Capítulo 24

3.3K 429 2
                                    

Aidan dejó la llave de su departamento junto al teléfono de la sala. Estaba agotado aunque también se sentía curiosamente satisfecho. Pasaban de las dos de la mañana, pero podía jurar que jamás se había sentido más feliz ni más cómodo con quién era y el lugar que estaba.

Se preguntaba cuál era el cambio tan grande que hacía que él pensara así, se sintiera así. Tal vez todo se debía a la manera en que había despedido el año, o con quién lo había despedido. O era, simplemente, todo en su conjunto. Sí, de seguro esa era la respuesta más acertada. Él jamás había celebrado un fin de año de esa manera; bueno, jamás había tenido ninguna festividad celebrada así para ser sincero. En familia, y le gustaba.

Aquel aire de complicidad, tradición y risas era realmente pacificador y agitador de su espíritu. Por primera vez, se planteó la idea que pronto tendría una familia, la formaría con Eliane y esa idea le supo celestial. No existían palabras suficientes para describirla, tendría una familia, su propia familia.

Jamás pensó cuanto anhelaba una. Nunca anheló una hasta que miró los ojos castaños de Eliane días atrás. Era extraño, sin duda alguna, pero imaginó que no notaba la falta que le hacía el amor de una familia hasta que vio lo que era realmente tener una. Protegerse unos a otros, apoyarse en los buenos y malos momentos, sencillamente estar ahí cuando fuera necesario y saber cuándo ya era tiempo de partir. De dejarte solo... de que tomaras tus propias decisiones.

Bien, él siempre había tomado sus propias decisiones y varias de los demás también, imaginaba. Pero, así había sido necesario. Nadie estaba detrás de él apoyándolo o gritándole. No, su madre dejaba que hiciera por su cuenta y su padre, bueno él, si estaba más presente porque vio el potencial de ser un hombre de negocios que no encontró en Liam. Y así, había asumido el rol que le asignaron, tomó las decisiones que creyó convenientes y trató de actuar como estaba seguro pensaban debía hacerlo.

Había intentado tenerlo todo. De cierta manera, cuando tuvo un éxito moderado en la parte económica y laboral, él esperaba llenar ese vacío en su vida sentimental. Una esposa, hijos... una familia. Se sintió fracasado, en cierta manera. Él no acostumbrara perder y tuvo que tragarse su orgullo y permanecer de pie ante lo que le pareció la más estúpida muestra de traición. Pero así era la vida, y él siguió adelante. Estaba consciente que no lo hizo solo, que en gran parte de ese camino de superarlo estuvo Eliane siempre, ayudarle a ella fue ayudarse a sí mismo. Juntos salieron de aquel agujero en que se habían sumido sus respectivas personalidades.

Y ahora se reencontraban. Quien fuera encargado de eso, los había reencontrado. Dios, el destino, la vida... no sabía, solo que una vez más estuvieron juntos en aquel lugar, como si nada hubiera cambiado. Como si debieran continuar desde donde lo habían dejado todo la última vez. Solo que, sí era diferente en esta ocasión. Ellos habían cambiado.

Él y Eliane. Juntos. Eliane...

Cerró sus ojos mientras susurraba una última vez su nombre, dedicándole su último pensamiento antes de dormirse totalmente.


Al día siguiente, Aidan pensó que bien podían renunciar a la idea de una familia grande e, internamente, agradeció que tuviera tan solo un hermano al que probablemente jamás invitaría a su casa, por tanto solo serían él y Eliane con sus hijos. Porque ¡era una familia condenadamente grande! ¿Cuarenta, cincuenta personas? No podía precisarlo. Entre niños, bebés, adultos, jóvenes... ¡solo demasiada gente! Y él se sentía algo agobiado por la situación.

–Lo lamento –susurró Lia bajando la mirada–. Sé que es de locos.

–Está bien –trató de tranquilizarla Aidan, aunque su tono era de consternada resignación cuando vio un panecillo aterrizar cerca de su zapato–. ¡Rayos!

–Siento eso también –dijo, intentando contener la risa.

–¿Te estás riendo? –él no le encontraba la gracia. Estaba serio y, cuando miró los ojos de ella brillantes y sus labios firmemente cerrados para no reírse, le provocó tanta ternura que esbozó una pequeña sonrisa–. Es una locura.

–Dímelo a mí –suspiró mirando el caos a su alrededor–. Pasa cada año, en Navidad o Año Nuevo. Bien podríamos evitarlo viajando, ¿no te parece? –pidió entre esperanzada y bromista.

–Excelente idea –asintió Aidan, sin precisar si lo decía en verdad–. Aunque yo estaré cada festividad contigo donde estés, Eliane.

–¿Aún si decidiera venir a la fiesta cada año? –abrió los ojos, sorprendida.

–Aja –asintió– cada año.

–¿Y si quiero ir cada Navidad a un lugar diferente? –preguntó.

–También iría contigo

–¿Y si...? –rió bajo.

–Sea lo que sea, estaremos juntos.

–Eso sería lo único que quiero –le tomó la mano, estrechándola–. Eres un gran hombre, Aidan.

–Solo soy un hombre, Eliane. Solo eso –pronunció incómodo por el halago pero una pequeña sonrisa satisfecha asomó en sus labios. Lia sonrió también y se apoyó en su hombro cuando él le pasó el brazo por la espalda.

–Curioso, pero parece que realmente lo crees –Lia lo picó y él negó con la cabeza, mirando como dos niños pasaban peligrosamente cerca de un pastel de chocolate, casi arrojándolo al suelo. Él rió.

–Encuentro algo de encantador en la situación. Y algo siniestro –soltó con temor y ella rió también, emocionada por la alegría que había detrás de las palabras de Aidan. Si bien, su familia al completo era "demasiado" para él aún, lo estaba tomando bastante mejor que muchos de los que se habían sumado a lo largo de los años. No gritaba, lloraba, maldecía, resbalaba, caía en la fuente (sí, había pasado)... todo iba bien. Respiró hondo. Aidan la miró, estrechándola aún más contra sí–. Siempre me pregunté cómo era la dinámica de las familias grandes.

–¿De verdad? –Lia lo miró con embeleso, es que sus ojos grises brillaban y ella no podía dejar de mirarlos. Era atrapante.

–Ciertamente –giró más el rostro para estar totalmente de frente–. Creo que, con el tiempo, te acostumbras al ruido y el caos.

–¿Con cuánto tiempo? –comentó sarcástica Lia.

–Tú dime...

–Aidan, ¿quieres una familia grande? –soltó de pronto, sin detenerse a pensar.

Él se separó con un solo movimiento. Lia se sentía confusa, pensaba que él quería una familia pero tal vez no. Hasta que miró sus ojos. Solo era sorpresa –respiró, aliviada. Aidan dibujó una sonrisa lentamente.

–No lo había pensado –contestó con sinceridad–. Es todo nuevo para mí.

–¿Agradable?

–No empiezas a imaginarlo –sonrió y aquella sonrisa que quitaba el aliento le llegaba hasta los ojos. Y él sabía que sus ojos no podían ocultar nada pero no le importaba. Siempre los fijaba en Eliane para que leyera sus emociones, porque ella lo había mencionado alguna vez y él lo tenía tan presente. Era curioso, como ciertas cosas, sin aparente sentido, se te quedan fijas en la mente. Y con ella, le pasaba mucho. Tenía varios retazos de conversaciones grabados, como si los reviviera una y otra vez. ¿Por qué? No lo sabía.

–¿Aidan? –llamó Lia interrogante–. No me estás escuchando, ¿eh?

–¿Ha pasado algo? –se sentía algo perdido aún.

–Te decía que ya podíamos despedirnos e ir a un lugar más tranquilo.

Suspiró con alivio. No pudo evitarlo y eso le arrancó una sonrisa a Eliane.

–¡Cuánto lo disfrutaste! –susurró cuando salían ya, al despedirse de todos–. Gracias por venir conmigo –soltó, al tiempo que le daba un breve beso en los labios con dulzura.

InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora