She

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Es la hija de la mujer a la que por mucho llame el amor de mi vida y aún así, tiene un culo precioso. Pequeño y redondo. Un porte arrogante e indiferente. Y una mirada penetrante que me descompone la mañana la primera vez que la veo.

¿Por qué me duele tanto verla tan dolida?
¿Por qué me enfurece tanto que pretenda estar muy bien cuando no lo está?

Es por eso. Claro. Y es una idea que no tiene que ver con Martha ni su treta pos mortis. Es una idea que se relaciona conmigo. Directamente conmigo.

Leighton tiene miedo, pero aún así no sucumbe ante él.
Leighton está rota, pero aún así no quiere seguir estándolo.
Leighton está sola, pero eso no parece mortificarla.
Leighton es vulnerable en muchos sentidos, pero aparenta una fuerza efímera que me deja sin aliento.

Nunca había conocido a nadie así.

Es el hecho de saber que ella es más valiente que yo a su edad. Es el hecho de saber que amargamente la niña merece mérito.

Es tarde en la noche y como una de tantas la habitación de mi custodiada permanece entre las sombras. Me he convertido en un enfermo.

Las sabanas de su cama se enroscan en sus caderas sensualmente, dándome un espectáculo completo de su precioso culo cubierto por un fino short. Las ganas de follarmela no me hacen falta.

Sigo observando cómo respira pasivamente contra las almohadas de algodón y seda. Ese es un cuadro que quiera o no admitir me libera de un estrés y ansiedad a la que estoy sorpresivamente acostumbrado.

Es tan hermosa, y tan...prohibida.

Si Philipe estuviera vivo me mataría con sus propias manos de pensar las cosas que me ocurre hacerle a esa sensual criatura que tiene por hija.

Tiene dieciséis. Es menor de edad. Puedes ir a la carcel. Te odia.

Y con mucha razón.

Las cosas a las que me he obligado a hacer por simplemente no follarmela tanto como quiero.
Es descarada. Impetuosa. Orgullosa. Atractiva. Inteligente. Y ácida.

Oh Dios, es tan acida.
Me dan ganas de darle unos azotes cada vez que me fulmina con sus preciosos orbes azules.

Nadie me fulmina nunca. La mayoría me tiene miedo. Hasta Maura evita mi contacto visual y mi presencia cada vez que puede, y no la culpo, siempre ando de un humor de perros, pero esta cría deliciosa, follable y pequeña me provoca más de lo que debería.

No es solamente el hecho de que su cuerpo y belleza sean propios de Afrodita, es el hecho de que toda su actitud y personalidad despiertan en mí sentimientos contradictorios y confusos.

La deseo. Pero también le odio.

O eso quiero creer.

Y mi obsesión con ella ha llegado al punto de haber tenido que obligar a Pandora a que convenza a su hija de acercársele a Leighton.
Ni siquiera quiero saber que hace esa cría solo por Martha. Lo quiero saber por mí.

Estoy jodido.

Leighton se remueve incomoda en la cama y aprieta sus delgados dedos entre las sabanas de la misma. Sus rizos escarlata caen alrededor de su cuerpo y lecho como una cascada, y me veo a mi mismo acariciándolos entre mis dedos.

La Jaula del Petirrojo [Con pecado concebido *01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora