Capítulo 18

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Lia no encontraba su voz aún. El anillo era realmente precioso, sencillo y de un gusto exquisito. Lo miró una vez más, evitando tomarlo, como si pensara que en cualquier momento podría desaparecer de su vista. ¡Era perfecto! Jamás había pensado que Aidan cuidaría cada pequeño detalle, después de todo, la proposición matrimonial había sido más fríamente razonada que algo surgido por la pasión del momento. Como si entre los dos, alguna vez pudiera existir alguna clase de pasión que justificara semejante arrebato. Sacudió su cabeza, no era momento para pensar en eso. Trató de superar la sorpresa y decir algo, aún un asentimiento estaría bien –pensó.

–¿Eliane? –Aidan la llamó tras cinco minutos de silencio– ¿estás reconsiderando la idea? –preguntó. Tal vez ella no había pensado que él hablaba en serio cuando había dicho lo de su propuesta, pero sí que lo era. Ahora, no sabía que más decir y, francamente, lo asustaba el sentimiento de terror por si ella se negaba.

–No –finalmente pronunció algo débil. Se aclaró la garganta–. Jamás –aseguró–. Es tan solo la sorpresa, Aidan... es bellísimo –lo tocó con cuidado–. Estoy sin palabras.

Él sonrió, aliviado. Sacó el anillo de la caja que Lia aún sostenía, logrando que ella lo mirara, con aprensión. Aidan extendió el anillo y con la otra mano tomó la de Lia.

–Eliane –pronunció, pensando cada palabra que iba a articular–, este anillo representa el compromiso que yo asumo contigo. Es totalmente simbólico, lo sé, pero quiero que sepas que es tan real y perdurable como él –se lo deslizó por el dedo–. Es tuyo.

Lia lo miró brillar, los pequeños destellos que provocaba el fuego de la chimenea en la superficie reluciente. Se sorprendió lo bien que le calzaba y no pudo evitar preguntar.

–Dijiste que era una herencia familiar –él asintió–. ¿Alguien más lo llevó como anillo de compromiso?

Aidan confirmó una vez más, esbozando una pequeña sonrisa.

–Mi abuelo se lo dio a mi abuela el día de su compromiso. La amaba desde el mismo día que la conoció y lo compró aún antes de que ella fuera su novia siquiera –Lia se sorprendió–. Él estaba tan seguro que ella estaba destinada a él que lo compró, con la firme creencia que ella lo llevaría un día. Y así fue... fueron muy felices –contó con un ligero rastro de ilusión en su voz–. Este anillo le fue entregado a mi padre pero él jamás se lo dio a mi madre, ella simplemente quería algo exclusivo de ella, a su gusto –Lia pensó en el escandaloso y nada sencillo brillante que lucía la mamá de Aidan, imaginaba que ese era– así que, mi padre se lo guardó. Teníamos una estrecha relación –recordó– y, yo era el hijo mayor –Lia lo miró con una pequeña sonrisa–. Bueno, por unos segundos, pero lo soy –precisó y ella asintió–; por tanto, un día cualquiera, me entregó el anillo contándome la historia. Jamás pensé que se lo daría a nadie. No –negó cuando Lia empezaba a abrir la boca–, ni siquiera cuando le pedí matrimonio a Kate, se pasó por mi mente la idea de dárselo. Era demasiado... preciado para mí y simplemente no se sentía correcto.

–¿Y esto... si se siente correcto? –murmuró Lia mirándolo con los ojos llenos de ansiedad.

–No imagino dárselo a nadie que no seas tú –contestó Aidan clavando sus ojos grises, apasionados en los de ella, dejándola sin aliento.

Se quedó quieto, aún sosteniendo su mano y firmemente el anillo en ella. Lia bajó la mirada y puso su otra mano sobre la de él, estrechándola. Cuando había pensado que la iba a besar, porque su rostro se acercaba peligrosamente hacia el de ella, se levantó y quitó bruscamente su mano.

–¿Aún tienes lugar para el postre? –Aidan pronunció con simpatía que no alcanzaba sus ojos y Lia pensó que algo había ido mal. ¿Pero qué?

–Por supuesto –Lia se levantó con una gran sonrisa, intentando dejar de lado la idea de que algo molestaba a Aidan. Se tocó inconscientemente el anillo–, ¿sabes? Ha sido el mejor regalo de navidad que he recibido.

Él la miró con sorpresa, examinándola como tratando de descubrir que se escondían tras sus palabras.

–En todo caso –continuó ya que él no decía nada– el más significativo –se sonrojó y bajó la mirada–. La historia es bellísima y este es... es perfecto en su sencillez. Tan elegante y sobrio, nada ostentoso como... –el de Kate, había estado a punto de decir y se cortó bruscamente. Casi, su mente traía a colación cosas bastante inoportunas.

Siguieron en silencio mientras se servían un trozo de pastel de frutas. Lia quería pensar que Aidan no había captado a lo que ella había estado a punto de referir, pero sabía que era imposible.

Terminaron el postre y cada uno estaba sumido en sus propios pensamientos.

–Kate insistió en elegir el modelo de su anillo de compromiso –contó Aidan, como si comentara el clima–. Si bien le entregué uno, ella insistió en que no le calzaba –se quedó pensativo–; en cierto modo, tenía razón. No era su estilo. Es difícil explicarlo pero yo no lograba comprender del todo eso.

Lia asintió indulgente. Kate era bastante especial al elegir algo que usaría y mucho más si se suponía que lo llevaría el resto de su vida. Supuso que no debía juzgarla de superficial, pero era lo único que se le venía a la mente.

–Sé a qué te refieres –Lia respondió por decir algo–. Aidan... –él la miró, expectante–, sé que no es asunto mío, pero... –se calló. Él siguió clavando su mirada e hizo un ademán que siguiera–. ¿Amas a Kate?

Aidan sintió que el mundo había girado demasiado rápido y de pronto se detenía, bruscamente. La miró consternado, con confusión e incredulidad. Eliane no podía estar hablando en serio, es que no era posible. ¡Era una locura! ¿Si amaba a...? ¡No!

Quiso gritárselo pero las palabras se le quedaban atoradas en la garganta. ¡No! ¿Cómo podía siquiera planteárselo? ¡Él había dejado eso en el pasado! ¡Dios, el amor ni siquiera existía para él!

Bien, entonces, ¿por qué no decía que no?

Abrió la boca y no emitió ningún sonido. Se resistía cualquier sílaba a salir de sus labios. Inspiró profundamente.

–No sé por qué he dicho eso –negó con la cabeza en rápidos movimiento Lia–. Lo siento Aidan, salió naturalmente y debí...

–Eliane –la tomó de los brazos, mirándola fijamente–, no la amo.

Ella soltó un gran suspiro de alivio. Sí, no sabía por qué, pero esas palabras habían sido como encontrar un oasis luego de vagar por el desierto de la incertidumbre. Por un momento... pero no, era lógico que la pregunta de ella le hubiera tomado por sorpresa. No pronunciaban la palabra "amor" entre ellos desde aquellos días hace cinco años. Y ahora, estúpidamente, ella preguntaba si amaba a Kate; no, "amas a Kate" –había dicho, en presente–. ¿Estaba loca? Con razón él miró como lo hizo. Pero, y ¿qué tal si no? ¿Qué tal si él no había considerado esa idea hasta que ella lo había dicho y no estaba seguro de "no amarla"?

¡Imposible! Cosas así no podían pasar. Sin embargo, él había estado todos esos cinco años ahí, a pesar de lo sucedido, con ellos. Bien podía...

Los pensamientos de Lia se detuvieron de pronto cuando Aidan la estrechó entre sus brazos con fuerza. Se aferró a ella y la besó en la frente, con infinito cariño. Se sorprendió.

–Eliane... –pronunció su nombre con lentitud, como saboreando cada sílaba–. Eliane, yo no puedo amar a Kate, ni a ninguna otra mujer.

–Yo... –no podía mirarlo–. Lo sé.

–¿Acaso tú pensaste que...? –se detuvo. ¿Qué estaba a punto de decir? Ni siquiera podía pensar con claridad. Era cierto que había pensado en el "amor" como un término de fantasía durante todos esos años pero algo pasó cuando Eliane lo pronunció. De pronto, tomó una forma tan real, tan palpable como él mismo, como la cabaña, como... como Eliane.

Y eso no estaba bien. Jamás estaría bien, porque él no podía sentir algo que pensaba no existía. Pero, ¿podía sentir algo que no creía sin siquiera notarlo? ¿Podía ser posible?

InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora