El Registro de Hombres Lobo

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Creo que no me he dado más prisa en escribir un capítulo en mi vida. ¡EN MI VIDA!

Como es natural, los gritos de James y Sirius despertaron a más de uno en el castillo, quienes a su vez avisaron a los jefes de casa y en poco todos se encontraban en el despacho de Filch dando gracias a Merlín por el maravilloso y fantástico hechizo desvanecedor "Evanesco", con el que se habían deshecho de las botellas, los vasos y el tabaco.

Mientras esperaban a que McGonagall y Dumbledore hicieran acto de presencia, James, Sirius y Peter no paraban de preguntarle a Remus en susurros:

- ¿La conocemos? – inquirió James mirándolo de reojo.

- ¿Desde cuando estáis juntos? – pregunto Sirius a su vez.

- ¿Es de Gryffindor? – murmuró Peter.

Antes de que Remus pudiera responder a ninguna de sus cuestiones, un carraspeo de irritación – a falta de ponerse a las cuatro de la mañana a dar gritos para expresar la furia y el disgusto – exhalado desde la puerta los interrumpió. Al girar la cabeza se encontraron con una McGonagall como pocas veces habían visto; totalmente malhumorada, portando su característico camisón de estampado escocés, y justo detrás de ésta estaba Dumbledore.

- Hola de nuevo, Sirius.

- Buenas noches, profesor – respondió el muchacho encogiéndose en el asiento con la intención de hacerse lo más pequeño posible.

El alboroto les salió bastante caro, un mes de castigos empezando desde esa misma mañana, suerte que para las vacaciones sólo quedaban unos días y podrían aplazar el resto del castigo hasta después de Navidad. Por supuesto, a Dumbledore no le pasó inadvertida la capa de invisibilidad de James, al anciano le llamó especialmente la atención y la prenda contribuyó bastante a que el castigo no fuera tan severo como aconsejaban McGonagall y Filch. A cada uno le fue encomendada una tarea, James tenía que ordenar los archivos de Filch, Sirius limpiar los baños hasta que el último azulejo quedara impoluto, Peter encargarse de que los trofeos e insignias de las vitrinas quedaran relucientes, y a Remus le había tocado acompañar a Hagrid. El guardabosques fue más clemente con él, sólo le mandó que diera de comer a los hipogrifos, algo que no desagradaba en lo absoluto a Remus, le encantaba Cuidado de Criaturas Mágicas y no era la primera vez que debía acercarse a esos animales que, al principio, no inspiraban mucha confianza, pero una vez que llegabas a saber cómo tratarlos eran cariñosos y fieles.

Llegaban a la habitación tan fatigados que ni siquiera se acordaban de la confesión de Remus y todas las preguntas que tenían al respecto, mientras, Remus no hacía más que pensar "ya queda un día menos". Estaba deseando que llegaran las vacaciones para pasar todo el tiempo con Severus, incluso había pedido por catálogo unos regalos para él. Había utilizado la mayor parte de sus ahorros para ello, pero no se arrepentía, ansiaba ver su cara al abrir los paquetes.

Todo llegó justo el día en que todos partirían a casa, Sirius estaba escrutando un mapa de Londres junto con James, ambos buscaban una buena joyería mientras Peter apuntaba los nombres de los pubs y restaurantes más lujosos donde poder ir a celebrarlo cuando ella hubiera aceptado. Un par de lechuzas, una parda y otra negra, cargadas con paquetes desde las patas hasta el pico aparecieron en la ventana. Suerte que la mayoría de los paquetes venían envueltos en papel de regalo porque algunos tenían que ver con Magia Oscura y, lo más seguro, es que en el paquete saliera el nombre de la tienda donde los había comprado.

- Instrumentos de la mejor calidad para pociones – murmuró James, recogiendo los paquetes de la lechuza parda mientras Sirius y Peter estaban en el baño llenando un cuenco con el que poder dar de beber a las aves – ¿te has aficionado a Pociones? – inquirió con una sonrisa traviesa.

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