Peleas

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Unos cinco días antes de navidad me levanté sonriente de la cama y bajé a desayunar. Eileen me había prometido llegar temprano, prácticamente a las 6:00, ese 20 de diciembre para hacer algunas compras. Pero ya eran pasadas las 7:30, y Eileen no aparecía.

- Mordo – Le llamé a él - ¿Has visto a Eileen?, dijo que llegaría temprano para hacer unas compras.

- No, no la he visto – me contestó.

Terminé deprisa el desayuno que tan alegre había preparado Papaleta.

- ¡Gracias por el desayuno Pops! – le agradecí.

- ¡Oh, no hay problema! – carcajeó Venturosamente.

- Vuelvo enseguida – me abrigué y me dirigí a casa de Eileen.

Como ya se me había hecho ver nieve por doquier, causante eran las vísperas, me gustaba arrastrar los pies por la acera cubierta de nieva recién caída y levantarla como un balón de Fútbol Americano.

Llegué a la casa de Eileen y abrí la puerta para entrar. Nada parecía estar fuera de lo normal a excepción de una sola cosa, no había rastro de Eileen limpiando la casa o viendo televisión.

Entré a su habitación y la vi dormida en su cama, cubierta con sabanas.

- Eileen, ¡Es tarde! – le agité.

Eileen apenas abría los ojos - ¿Huh?, ¿Tarde para qué?

- Para las compras – le expliqué.

- ¿Quieres ir otro día?, es que...

- ¿Es que?...

- Es que no me siento muy bien – se cubrió con las sabanas nuevamente.

Yo aparté de vuelta las sabanas de ella y le toqué la frente – Eileen, tienes fiebre.

- Que gran descubrimiento – balbuceó.

- ¿segura que estas bien?, ¿Quieres algo? – me puse al tanto.

- No, solo que te quedes conmigo – sonrió.

- Eileen, tengo que ir a trabajar en dos horas – le acaricié la frente despacio.

Salí de su habitación y fui a su baño para tomar una paño y humedecerlo.

Regresé a la habitación y le puse el paño en la frente.

- Quédate esas dos horas – sonrió.

Obviamente no me pude resistir a esa mirada y acepte sin protestar.

- ¿Ya desayunaste? – me preguntó al levantarse de la cama.

- Sí, ya desayune, gracias, ¿Por qué lo preguntas?

- Yo no he desayunado – titirito ella – tengo frio.

- Tranquila, recuéstate en la cama y déjame hacer el desayuno por ti – le sugerí.

Ella se acostó en su cama y se abrigó con su sabana verde de tortugas.

Al preparar unos sándwiches, oí un golpe que me preocupó, fue como una caída.

Me dirigí a ver a Eileen y la encontré en el suelo durmiendo placenteramente.

- ¿Por qué estás en el suelo? – me agaché a ella.

- Hace calor, el suelo esta helado – se encogió como una niña desamparada.

- Eres una reverenda Bipolar – bromeé.

- Y tu un reverendo desconsiderado, cállate y déjame dormir ya – sonrió.

- Yo no soy el que se aventó al suelo como un loco.

Eileen & YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora