Martha

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El adolescente pelinegro se paseaba distraídamente a lo largo de la extensa playa. En sus manos llevaba unas cuantas botellas de Vodka y una caja de cigarros sin terminar.

Debía estar enojado por algo relacionado con su madre, o con su padre, lo cierto era poco importaba, el chico siempre buscaba una excusa para terminar enojado.

Sus pies se enterraban en la blanca arena sin dejar rastro, la marea estaba alta y nubes de tormenta se arremolinaban frente a sus ojos.

¿Quién era él? Nadie, la marioneta de su padre, la puta de su madre y el perro faldero de su tío. Un chico perdido en un mundo de adultos.

Daniel se sentó al borde de la playa y empino la botella con lágrimas en sus ojos. ¿Por que todo tenía que ser tan difícil? ¿Por qué no acababa con todo de una buena vez? Al fin y al cabo ¿Qué estaba haciendo ahí? No se sentía bien. Y no pensaba que alguna vez se sentiría bien.

Su madre era la prostituta de todos los socios de su padre. Hasta el mismo sabía que nunca fue un niño deseado. Y su madre se encargaba de recordárselo cada vez que podía.

Por eso odiaba a las mujeres.

Esos seres de apariencia angelical e inocente, esos seres que con una sola sonrisa creen que lo merecen todo. Son vampiros, son chupa almas que arrasan con todo a su paso para conseguir lo que quieren, solo deben levantar sus faldas y abrir sus piernas. Se dejan utilizar, ultrajar y humillar a cambio de unos míseros dólares de más.

Su madre destruyo a su padre convirtiéndole en frío y infeliz hombre que se emborrachaba todas las noches para olvidar las infidelidades de su mujer. Un hombre patético y minúsculo que era muy diferente del orgulloso hombre de negocios que regía el mercado con puño de hierro antes de que él naciese.

En la mañana temprano había visto con sus propios ojos como su madre se revolcaba con unos de sus miles amantes, en la cama matrimonial que se suponía que compartía con su progenitor. Después de saber el por qué se había tomado la molestia de traer a la familia a un viaje familiar, como si eso pudiese arreglar algo. Su padre podía ser muy estupido a veces, aquella mujer no tenía sentimientos.

No le importo cuando perdió a su futura hermana en un aborto espontáneo producto de sus lujosos viajes por el Caribe.
No le importo cuando Daniel intento quitarse la vida por tercera vez.
Cuando lleno de puñetazos a su amante de turno esa misma mañana dejándolo medio muerto.
No le importo.
No le importaba.

No tenía por que seguir soportando eso, a esa mujer, a esa familia, esas vacaciones.
Tenía los nudillos ensangrentados, el corazón destrozado y el alma envenenada. Apretó la arena húmeda con fuerza y lloro como siempre lo hacía cada vez que se emborrachaba.

Las palabras de la mujer que le dio la vida resonaban en su cabeza, más claras que las mismas aguas que besaban sus pies descalzos.

¿Eso es lo mejor que tienes mocoso asqueroso?

Volvió a enterrar su cabeza entre sus manos y encendió otro cigarrillo con desesperación. Necesitaba calmarse, porque estaba a punto de cometer otra gilipolles.

Camino lentamente adentrándose al mar, estaba tan dolido y odiaba ser tan débil como su padre. El agua estaba fría, el cielo gris y nada parecía querer detenerlo.

Solo rogaba al cielo que alguien lo detuviese, solo rezaba por un milagro, una señal, una aparición, algo que detuviese los pequeños pasos que daba al adentrarse al agua. A alguien que le importase.

—No deberías estar aquí ahora, una tormenta eléctrica se acerca.

Solo fue un susurro, una leve exclamación, y aún así fue mucho más que eso. La dulce voz que le propinó aquellas palabras resultaron ser una revelación para el joven chico, que confundido voltio su cabeza a la joven rubia que lo miraba con curiosidad al borde de la playa.

La Jaula del Petirrojo [Con pecado concebido *01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora