Capítulo 29

3.7K 431 10
                                    

Él la besó, fuerte y apasionadamente. Esa era la mujer que él había elegido para el resto de su vida, la que necesitaba y a la que... bueno, él quería bien siempre. La única que podría reconocerlo con los ojos cerrados. ¿Cómo pudo pensar que ella veía a Liam en él? Los diferenciaba como si fuera cualquier otra persona del mundo y no su hermano gemelo. Y él, se sintió extrañamente feliz, satisfecho. Sin resentimientos, rencores ni sentimientos negativos que lo empañaran. Simple y sencillamente... feliz.

Finalmente abordaron el avión que los conduciría a unas cabañas, de bastante exclusividad, enclavadas en unas montañas de difícil acceso, que siempre estaban nevadas.

Los días pasaron mágicos y envueltos de romance y pasión. Se sentían completos, felices y realizados. La vida podía ser hermosa. Muy hermosa.

Cuando tuvieron que regresar, Lia se resistía un poco a la idea por temor a que esta realidad desapareciera, pero sabía que no era así. Todo se debía a que estaban juntos, a que Aidan estaba a su lado y eso era lo que había cambiado el eje de su mundo. Lo había alborotado, pero se sentía tan bien.

Aun así, había algo que la molestaba. Bueno, ella no podía precisar que era, pero algo no se sentía como debería. Tal vez, solo era una remota posibilidad claro, porque ni siquiera pensaba que podía pasar; sin embargo, quizá ella empezaba a enamorarse de Aidan. Tal vez, estaba enamorada de Aidan ya. O... quizás, amaba completa y perdidamente a Aidan desde el inicio.

¿Qué iba a hacer? ¡Estaba perdida!

Ya lo había sabido, aún antes de la boda, aún antes de que él conociera a su familia. Pero, no podía imaginarlo. No podía siquiera empezar a ponerle nombre a un sentimiento que había creído el peor que puede nacer, el más mezquino y en nombre del cual se comete todo tipo de estupideces.

Y, sin embargo, amaba a Aidan.

Estaba asustada. Más, estaba aterrada.

¿Y qué tal si él no la amaba? Peor, ¿qué si él no era capaz de amarla a ella y decidía que lo mejor sería separarse?

¿Qué tal si se enamoraba de alguien más?

¡No! ¡Qué locura pensaba, Dios! Él era Aidan, su Aidan. No creía en el amor, no obstante ella estaba segura que podía sentirlo. Esperaba que con ella, quería creer que sería con ella.

¿Y qué si no? Bueno, tendría que averiguarlo. Y la única manera, era diciéndoselo. No había de otra.

Pasaron los días, semanas y meses. Una cosa era pensarlo, ver todo con claridad y una muy diferente revelar esa nueva luz de verdad a otra persona. Lia no se veía capaz de decírselo. Tenía miedo de lo que podría suceder, sin embargo el sentimiento ya era asfixiante.

Y, lo que era peor, Aidan había empezado a notarlo. A preguntarle qué iba mal, qué era lo que sucedía, y ella ya se había quedado sin excusas.

Necesitaba tomar valor, debía hacerlo.

–Aidan –pronunció con firmeza, aunque se mordía el labio–, creo que he empezado a enamorarme... –se detuvo y miró su expresión en el espejo. No parecía la de una persona enamorada, sino aterrada. Suspiró hondo–. Bien, de nuevo... Aidan, estoy sintiendo algo nuevo por ti... –nuevamente se cortó con una mueca. Eso no sonaba bien tampoco. ¿Qué iba a decir?

Inspiró hondo y cerró los ojos. Tal vez así sería mejor.

–Aidan, te amo –soltó con voz fuerte, sin abrirlos aún.

–Yo también te amo, Eliane –contestó a sus espaldas.

A Lia se le cayó el mundo. Abrió los ojos de golpe y los cerró, tenía que estar soñando. Esa voz, solo podía haberlo soñado. ¡No podía ser Aidan! ¡Él había ido en un viaje de negocios! ¡Él llegaba hasta mañana!

–Adelanté el vuelo –su voz sonaba tranquila, cercana. Él la estrechó por detrás– ¿por qué no me miras? –sonrió, encantado por la expresión de ella.

–Porque estoy esperando que desaparezcas. Tienes que ser una visión –Lia seguía ahí, parada, abrazándose la cintura y sin girar.

–No. Soy muy real –él la abrazó, estrechándola la giró, poniéndola de frente hacia él. La besó con cuidado, lentamente– una visión no hace esto, ¿cierto? –siguió el camino de su cuello y volvió a sus labios–. Cuanta falta me hiciste.

Lia estaba quieta, aterrada. De pronto, se dio cuenta. Las palabras de Aidan.

"Yo también te amo, Eliane".

¿Podía haber escuchado lo que quería? ¿Él lo habría dicho para burlarse? ¡No, Aidan jamás haría algo así! Solo diría algo si realmente lo sentía. Eso significaba que... ¡no podía ser!

Se separó de golpe. Abrió los ojos y miró el rostro de él.

–¿Qué dijiste al entrar?

–No lo recuerdo –entrecerró los ojos, esbozando una pequeña sonrisa.

–¡Aidan! –gritó ella, impaciente–. No estoy para juegos.

–¿No? Es una lástima –suspiró y se ganó una mirada fulminante.

–¡Aidan! –repitió, sin saber que más decir.

–Eliane –sus ojos grises tenían una expresión indefinible–, yo te amo –dijo cada palabra con lentitud, como saboreándola.

Ella sintió que se desmayaba, el mundo giraba a su alrededor. ¿Se había vuelto loca? ¡Tenía que ser un sueño! O tal vez no...

Tal vez, Aidan si la amaba. ¿Sería posible? ¡Aidan la amaba!

–Me amas –pronunció despacio, como si pensara que él iba a desaparecer.

–Aja –asintió con una enorme sonrisa.

–Yo te amo –Lia repitió, como si no pudiera creerlo.

–Eso espero –su voz sonaba risueña.

–Nos enamoramos. Es tan... ¡increíble! –soltó, echándose a sus brazos.

–Lo sé –la estrechó Aidan, con fuerza–, pero es cierto.

–No puedo creerlo. Dime que no es un sueño –pidió.

–Todo es real –Aidan la separó, para mirarle el rostro mientras decía–; y, te lo demostraré de todas las maneras posibles –pronunció.

Lia no pudo pensar más con claridad. Era Aidan, el hombre al que amaba. Y él la amaba. ¡El mundo era perfecto, maravilloso, único!

El mundo les pertenecía. Era suyo. Se amaban.

Parecía que nada podía salir mal. Casi fueron días tan buenos como los de su luna de miel. No podían dejar de sonreír ni de mirarse con amor, sus miradas no podían ocultar lo que sus corazones gritaban hacía tanto tiempo. Eran días llenos de felicidad.

Un día cualquiera, se encontraban desayunando en la casa que apenas habían adquirido hacía dos semanas, para establecerla como su residencia permanente cuando él la besó, inesperadamente como acostumbraba.

–¡Un día harás que queme todo! –Lia habló alarmada. Sin embargo, lo besó también–. ¿Hoy sales de viaje, cierto?

–Aún no es seguro –explicó él–, pero me encantaría que me acompañaras –ella dudó–. ¿Crees que pueda convencerte de dejar tu trabajo y viajar conmigo siempre?

–Es una oferta tentadora –lo besó ligeramente–; pero, no lo creo, amor.

Aidan miró con disgusto que se alejara y que se negara. Estaba a punto de protestar cuando el teléfono sonó. ¿Quién sería si apenas se habían mudado y nadie excepto en su oficina, para emergencias, tenía ese número?

InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora