17. Parte II [Editado]

662 99 37
                                    

—Heaven, allí no

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Heaven, allí no. Mierda, no seas terca— la voz de Otto a estas horas de la mañana me molesta. Mucho más después de montar la tonta escena de la enfermedad en mi casa. Ahora todos están preguntándome si me siento bien o si necesito algún tratamiento.

Lo ignoré y comencé a mover el anuncio más abajo y más abajo.

—Heaven, no tan abajo— volvió a quejarse el francés. Nos encontrábamos en el sótano de la escuela preparando unas cosas para el festival de Halloween junto con varios compañeros de teatro. Al final Dev hizo que el profesor usara su clase para hacernos trabajar.

—Lo bajaré hasta el infierno si quiero— le respondí, y lo puse como quería. Estaba montada en una escalera que era sostenida por Otto.

—Heaven...— advirtió— No me hagas hacerlo.

Entonces sacudió la escalera con fuerza y como pude me aferre a lo bordes.

—Idiota— murmuré y la escalera volvió a estremecerse.

—Te escuche— rodé los ojos y por fin acomodé bien el cartel. Entonces la escalera se movió con mayor velocidad.

—Otto, no hagas eso demonios.

Otto se rió como un niño haciendo travesuras y volvió a sacudir la escalera, esta vez me detuve demasiado tarde y mi cuerpo salió disparado hacia abajo. Cerré los ojos preparándome al impacto que nunca llegó.

Otto me tenía en los brazos como a un bebé y me miraba con una sonrisa estupida. Fruncí la nariz y me revolví, haciendo que me soltara.

—¿Cuál es tu problema?— espetó cuando caminé hacia la dirección contraria de su paradero. Pude sentir la mirada de Zac en mí, que pintaba unas tarimas.

—Estoy harta de tus juegos— dije.

—Oh, vamos. Se bien que te encanta—casi pude sentir su mirada autosuficiente y su cruce de brazos. Me giré hacia él.

—¿Ya le dijiste a Dev sobre la enfermedad?— el muy hijo de... Notredame se estaba burlando.

—¿Ya le dijiste a Courtney sobre el sarpullido?— contraataque cruzándome de brazos y miré en la dirección de la aludida, que sostenía unas telarañas y abría los ojos de forma sobrenatural.

Entonces me acerqué a Otto cuando él habló:
—No, pero tranquila. No les diré que me lo contagiaste.

Puse un dedo sobre su pecho con enojo y le miré.
—Escúchame bien Otto Curtois— dije—, si sigues inventando cosas y haciendo de las tuyas, voy a colgar tu trasero de la torre Eiffel.

Never said to Heaven Donde viven las historias. Descúbrelo ahora