Libertad... ¿A qué precio?

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Con lágrimas silenciosas deslizándose por sus mejillas posó las rosas sobre la lápida. Recordó todas las veces que la había ayudado, todas las veces que había tenido su hombro para desahogarse y sintió que se rompía aún más.

Cada día se acercaba para llorar sobre aquella tumba hasta que su cuerpo se quedaba sin lágrimas que echar, y cada día rezaba por poder cambiar el pasado y haber hecho las cosas de otra manera. Todo habría sido tan diferente si no hubiera cogido el coche en un día de lluvia...

Frustrada, dolida, confundida. Demasiados sentimientos se arremolinaban en su cabeza, impidiéndola pensar con claridad. Resopló y se tiró en el sofá, abrió la bolsa de patatas fritas que había traído consigo y encendió la tele, dispuesta a desconectar. Tras unos minutos decidió que aquello no era suficiente. Abrió la botella de Bourbon que estaba sin acabar y tomó un buen trago. Cerró los ojos disfrutando del quemazón de su garganta. Sí, necesitaba eso para no volverse loca.

No supo si pasaron horas o segundos, pero el teléfono sonó sobresaltándola. Pegó un par de tumbos hasta dar con el aparato.

—¿Elena? Gracias a Dios que has respondido...

—¿Andie?—miró el número de teléfono para cerciorarse de que su mente no le jugaba una mala pasada—¿Qué haces tú llamándome?

—Necesito tu ayuda—imploró con voz temblorosa—Tienes que venir a la casa del lago lo antes posible, es importante.

—¿Tiene que ser ahora?—no había tomado muchos sorbos de Bourbon, pero el dolor de cabeza no dejaba de crecer por momentos.

—Sí, por favor. No te lo pediría si no fuera realmente importante—la castaña se tomó unos segundos antes de contestar. Siendo lógica y coherente, le colgaría en las narices porque estaba enfadada con ella, pero el alcohol le ganó la batalla a la razón.

—Está bien, estaré ahí en veinte minutos. Puede que tarde algo más, esta tormenta es horrible.

—¡Gracias!—le pareció percibir algo extraño en su tono de voz, pero lo dejó estar. Se dejó caer en el sofá de nuevo y se puso a pensar. Estaba dudando si ir o no a la casa del lago, aún seguía enfadada con ella y con Damon, y volver al lugar donde lo vio todo no le parecía buena idea. Su teléfono volvió a sonar. Al ver quién le llamaba despejó todas sus dudas. Apagó el móvil, cogió su chaqueta y se dispuso a ir a la casa del lago.

La tormenta parecía no tener fin, y cada vez se ponía peor. Cuando llegó al Puente Wickery le pareció ver una figura en medio de la carretera. Fue frenando, dándole tiempo para apartarse, pero no se movió. Cuando se quiso dar cuenta estaba dando un volantazo y cayendo al río.

Siempre que iba al cementerio recordaba ese momento. Sí, poco a poco había ido recordando más cosas, pero no lo hizo sola. Una pequeña y triste sonrisa asomó en su rostro al recordar quién estaba apoyándola incondicionalmente y ayudándola a recuperar su memoria.

—¿Todavía aquí?—se giró al oírle, sobresaltada—Es tarde, deberíamos volver a casa.

—Claro, dame un segundo—se limpió los restos de lágrimas que tenía en su rostro y se agachó hasta estar a la altura de la lápida—Gracias por todo, jamás podré agradecértelo lo suficiente. Espero que sigas cuidando de Jenna y nosotros, desde donde quiera que estés—al levantarse sintió una presencia detrás de ella, se giró y agachó la mirada. No quería que la viera tan rota.

—Él no querría verte triste—le dijo el ojiazul alzándole el mentón. Elena asintió levemente y trató de contener sus lágrimas. Damon la abrazó con fuerza mientras la susurraba palabras dulces al oído. Tras unos segundos, cuando sintió que la chica se había calmado, se separó levemente—Espérame en el coche, yo tengo que dejarle algo primero—Elena asintió y se fue. Damon se agachó a la altura de la lápida y se quedó unos momentos en silencio. Sacó una botella de su chaqueta y la dejó al lado de la tabla de mármol—Esto no es lo mismo sin ti, colega, no hay nadie que sea mejor compañero de copas que tú, y lo sabes. Espero que puedas disfrutar de esto más que yo—añadió señalando la botella y soltando una pequeña risa—Cuídate, allá donde estés—se levantó y se tomó unos minutos para tranquilizarse y dejar que las lágrimas corrieran libres por sus mejillas.

El Doctor de Ojos Azules [TERMINADA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora