La venganza de Snape

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Los merodeadores tardaron bastante tiempo en recuperar la normalidad; Peter sentía un miedo atroz de Remus; Remus no sabía cómo mirar a la cara a los demás; Sirius era incapaz de hablar con Remus al ser consciente del daño que le había hecho al sacar a la luz su secreto de forma tan cruel, algo que, de no haber sido por Dumbledore (quien tuvo la amabilidad y generosidad de no expulsarlo) jamás habría comprendido; y James se esforzaba día a día porque todos volvieran a ser los mismos. Pero un día, las cosas cambiaron para siempre.

Todos se hallaban charlando un poco tensos en la habitación, la noche había caído y estaban cansados, pero siempre se quedaban hablando hasta que el sueño los vencía, las malas costumbres les encantaban, y aunque aún se sintieran un poco raros por lo ocurrido, eso no había cambiado.

James apagó las luces, y ese momento en silencio fue aprovechado por Remus para comunicar una importante noticia, en la quietud de los adormilados que ya se acurrucaban en sus camas.

- Chicos, – susurró con inseguridad. Sabía que lamentaría mucho pronunciar esas palabras, pero debía hacerlo – no quiero que me acompañéis más en noches de luna llena.

El sosiego de la habitación se vio interrumpido de pronto por un suspiro de alivio procedente de Peter. Hubo un revoloteó de mantas que Remus no logró saber de dónde venía, podría haber sido cualquiera de ellos. Las luces se encendieron, y cuando dejó de estar cegado por ellas encontró a James y Sirius sentados en sus camas, mirándolo confundidos.

- ¿Es por lo que pasó con Snivellus? – se adelantó a preguntar Sirius suavemente, dejando a James con la boca abierta antes de que pudiera pronunciar palabra – Ya te he dicho que lo siento, Remus.

- No es solo por eso.

James y Sirius parecieron más desconcertados que antes, incluso Peter levantó la cabeza de la almohada despacio para mirarlos.

- Remus – lo llamó James preocupado – ¿qué pasa?

El aludido miró al techo, no sabía cómo explicarlo. Se llevó una mano a los labios intentado hallar las palabras para intentar explicar sus miedos, pero finalmente comprendió que lo mejor era ser sincero, y para decir lo que tenía que decir, algo tan difícil, tuvo que rodar sobre un costado para evitar que tanto James como Sirius y Peter no pudieran verle la cara, donde su dolor se reflejaría con nitidez.

Carraspeó para despejar la garganta de ese nudo que lo ahogaba.

- Ya sabéis lo que soy, ahora sois conscientes de lo que puede llegar a hacer el monstruo en el que me transformo en luna llena. Mis instintos me piden sangre, mis sentidos se agudizan, no soy yo mismo.

Por un momento todos guardaron silencio procesando las palabras de Remus. Era evidente que Peter no iba a oponerse, para él iba a ser un alivio no verse obligado a compañarlo, pero para James y Sirius era algo duro de asimilar. De hecho, James se levantó de su cama y fue a la de Remus, se sentó a su lado y le puso una mano en el hombro.

- Siempre supimos lo que eres. Eres nuestro amigo, – contestó – y a los amigos no se los abandona. Hemos estado contigo muchas lunas llenas, sabemos cómo eres trasformado, sabemos que nunca nos harías daño.

Sirius asintió aunque Remus no pudiera verlo.

- No, James – susurró Remus – No puedes saber eso. ¿Y si un día pierdo el control? – cuestionó horrorizado – Y si un día... y si un día el lobo ya no os ve como amigos, sino como presas. ¿Qué pasará entonces?

James, Sirius y Peter no pudieron evitar recordar la primera vez que vieron al lobo cazar, esa enorme mole de pelo que se lanzó contra un rebaño de ovejas; La lana volaba en el aire teñida de sangre, las ovejas chillaban, el lobo hincaba colmillos y uñas, desmembraba arrancando extremidades, desgarraba la piel y el músculo, jugaba con las entrañas... Fue un espectáculo aterrador. En ese momento decidieron que lo mejor era evitar los pueblos en sus salidas nocturnas, se limitaron a correr por los bosques para evitar que Remus pudiera atacar muggles o magos, o los animales de éstos.

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