Capítulo 8 - Mi Salvador.

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Me levanté del sillón y traté de caminar hacia la cocina... quería tomar un poco de agua para que el alcohol no me siguiera afectando. Sentía gritos como si fueran en otra habitación de la casa, pero todo transcurría a un metro cerca de mí. Me fui con un vaso de agua en la mano y de repente, me empujaron tirándome la bebida sobre mi ropa.

–¡Oh, mierda! ¡Perdón! –se disculpó un chico. Era un skater como de dieciocho años, con la playera enorme de flores hawaianas y unas bermudas de jean. Usaba su cabello rubio algo largo como Harry Style.

–¡La ropa! –exclamé nerviosa ¡Mi tía iba a matarme!

–¡En serio! Disculpa.... –lo empujé, tambaleando para irme de la cocina.

–¡Hey! ¿Te sientes bien? –me preguntó con mucha confianza. Su cara no parecía ser peligroso.

–Antón me dejó allí... ¿Dónde está? –le respondí inocentemente.

–¡Ah...! ¿Te sientes bien? –me preguntó con seriedad.

–No... me quiero ir a casa. –le respondí somnolienta.

–¡Vamos, entonces! –me tomó del brazo. Sus ojos me inspiraban confianza... no sé por qué sentía que él debía llevarme a mi casa.

–Vamos. –le dije. Nos fuimos afuera... apenas podía caminar de la borrachera. Entramos a su carro Ford Falcon y salimos del lugar a toda velocidad. Me recosté más en el asiento del apestoso carro, con olor a hierba.

–Abre la ventanilla si quieres. –me ofreció mientras doblaba en la esquina. La abrí como pude hasta la altura de mis ojos. Me sentía muy mareada y el movimiento del coche me hacía ver más borroso.

–Antón se va a enfurecer porque me fui.... Me olvidé de avisarle. –me preocupé.

–Descuida.... Antón lo conozco muy bien, yo le digo que te llevé a tu casa.... Por cierto ¿Dónde vives? –me preguntó mirando hacia todos lados antes de pasar la esquina. Le indiqué que me llevara a la calle donde vivía mi tía. Llegué al apartamento y me bajé sin preguntarle su nombre.

–¿Estarás bien? –me preguntó preocupado.

–Sí... descuida. Gracias. –le dije desganada, mientras cerraba la puerta del coche. Saqué las llaves de mi cartera y subí por las escaleras como pude. Pasé por la ventana de la habitación de mi tía. Vi la luz encendida de una lámpara. Me escondí un poco para que no se notara mi silueta y miré por dentro. Mi tía estaba arriba de un hombre cabalgando en pleno clímax... su melena furiosa se agitaba con los movimientos al igual que sus grandes y turgentes pechos, y las manos de él le sostenía sus nalgas, haciendo que sus gemidos se escucharan bastante desde afuera. No podía despegar los ojos de lo que estaba viendo... era como visualizar todas esas historias, como si estuviera viendo pornografía en vivo y en directo. De repente, el tipo la acostó bruscamente y la puso boca abajo, tomándole sus nalgas con fuerzas y penetrándola con su grueso pene de una forma violenta, haciéndola gritar aún más. Mi tía se sostenía de las sábanas, tomándolas con fuerzas. La cama parecía que en cualquier momento se iba a desplomar en el suelo de los movimientos de ese hombre.

–¿Qué estás haciendo, niña? –me llamó la atención una señora anciana; encorvada, en bata y con los rulos de plásticos puestos; que salió de su apartamento ante los gritos de mi tía.

–Nada. Acabo de llegar. –le respondí sorpresivamente, como si su voz me hubiese despertado de la borrachera.

–No parece ¿La conoces a la loca? ¡Todos los santos días está gritando esa mujer! –me comentó furiosa.

–¡Callate, loca! –le golpeó con los nudillos al vidrio de la ventana. Mi tía salió del apartamento, con una bata de seda roja ante el escándalo de la abuela.

–¿Qué está pasando, señora? ¿Y tú qué haces aquí tan temprano, Male? –nos miró sorprendida.

–Escúchame bien. Yo no tengo nada en contra de las prostitutas ¡Pero déjate de gritar que quiero dormir en paz! –le dijo con rabia.

–¡Oiga! ¡Que está mi sobrina en frente! –la sermoneó.

–¡¿Es tu sobrina?! ¡Qué ejemplo le estás dando a la muchachita! –le seguía gritando a mi tía.

–¡No se meta, vieja envidiosa y chismosa! Entra, Male. –me ordenó y así le hice caso. Me senté en el sofá y mi tía seguía discutiendo con la anciana. De repente vi salir de la habitación, al hombre que estaba con mi tía. Era moreno, de cabello bien corto, alto y fornido... tenía los brazos gruesos y una mirada perversa ¡Me dio un poco de miedo!

–Hola.... –me saludó mirándome mis pechos y luego mis partes, como el lobo a caperucita.

–¡Qué vieja! –exclamó mi tía, entrando al apartamento y dando un portazo.

–Bueno, yo me tengo que ir, babe.... –le dijo el hombre, acercándose a ella.

–Ok, babe.... Nos vemos. –abrió la puerta y se fue mirándome fijamente.

–¿Quién era ese, tía?

–Es un amigo.... –me respondió con una sonrisa y acomodando su pelo. Se sentó en el sillón en frente de mí y suspiró.

–¿Amigo? –le pregunté irónica.

–Bueno... esos amigos especiales.... –se explicó nerviosa.

–¿Te prostituyes?

–¡No, Male! ¡Por Dios! ¿Le creíste a esa vieja? –exclamó.

–Entonces, ¿por qué dice la señora que gritas todos los días...?

–¡Porque es una exagerada! ¡Ya! Anda a dormir, que es tarde. –me ordenó como si fuera un sargento. Me levanté del sofá desganada, arrastrando los pies hacia la otra habitación que me tenía preparada mi tía para mí. Me tiré en la cama, dejando caer todo el peso de mi cuerpo.

Malena a Los 14Donde viven las historias. Descúbrelo ahora