We Belong to Each Other

3.3K 208 11
                                    

Una pequeña niña de alrededor siete años corría  alrededor de una fuente esculpida en mármol y piedra caliza.

La imagen de la fuente era bastante melancólica y oscura. Recordaba a algo tristemente bello y trágico, algo netamente real del sufrimiento humano.

El agua se cristalizaba con los rayos de sol del inmenso jardín y aún así ni un alma parecía asomarse por ninguno de los arbustos repletos de rosas; sin embargo a la pequeña pelirroja parecía gustarle ese lugar, esa soledad.

La pequeña corría en círculos mal trazados repitiendo una y otra vez los versos que se suponía que debía saber en latín.

Símilia similibus curantur
Símilia similibus curantur
Símilia similibus curantur

No podía arriesgarse a ser castigada.

indocti discant, et ament meminisse periti.

Apréndalo los ignorantes, y recuérdenlo los entendidos.

Nihil novum sub sole.

No hay nada nuevo bajo el sol.

Y no lo había. Al menos no para ella. La mujer de cuarenta años la miró con una perversion y malicia propias de una bruja. Aquella historia no tendría un final feliz para ninguna de las dos.

¿Debía el odio estar justificado?
¿Debía la maldad ser razón o consecuencia de algo?
¿Por que Dios se empeñaba en castigar a los desvalidos infelices?
¿Por que Dios se empeñaba en castigarla a ella?

Ella era buena. Ella obedecía cuanto le mandaban a hacer. Se comía sus verduras. Se lavaba los dientes antes de irse a dormir y más importante que todo, estudiaba su latín a diario. Entonces ¿por qué siempre terminaba con moretones en sus brazos? Debía estar haciendo algo mal.

—Muy bien pequeño petirrojo, lo has hecho muy bien por hoy. Por lo tanto serán solamente diez en cada brazo. Te lo has ganado mi querido petirrojo.

¿Por qué dolía tanto?

¿Por que no podía ser una buena niña?

Ella era mala. Mala. Merecía que la castigasen.

Lo merecía, la señorita Lorna siempre le recordaba cuan mala era, cuan mala era y cuanto necesitaba que la castigaran, la señorita Lorna era buena porque quería ayudarla a ser mejor, quería salvar su alma.

La pequeña pelirroja lloraba solitaria en un escondridijo en el jardín. Le dolían demasiado los brazos y las piernas. Era un sentimiento al que hacía ya mucho tiempo se había acostumbrado.

Esta zurra había sido solamente porque había interrumpido a su padre en el estudio. Su padre no debía ser interrumpido.
Aunque este no mostró la mínima molestia de ver a su hija coloreando en el piso junto a él, la señorita Lorna lo vio como un acto de rebeldía.

La señorita Lorna volvió a castigarla, esta vez, con la regla de madera. La joven niña prefería mil veces la regla de madera a la esperma de una vela, o peor aún al closet del estudio de su padre.

Todo petirrojo bonito merece una jaula igual de bonita. ¿No te gusta tu jaula cariño?

No le gustaba. Allí dentro solo había oscuridad, desasosiego y dolor. Allí adentro habían cosas que le susurraban versos en latín que haya jamás había escuchado. Esas sombras le recordaban cuan mala era, cuan mala sería, y el porqué no merecía ser feliz.

La Jaula del Petirrojo [Con pecado concebido *01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora