If i die young

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Muerte

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Muerte. La muerte puede significar muchas cosas y dictaminar toda clase de destinos,pero en mi caso, solo suponía una airada decisión de redención.

Salvaguardar el legado de mis padres, sus principios, creencias y sobre todo sus negocios. Para mí siendo quien era no debía representar mayor riesgo, enfocarme en mis estudios, terminar la universidad, especializarme y convertirme en la presidenta predilecta del negocio familiar.



Todo se encontraba fríamente calculado dentro de mi cabeza pero la realidad a la cual me enfrentaba sería mi verdadero obstáculo. No era tiempo de lloriquear frente al altar de una iglesia o de deseanvainar mis verdaderos sentimientos frente a un montón de desconocidos. Debía calmarme y asumir con madurez esta nueva etapa en mi vida. Debía calcular mis movimientos si es que quería llegar a algún lado.


Sabía que la situación de orfandad en la que me encontraba solo serviría para mantenerme vulnerable y débil frente a cualquier imbecil que quisiese aprovecharse de mí. Pero yo era la hija de mi padre y si algo se había empeñado mi padre por hacerme entender era que la vida solo era una vasta colección de decepciones que debía cosechar a mi favor.

Hipocresía. Máscaras esculpidas de mentiras que cada quien se sabe decir a si mismo. Nadie nunca estará bien después de perder a sus padres. El trauma y la cicatriz son de por vida y el maldito recuerdo de las únicas dos personas en las que confíe en el mundo solo estará ahí para torturarme, memorando lo que jamás volveré a conseguir o remplazar con nada ni con nadie.

Es por eso que no soy fanática de crear buenos recuerdos con las personas, ni de relacionarme con las mismas. Todo el mundo se acaba yendo tarde o temprano dejando consigo el efecto colateral de la pérdida y la traicion. Perder es fácil recordar suele doler.

Luego de que el olor a flores muertas desapareció y la asquerosa comida funeraria fuera repartida. Logré encontrar un refugio temporal en el silencio de la antigua catedral.


Daniel Blackwood, el hombre al cual ahora pasaría a pertenecerle. Mis padres estipularon que su más fiel y poderoso socio sería el candidato perfecto para terminar de criarme. Típicamente de ellos pensaron en relacionarme más con los negocios que con los pasteles de la tía abuela Susan.

No tenía intenciones de llorar ese día pero que más daba. Mis padres estaban muertos y yo estaba de ahora en adelante sola. Merecía derramar unas cuantas lagrimas, esa era la respuesta humana normal. Pero tampoco quería decepcionarlos, sé que no lo aprobarían, y que mejor tributo a mis progenitores que el de abstenerme a llorar como una cría desesperada.

No quería ver sus lápidas importadas de Italia ni las flores que cuidadosamente trajeron de Colombia. Me quería reír de ello. Su obsesión por el control y megalomanía no tenía límites. Mira que hasta detallar los arreglos de su propio funeral y la consecución de los acontecimientos.

Una estupida sonrisa se plasmó en mi rostro y juro que traté de sostenerla allí pero simplemente sucumbí en lagrimas amargas. Realmente extrañaría a los viejos.

—Leighton...

Un susurro interrumpió mis lamentos y un rostro sin una máscara tuvo que enfrentar al intruso. El hombre me regalo una hipócrita mirada que se suponía debía destilar empatía. Su costoso traje Armani estaba impecable y no había ni una sola gota de barro sobre sus caros zapatos de diseñador. No podía creer que ese hombre estuviese aquí para honrar la memoria de mis padres. Mentiroso.

—Dígame exactamente cuánto tiempo tengo para empacar y trasladarme con el señor Blackwood.

Su cabello era canoso y estaba perfectamente cortado. Era claramente el abogado de mis padres dispuesto a hacer cumplir su última voluntad. Sus ojos azules volvieron a su estado impasible y me estudiaron descaradamente. Yo no era ninguna debilucha. Alcé mi barbilla tanto como me fue posible para marcar mi territorio y esperar su respuesta.

—Me temo que solo el resto del día señorita Ricoletti. El señor Blackwood no es un hombre de mucha paciencia y aceleró todos los trámites lo antes posible. Él sólo quiere terminar con todo esto de una vez.

El modo en como su tono de voz se ensombreció en el último instante me puso los pelos de punta.

Este impasible hombre teme incluso pronunciar el nombre de Blackwood.

Asentí en su dirección y le volví a dar la espalda.

Hay tristezas más grandes que otras tristezas  porque precisamente hay alegrías más grandes que otras alegrías.
Las lágrimas vuelven a empañarse en mi rostro y las reprimo con un sollozo desesperado. ¿Por qué siempre que alguien obtiene una migaja de felicidad para si otra persona pierde la suya?

La vida es una constante retribución de lo más injusta, y no puedo evitar pensar qué tal vez el morir joven no es más que indulto compasivo que pretende ahorrarnos una vida repleta de sufrimientos.

La Jaula del Petirrojo [Con pecado concebido *01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora