Ayden
Suelto todo lo que tengo en mis manos y corro hacia la parte trasera de mi cabaña, en dónde se encuentra mi camioneta estacionada. Tras varios intentos fallidos de poder poner la llave en contacto, finalmente logro hacerla girar y arranco haciendo que las llantas produzcan un ensordecedor chirrido contra el suelo.
Es imposible entrar a las calles del centro comercial sin quedar pegado en el caos del tránsito, por lo que aparco en una de las calles laterales y me echo a correr hacia dónde me dijo. Cuando doblo la calle del boulevard 32, una multitud de gente aglomerada en el medio de la vereda me llama la atención y temo lo peor. Corro entre ellos apartándolos como plantas con los brazos, apenas disculpándome de los empujones que les propino hasta que finalmente lo veo. Allí está. Mi corazón se frena por un segundo y me cuesta respirar. Está inconsciente contra la malgastada columna que sostiene el teléfono, medio cuerpo adentro y el resto hacia afuera de la cabina.
Sus labios tienen un intenso color morado y su cara está pálida. Menciono su nombre repetitivamente mientras lo abrazo para mantenerlo caliente. Chequeo su pulso y todavía late: muy lentamente pero late. Grito desesperadamente que alguien me ayude, pero la gente solamente se limita a observarnos como si estuviésemos brindándoles un espectáculo gratuito. Lo alzo y transporto todo su peso en mis brazos, dedicándole decenas de insultos a todos los que se encuentran allí.
Al llegar a la camioneta, lo recuesto en los asientos traseros. Direcciono la calefacción hacia su pecho y espero que despierte gritando su nombre, estrujándolo contra mí y derramando más lágrimas de las que ya no me creía capaz de poseer.
Poco a poco lo veo abrir los ojos y nuestros ojos se encuentran luego de tanto tiempo. Su mirada hace bombear mi corazón con tanta fuerza que lo siento a punto de explotar.
Permanezco absorto contemplando el brillo de sus ojos. ¿Estoy soñando? ¿He muerto? Quiero hablar, pero no me salen las palabras.
- ¡Austin! -repito por... ¿decimocuarta vez?
- Hace un frío que te cagas. -Dice al fin, y creo que nunca lo había visto tan contento. Por primera vez en mucho tiempo puedo verlo sonreír genuinamente, con esa sonrisa que me recuerda por qué me enamoré y me voy a seguir enamorando todos los días de mi vida.
- Sí que has vuelto -respondo con la voz cargada de emoción.
Ese tipo de contestaciones son muy propias de él, así que me relajo al instante cuando lo escucho hablar con soltura.
- Oye, deja de ojearme y ayúdame a ponerme cómodo que quiero abrazarte cómo se debe -propone.
- Ven aquí - le digo y lo ayudo a enderezarse para luego fundirnos en un abrazo y destrozarle la boca con un beso.
- Gracias -susurra mirándome a los ojos luego de una pausa-. Gracias por ser quién eres. Por no preguntar nada, y simplemente estar aquí para mí.
Desenredo mis manos de su nuca y comienzo a bajarlas lentamente marcando un camino con ellas por su espalda, acompañado de una mirada cargada de deseo. Al llegar a su cintura poso mis manos sobre su zona y le sonrío diabólicamente. El me devuelve el gesto, y me posee de la misma manera.
- Pienso que... deberíamos esperar...nos un poco, ¿no cr...ees? -menciono cada palabra con los pocos baches de espacio que me deja entre beso y beso.
- Es que te eché mucho de menos -responde aún con una sonrisa perversa.
- Y yo a ti. Pero te encuentras débil. Déjame llevarte a mi cabaña para que te recuperes rápido. Todavía estás temblando, Austin.
- De acuerdo. Déjame así entonces.
Desvío mi mirada hacia su pelvis, que está relativamente más abultada desde que comenzamos a besarnos y sonrío con vehemencia mientras me acomodo para llevarlo a nuestro hogar.
- Ya tendremos tiempo para nosotros luego de hablar, cabrón.
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Mi Casualidad Eres Tú
RomanceUn encuentro que derriba esquemas, porque el amor verdadero no tiene límites. Es una novela para lectores con la mente muy abierta. Dicho esto, y si todavía te crees capaz de soportarlo, te invito a que te aprietes el cinturón y disfrutes del viaje...