Nec spe, nec metu

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El agua fría me llega hasta la altura del cuello y aprovechó esa pequeña satisfacción para poder relajarme unos minutos. Casi puedo sentir el jadeo de Maura en mis oídos cuando me arrojó literalmente hacia atrás y me sumerjo por completo en mi pequeña piscina personal.

El agua sabe a chocolate con almendras y aquello no podría ser más perfecto.

—Señorita Ricoletti debería tener más cuidado ella próxima vez. No quiero que empeore la situación.

Ignoro su comentario y continuó mirando lejos a ningún lugar en específico, o tal vez solo miraba la ventana por la que me arrojé hace varios días. Lucia tan pequeña ahora, que no podía estar segura de cómo había logrado inmiscuirme por allí. Blackwood la había remplazado demasiado rápido.Era un jodido recurso. Pero ahora tengo la leve sospecha de que es impenetrable. De modo ¿Como diablos hizo Tucco para escabullirse a mi habitación ayer?

—Señorita Ricoletti recuerde restregarse bien en la parte trasera de las rodillas. Ya vuelvo, voy por las vendas nuevas.

Ignoro sus palabras y me sumerjo completamente en el agua enjabonada hasta que mis heridas escuecen y mis costillas crujen. ¿Cuánto tiempo más continuaré en esta horrible situación? Soy completamente inservible. Una títere sin cuerdas.

Mi cuerpo toma una posición semi vertical y el agua chorrea por toda mi carne. Tengo la leve sensación de nostalgia sobre mi piel.

Completamente desnuda en esta tina llena de sales costosisimas, todavía no me siento satisfecha,y me pregunto si será porque esta vez Blackwood no es quien acaricia mi piel con sus dedos. El pensamiento casi me hace gemir, pero que más daba, yo seguía siendo una adolescente y el seguía siendo el mismo imbecil  caliente que conocí hace muy poco.

El tipo se había metido debajo de mi piel, había abierto por completo lo que yo nunca pensé que era capaz de abrirse. Y a pesar de las muchas quejas que mi razón gritaba en contra suya, yo, yo, yo Leighton, no la señorita Ricoletti, no la señorita de sociedad con un pésimo genio y fobia social, si no yo, la chica, la mujer, la adolescente, la humana, el petirrojo en su jaula de oro lo quería para si.

Estoy al punto de pensar que lo necesito. Necesito su aroma y su presencia alrededor mío, como una enferma, como una maldita pervertida.

Nunca había necesitado a nadie en mi vida, siempre había sido autosuficiente, aislada de cualquier cosa que pudiese convertirse en una molestia, hasta me atrevería a decir que yo misma alejaba a mis propios padres cuando era necesario, pero ahora solo estaba yo, y un hambre insaciable por aquel hombre.

Soy la contradicción en persona.

Cierro los ojos por unos segundos hasta que siento sus pesados pasos en la habitación continúa, una estupida sonrisa se plasma en mi cara y toda la vergüenza que antes pude haber experimentado desaparece como el jabón en la tina.

—¿Segura que no necesitas ayuda con eso?

Su voz atraviesa la fina pared de madera que representa la puerta y no puedo evitar pensar que esta sonriendo. Una risa estupida se escapa de mis labios. Todo lo que sale de mi boca es estupido.

—No creo que sería correcto Señor Blackwood. Todavía soy una señorita.

Lo escucho reír al otro lado de la puerta. Mi entrepierna escuece y mi corazón bombea más rápido de lo que puedo contar. A la mierda todo.

Me impulsó hacia arriba con toda la fuerza que tengo mientras sostengo mis martilladas costillas con mi brazo derecho. Una vez de pie, salgo de la tina lentamente. Mis manos ya no arden como antes y podría decirse que mis costillas no duelen tanto como deberían.

La Jaula del Petirrojo [Con pecado concebido *01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora