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Lauren's POV

Ver a Camila de nuevo y ver que me correspondía había sido lo mejor que me había pasado en la vida. Quedamos para cenar en su apartamento la noche siguiente, y aunque yo tenía que trabajar hasta tarde, acepté. Estaba muy nerviosa y quería causarle buena impresión, lo cual era la tontería más grande del mundo. Ella ya me conocía, incluso nos habíamos acostado, ¿qué coño estaba mal conmigo? Nada, simplemente esta vez estaba enamorada, y quería que lo supiese.

Compré una botella de vino antes de llegar a su casa, y me paré delante de su puerta, soltando aire entre mis labios antes de llamar a la puerta.

Camila abrió, y esbocé una sonrisa levantando la botella de vino que había comprado.

—Pasa, pasa. Estoy terminando la cena. —Llevaba un vestido corto negro y el delantal delante.

—Está bien. ¿Puedo ayudarte? —Cerré la puerta a mi espalda, y entré en su casa.

La cocina estaba a la izquierda, y el salón tenía una luz tenue. El sofá era gris, los muebles de diseño cuadrados, y una televisión enorme pegada a la pared. En vez de terraza, había un ventanal enorme que hacía de pared. Dejé mi chaquetón y me americana colgada en el perchero de la puerta.

—Si quieres... Puedes ir sacando los platos.

—¿Has trabajado mucho hoy? —Pregunté mientras levantaba el brazo izquierdo y cogí los platos del armario que estaba abierto.

—Bueno, me han dejado salir un poco antes. ¿Y tú? No me contaste nada de tu trabajo. —Decía mientras ella echaba un poco de pavo en los platos y yo ponía la salsa por encima.

—Sólo llevo casos pequeños. Divorcios, esas cosas. Los casos mayores los llevan los abogados... Grandes. —Dije riendo, viendo cómo Camila ponía un poco de puré de patatas en el plato.

—Me gusta eso. —Cogí las copas y la botella y caminamos hasta el salón.

—¿Te gusta el derecho? —Reí  mientras ella ponía los platos y cubiertos, yo descorchaba el vino con cuidado, y luego lo serví en ambas copas.

—No, pero ayudas a la gente. —Hice una mueca sentándome frente a ella en la mesa, cogiendo mi copa de vino.

—Las ayudo a divorciarse, no es exactamente algo de lo que alegrarse. —Ambas reímos, y sí, había echado muchísimo de menos su risa.

—Te echaba de menos. Además, necesitaba a alguien aquí. He estado con la tele puesta dos meses para sentirme acompañada. —Alzó la copa delante de su rostro y me miró con esa tierna sonrisa. —¿Por qué brindamos?

—Por... Por más cenas, las que tengan que venir. —Chocamos levemente nuestras copas, y le di un sorbo al vino, dejándolo en la mesa.

—Oye, ¿y tu hombro? No te pregunté el otro día. —Dijo mientras comenzaba a comer.

—Está... Bien. Ya no me duele y me quité el cabestrillo hace unas semanas, antes de llegar a Vancouver. Estoy yendo a un fisioterapeuta que me da masajes para reestablecerlo todo, y poder nadar de una forma... Normal. —Tomé el primer bocado, y la verdad es que estaba bastante bueno. Nunca había visto a Camila cocinar, pero supongo que estar tantos veranos con su abuela había dado su fruto.

—Y... ¿Cómo estabas tú? Te dije lo mal que lo pasé yo, pero... De ti no me contaste nada. —Tomé un trago leve de mi copa y me humedecí los labios.

—Lo pasé fatal. Creo que ha sido mi peor época, ni siquiera después del accidente. —Agaché un poco la cabeza, removiendo el puré con la salsa del pavo. —Cuando dejé de trabajar con mi tío y, ya sabes, estuve contigo, empecé a notar un dolor más intenso aún en el hombro, y cuando te fuiste tuve que irme a Chicago de urgencia. Y... —Levanté la mirada del plato hacia ella, que me miraba interesada. —Cuando me vio el médico, me dijo que tenía los ligamentos rotos y que, ese dolor que yo te decía que tenía, no era una secuela del accidente, era un daño en esos ligamentos que se podría haber curado y podría haber seguido con mi carrera.

la chica del maíz; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora