22. Blue October; parte II

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—¡Muévete abuelo! ¡No tenemos tu sacrosanto tiempo!— gritó Zac mientras se inclinaba al asiento del piloto para tocar el claxon

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—¡Muévete abuelo! ¡No tenemos tu sacrosanto tiempo!— gritó Zac mientras se inclinaba al asiento del piloto para tocar el claxon. Luego vi como el chico cambiaba su expresión de enfado a uno de agravio; bajó la ventanilla para después sacar la mitad de su cuerpo del auto, sentándose en ella— ¿Por qué me saca en medio del dedo abuelo? Pues puede metérselo por...

El sonido del claxon de la persona que venía detrás de nosotros lo cayó. Zac sacudió su cabeza.

—Me alteré, lo lamento— pasaron otros diez minutos sin que el anciano diera señales de querer ir más rápido, haciéndole perder la paciencia al chico de nuevo— ¡¿Le pesa demasiado el culo o por qué no se mueve?!

—Maldición, Zaccary— masculló Maurice; tomó la camiseta del chico y lo hizo sentarse —Eso no arreglará nada, él es un oficial de policía.

Llevábamos aproximadamente cuarenta minutos a vuelta de rueda gracias al vegete oficial delante nuestro que parecía olvidar que estaba en la carretera. Y que había más gente detrás suyo.

Finalmente, el señor fue aún más lento (si es que era posible) y se detuvo.

—Puta madre— vociferó Zac, haciendo un amago de salir de la furgoneta con enojo, siendo interceptado por Richard, el piloto.

—Dame fuerzas, Reina Isabelle— dije cuando me incorporé rápidamente, ignorando la llamada de advertencia de Otto.

Abrí la puerta y me dirigí hacia el pequeño auto, tragando saliva y mirando hacia las luces arriba del auto. Miré hacia el asiento, donde un hombre mayor con el cabello canoso y la piel arrugada yacía completamente dormido, roncando con fuerza y babeando su uniforme.

Carraspee para llamar su atención. Nada, ninguna señal de vida. Miré hacia el cielo preguntándole '¿por qué a mí?' y volví a carraspear. Nuevamente no mostró ni un amago de querer despertar.

Como la ventana se encontraba abierta, metí la mano hasta toparme con el volante, a un lado de éste se hallaba una señal en rojo y azul que supuse era para activar la alarma. El claxon me sobresaltó y miré sobre mi hombro, Zac, Richard y Otto me hacían señas para alejarme de allí y volver a donde estaban, pero les ignoré y toqué el botón, activando el pitido característico de los autos policiacos.

El señor volvió a la vida y se incorporó como Frankenstein, sólo que no me miró como si fuera yo su ama, me miró más bien como si fuera la causante de despertarlo de un hermoso sueño de belleza.

—¿Qué quieres, niña?— cuestionó y tosió a la misma vez.

—Si va a dormirse, espero que se orille y deje pasar a los demás; eso quiero— contesté.

Never said to Heaven Donde viven las historias. Descúbrelo ahora