con un libro entre las manos. Pasé la página y escuché pasos en la tierra, y entonces, Lauren subió las escaleras del porche, que crujió con la presión de sus botas, y se acercó a la puerta, llamando al timbre.

—Señora O'Donnell, le traigo sus botellas de leche para el fin de semana. —Ni siquiera se ha dado cuenta de que yo estaba allí.

—No están. Mis abuelos han salido de paseo. —Ella se sobresaltó y se giró con la caja en brazos.

—Hey, no te había visto. —Esbozó media sonrisa y dejó la caja en el suelo, sacudiéndose las manos.

—Ven, siéntate. —Cerré el libro dejándolo a un lado, y Lauren se sentó a mi lado, con un brazo puesto en el respaldo. —Necesito hablar contigo.

—Bien... Las veces que mis ex novias me han dicho eso no era bueno. —Solté una risa y apoyé mi cabeza en la mano que tenía apoyada en el respaldo, sonriendo un poco.

—Escucha... Me encantó lo que pasó ayer, de verdad, fue el mejor 4 de julio de mi vida, pero... —Cerré los ojos y suspiré, mordiéndome el labio inferior. — Me han llamado para trabajar en el Museo de Arte Nacional de Vancouver y... He aceptado el trabajo. Así que... —Me quedé en silencio y agaché un poco la cabeza. Sentía algo pesado pegado a mi pecho, no sabía decirles esas cosas a las personas. —No creo que sea conveniente que sigamos viéndonos de esa manera, ¿entiendes? Fue una noche maravillosa, y, y... —La miré a los ojos unos segundos, en silencio, soltando un suspiro entre mis labios. —Y no podemos seguir haciendo eso porque, no quiero hacerte daño, Lauren, y yo me quedaría destrozada.

—¿Qué? —Lauren se quedó mirándome con los ojos entrecerrados. Oh, ya venía de nuevo. Siempre que le decía eso a algún tío después de liarme con él, me decía que era una calienta pollas. —Joder, Camila, ¿te han dado trabajo en el museo de arte más importante de Canadá y ni siquiera me lo has contado? —Agaché la cabeza con una risa, poniéndome las manos en la cara.— No me dijiste que eras tan buena en lo tuyo, ¿sabes? Creía que eras de esas remilgadas que estudian Bellas Arte para follar en la facultad. —Comencé a reírme de nuevo, negando con mi mirada puesta en la suya.

la chica del maíz; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora