Prólogo

10.8K 745 419
                                    

La poción caliente y humeante ya desprendía el característico humo azulado. Recordaba con vivida exactitud la primera vez que preparó aquella poción, cómo tomó las medidas exactas de cada ingrediente, el nervio que recorría su cuerpo, el miedo a la equivocación, el sudor escurriéndole de las sienes, copioso... Sí, Severus recordaba demasiado bien aquella primera vez, aquella noche en la que pudo estar cara a cara con un hombre lobo, que en vez de hacerle algún daño se acurrucó a su lado, gimiente, en busca de compasión, de consuelo, un consuelo que Severus Snape le brindó entre abrazos y caricias al pelaje castaño de aquel fascinante animal torturado, en el que se encerraba un mente humana devastada.

Cerró los ojos con la intención de borrar de sus recuerdos esas imágenes que no quería volver a reproducir en su mente. El pasado, era eso, simplemente. Aunque algunos recuerdos pesaban más que otros.

El pocionista apartó un poco de poción en un vaso. Repentinamente, sus manos comenzaron a temblar sosteniendo el vaso. Que extraño – se dijo, mirando el contenido humeante con una mezcla de añoranza y remordimiento –, no pudo evitar sonreír al rememorar cómo temblaban sus manos la primera vez que le dio a aquel muchacho la poción.

Tantos años habían pasado desde entonces... tantas lunas... Catorce años desde que no se veían y ahora los dos volvían a estar en Hogwarts, donde todo comenzó y acabó. Que ironía, que sátiro era el destino, o, en este caso, quien había actuado como el propio destino fue Dumbledore sin saberlo, o quizá lo supiera. Con ese hombre no se podía estar seguro de nada.

Con un suspiro se puso en marcha hasta el despacho de Defensa Contra las Artes Oscuras. La puerta estaba encajada, en el interior se escuchaba movimiento. Severus dio dos toques con sus nudillos sobre la superficie de la puerta.

- Adelante, – respondieron amablemente desde el interior – está abierto.

Severus sonrió al escuchar esa voz, más grave que antaño, más madura y viril que en el pasado, pero aún conservaba ese tono triste y apagado, incluso romántico, susurrante, casi ronco... Por un momento se permitió vagar, recordando esas mañanas juntos en la destartalada casa de los gritos, allí donde su historia había dado inicio: La luz del alba se filtraba por las rendijas entre las tablas que cegaban las ventanas permitiéndoles admirar las pequeñísimas motas de polvo bailando en cada rayo de sol intruso, el aire cargado con el aroma de los dos, de su sudor... Cada susurro, cada beso, todas y cada una de las caricias, las cicatrices del cuerpo y del alma...

Cerró lo ojos, reprendiéndose internamente por sucumbir a los sentimientos, al anhelo sufrido por todos esos años en los que se había privado de recordar todo aquello. Pero una vez abierta la caja de Pandora...

Empujó lentamente la puerta hasta abrirla por completo; ahí estaba él: Remus Lupin, de espaldas inclinado sobre una maleta.

El nuevo profesor de DCAO se irguió para girarse, encontrándose en el umbral de la puerta con Severus. Los dos se miraron durante unos largos segundos hasta que Severus decidió entrar en el despacho y dejar el vaso sobre el atestado escritorio.

- Lupin – saludó escueta y secamente antes de dirigirse de nuevo a la salida del despacho para marcharse.

- ¡Severus! – lo llamó de pronto. El aludido se giró para encararlo, observando con curiosidad como las mejillas de aquel hombre hecho y derecho se ruborizaban. Por mucho que hubiese crecido, por mucho que hubiese madurado, por mucho que sus hombros se hubiesen ensanchado... Remus seguía siendo tan vergonzoso como aquel chaval que recordaba – Que... que sorpresa – balbuceó al mismo tiempo que se llevaba una mano a la cabeza para echarse el pelo hacia atrás.

- No es ninguna sorpresa – replicó – Ya sabías que trabajo aquí.

Remus agachó la cabeza mordiéndose el labio inferior.

192 LunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora