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Camila's POV

—Departamento de gestión de obras maestras, ¿en qué puedo ayudarle? —Sujeté el teléfono sobre mi oreja, mirando a Cassie que terminaba de rellenar unos informes en la mesa. —No, aquí no es donde debería hablarlo. No sé... Llame a la centralita y allí le dirán adónde debe llamar para aclarar su duda. —Entonces, vi unas manos posarse en el borde de mi mesa, y Lauren subió la cabeza. ¿En qué momento había entrado allí? —Oh, sí, para eso necesitaría un documentación completa. ¿De qué colección se trata? —Apoyó las manos allí y la barbilla sobre sus manos mientras esperaba que yo terminase de hablar. —Ajá... Sí, le paso con mi compañera que es la que lleva esa colección. —Pulsé la tecla del teléfono y suspiré colgando. —¿Qué haces tú aquí?

—Vengo a por ti. —Me levanté de la silla al igual que ella se incorporaba y la besé cogiéndola de las mejillas.

—Me encanta el traje. ¿Vamos a comer? —Señalé las escaleras. Lauren apretó los labios y negó, metiéndose las manos en los bolsillos. —¿Entonces a qué has venido?

—Quiero hablar contigo.

—Tranquilízame y dime que no es algo malo porque estoy a punto de colapsar. —Ella rio sacudiendo la cabeza.

—No, no es malo, puedes estar tranquila.

Entramos en el museo y comenzamos a pasear por la exposición que teníamos aquellos tres meses.

—¿De qué artista es? —Señaló los cuadros.

—Son una colección que nos ha cedido Italia. Caravaggio, Ribera... —Me encogí de hombros hasta que llegamos a una sala donde no había nadie.

Nos sentamos en el banco y miramos aquél cuadro. Permanecimos en silencio un rato, incluso a Lauren la hacía enmudecer.

—¿Cómo se llama este cuadro?

—El soplón, del Greco. Mi favorito de la colección. —Sonreí apoyando las manos en el banco. —Sólo tienes que ver la maestría con la que plasma la luz natural de un fósforo iluminando al niño sobre un fondo totalmente negro.

—Es bonito, sí. ¿Pero el Greco no era español? —Negué sonriendo mientras seguía admirando el cuadro.

—No. Griego, y no se sentía español. —Me giré hacia ella con el ceño fruncido. —¿Qué querías contarme, Lauren? —Se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una caja gris, dándomela. La abrí con cuidado, y vi un gorro y unas gafas de natación nuevas.

—Me los regaló mi madre el otro día. —Cerré la caja y sellé los bordes con la cinta adhesiva que llevaba. —Me hizo prometerle que los gastaría luchando por lo que de verdad quiero.

—¿Y qué es lo que quieres? —Le devolví la caja. Lauren la arropó entre sus manos, acariciando la tapa con lentitud, apreciándola.

—Tokio. Mi medalla de oro en Tokio. —Ni siquiera antes me había dado cuenta de la realidad. Cuando me dijo aquello entonces me estalló todo en la cara. Joder, Lauren era una maldita medallista olímpica sin medalla. —Pero... ¿Qué va a pasar? ¿Y si me lesiono? ¿Y si al final no gano? No puedo competir más en Canadá por ser estadounidense, y mi prueba no vale nada pero... Me han llamado para el estatal de Chicago en mayo.

—¿Por qué piensas eso, Lauren? —Solté una risa negando, y la tomé de la barbilla para que me mirase a los ojos. —Es tu sueño, olvida las inseguridades y ve a por ello, el que no arriesga no gana. Vas a ir a Chicago, vas a ganar y conseguirás el pase al campeonato nacional. ¿Por qué estás tan insegura?

la chica del maíz; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora