I Hate You I love you

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La mañana atravesó mi rostro con fugacidad y el dolor en mis articulaciones producto de dormir en la bañera hacían el levantarse un gran esfuerzo. Que mierda de sueño había sido aquel. Un recordatorio más de por qué Blackwood no merecía mi perdón y una advertencia fresca de algo que esta mucho más de mi entendimiento.

Arroje mis botas hacia un lado y me dispuse a lavarme el rostro. El delineador estaba tan corrido que parecía una novia sangrienta, mis labios hinchados, ojeras del tamaño de una nuez, y el cabello escarlata desordenado. Si no me conociera mejor diría que me veía un poco follada.

Atravesé la habitación hasta jalar la perilla de la puerta la cual no se abrió ni un centímetro. Intenté de nuevo y nada ¿qué diablos? ¿Por qué no se abría? Una nota a la altura de mis pies yacía sobre la madera pulida.

"En vista del cariño que le has tomado a tu habitación me he visto en la necesidad de recluirte en esta por 24 horas en las cuales no probaras ni atisbo del mundo exterior. No pienses en las ventanas o cerraduras como vías de escape porque créeme que de ese cuarto no saldrás hasta que a mí se me pegue la gana."

Arrugue la nota de cuantiosa caligrafía y suspire molesta. La ventana del baño, cerrada, teléfono celular sin servicio, internet desconectado ¿como se supone que iba a comer? Maldito sadico.
La furia que poseía mi cuerpo estaba muy por lo lejos de desaparecer. Cada persona tiene un desencadenante emocional y hasta el momento pensé que había adquirido uno gracias a la muerte de mis padres pero desafortunadamente había llegado a la conclusión que Blackwood era el único que me hacía perder los estribos. Era el único que me convertía en una emocional y patética adolescente.

La cicatriz en mi rodilla derecha no se había disipado si no hasta una semana después, tenía el pelo tan enmarañado que iba a ser un verdadero reto el peinarme sin arrancarme medio cerebro y claro que tan bien estaba el hecho de que me había cacheteado la noche anterior.

La bilis se me subió por la garganta y no tuve más opción que arrojar los estragos de la noche anterior por el inodoro.

Varias vejigas se hacían hogar en mis pies gracias a la infernal caminata de anoche y un horrible dolor de cabeza podía ser la cereza del pastel.
Me desnudé como pude mientras trataba de aplacar mi furia con el agua fría de la regadera. ¿Qué diablos estaría pensando el insoportable de Daniel Blackwood de mi? ¿Un acoston?¿yo? Es que acaso no me había visto bien. Yo era la chica obsesionada con el organizador de colores.

Las horas pasaban y mi estómago rugía más y más. Hacia algo de calor en el cuarto de modo que decidí quedarme en la bañera. No hay necesidad de angustiarse y no hay necesidad de llorar, no pensaba ser derrotada por aquel demonio y de tanto darle vueltas al asunto. Había pensado en la mejor venganza. Había escuchado al imbecil hablar sobre una reunión muy importante con unos japoneses, lo cual prometía ser el día perfecto para el holocausto. Vas a desear no haberte metido conmigo nunca.

Toque suavemente la puerta de mi habitación llamando a Maura. Hasta hora Blackwood no podía estar en casa.

—¿Maura? Maura, ¿estás ahí? Por favor, me estoy muriendo del hambre.

—¿Señorita?

—¿Maura? ¿Me escuchaste? Por favor.

—Lo lamento tanto señorita. El señor lo dejo bastante estipulado. No le puedo pasar nada de comida.

Estába loco o quería que mi estadía se pareciera más y más a una prision de mujeres. El negarme el alimento se podía considerar como un delito.

—Pero él no está aquí ahora. Te lo suplico Maura. Incluso me comería un plato de cereales, Por favor.

Mi voz vacilaba en mi garganta, el hecho que no pudiera ver mi cara daba mayor credibilidad a mi ridícula actuación. Solamente aliméntame el no se enterara.
—Señorita lo que me pide es imposible. Si el señor...

La Jaula del Petirrojo [Con pecado concebido *01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora